Leo permaneció en silencio con el ceño fruncido, sus labios temblaban tratando de contener su voz, hasta que al fin gritó:
—¿Enloqueciste? Estamos huyendo de una maldita guerra. ¿Y tú dices que quieres ir tras una voz que escuchaste mientras dormías? ¿Sabes lo que parece? ¿Qué está pasando contigo?
—¿Qué pasa conmigo? —respondí exaltada— Todo está mal conmigo, mi vida es un desastre y estoy cansada de fingir que no es cierto. Sé que lo que digo se oye extraño, pero no lo sé es algo que no puedo explicártelo, solo siento que tengo que hacerlo. Hay algo, yo sentí algo aquí —llevo mi mano al pecho— y de verdad creo que tengo que encontrarlo.
—¿Amor? —comenta con burla— Pensé que no creías en esas cosas. ¿Y ahora qué?, escuchaste algo que retumbó en tu corazón e irás detrás de él, por favor Tay, es lo más estúpido que te oído decir.
—No sé qué es lo que fue, tal vez sea estúpido, pero no me quedaré aquí sin hacer nada, de cualquier manera, no hay lugar aquí para mí. —Una presión fuerte se instala en mi garganta por el esfuerzo de retener mi sollozo.
—Que ironía, antes eras tú quien me criticaba por impulsivo, pero tal parece que cambiaste de opinión.
—Entonces que, ¿acepto mi destino y me caso con un cuervo mientras vivo con el miedo constante en el que se arte de mí y me mate?
—Quédate aquí, volveré en diez minutos — dice Leo resoplando cansado después de un largo silencio.
—¿Qué harás?
—Acompañar a mi mejor amiga en una misión suicida.
—No tienes por qué hacerlo, tus padres se preocuparán por ti.
—No te dejaré ir sola vagando sin un rumbo fijo, además no llevas ni abrigo ni provisiones y con esa suerte tuya no durarás más de un día.
Leo se alejó corriendo y una presión se instaló en mi pecho, si algo le pasaba sería mi culpa; pero por otro lado tenía mucho miedo de hacerlo sola, su compañía siempre me había traído paz, y eso era lo que más anhelaba en ese momento.
Percibí su incomodidad durante el camino, su ánimo usualmente alegre y sus malos chistes brillaron por su ausencia; no fueron necesarias más palabras para saber que le molestaba, una parte de mí lo entendía y no podía evitar darle la razón, todo esto era irracional, tal vez debí quedarme y enfrentar mis problemas, pero la sola idea de hacerlo me aterraba más que la incertidumbre de mi destino.
Apenas habían pasado dos días, pero se sintieron increíblemente más largos, casi no hablábamos, por supuesto intenté arreglar las cosas, aunque con cierta torpeza que solo parecía empeorarlo.
Al atardecer del segundo día Leo se alejó en busca de madera para la fogata, se suponía que solo serían unos minutos, pero tras casi una hora después sin noticias empecé a impacientarme, me paré dispuesta a buscarlo, sin embargo, no pasaron más de cinco minutos cuando escuché unos gritos a lo lejos.
—Qué hace una rata tan lejos de su alcantarilla, creíste que no te reconoceríamos. ¿Dónde dejaste a ese pequeño hermano tuyo? —amenazaba un hombre a otro él cual se encogí en el suelo mientras otro observaba en silencio a unos metros.
—Piensas que voy a decírtelo —retó el hombre que yacía en el suelo escupiendo sangre.
—Lo dirás quieras o no —dijo pateándole la espalda.
—¡Alto! —grité saliendo de mi escondite, las miradas de los dos agresores se enfocaron en mí.
—¿Y tú quién eres? —dijo el hombre que había pateado al que se encontraba en el suelo mientras caminaba hacia mí.
Miles de ideas de como moriría y de la estupidez que acababa de cometer pasaron por mi mente, retrocedí con torpeza debido al temblor de mis piernas. Entonces una idea brilló en mi desesperación, podía ser mi muerte o mi salvación, pero me había quedado sin opciones.
—Si me tocas un solo cabello él te matará —dije descubriéndome el brazo derecho.
Tres meses atrás me habían tatuado una pluma negra como símbolo de compromiso, solo la mitad de ella se encontraba pintada, se suponía que estaría completa después del matrimonio. Desde entonces me había acostumbrado a esconder la marca de todos, no era algo que quisiera presumir, sin embargo, sabía lo que significaba, aquel hombre tenía dos plumas alrededor de su muñeca, era un sirviente de bajo rango, si tenía suerte eso lo espantaría.
El hombre pareció pensarlo y retrocedió, lanzó una mirada a su compañero mientras debatían en silencio.
—¿Quién es él? —preguntó en un tono más calmado.
—Jean Sabella.
Sus ojos se abrieron asustados y casi enseguida bajo la mirada.
—Los cuervos lo buscan, no puedo dejarlo ir —dijo con voz sumisa.
—Puedes fingir que esto nunca pasó, ellos nunca lo sabrán.
—¿Por qué le preocupa tanto? Si ellos lo encuentran no tendrán compasión, incluso si la prometida del jefe se los pide.
—Entonces piénselo como un favor, es alguien que conozco.
El hombre asintió de mala gana e hizo una seña a su compañero y ambos se marcharon rápidamente. Solté una gran bocanada de aire que se había atorado en mi garganta, no podía creer que hubiese funcionado.
—Gracias —susurro el hombre incorporándose, pero manteniendo la cabeza agachada.
—Espera —dije acercándome hacia él.
Era más alto que yo, como unos quince centímetros, su cabello castaño le tapaba la mitad de la cara, por lo que gentilmente lo aparté para descubrirlo.
—¿Qué hace? —reclamó él con una mueca confundida. Tenía ese tipo de rostro que llamarían común: nariz recta, ojos avellana y labios un poco finos. Por más que trataba de recordarlo no podía, sin embargo, esa sensación de algo familiar era grande.
—Le agradezco su ayuda señorita, pero creo que es mejor que no nos volvamos a ver.
—Espera, yo te conozco —dije agarrando el borde de su camisa.
—No lo creo señorita, de ser así no estaría vivo —comentó con sarcasmo.
—Tú estabas ahí esa noche, escuche tu voz, había alguien más, creo que un niño, él te llamó hermano.