HENRY
Podía fingir indiferencia casi sin ningún problema, Jay y yo habíamos pasado por muchas situaciones difíciles, no sería la primera vez. Entonces... ¿Cómo pude dejar que me convenciera?, la cabeza me dolía de repetírmelo una y otra vez. Ni siquiera la conozco, por qué tendría que importarme.
Ella estaba loca, tenía que estarlo, recuerdo con innecesaria claridad sus ojos saltones llamándome Daniel, actuaba como si hubiese sido poseída por alguna entidad maligna, y el contraste fantasmal entre su largo cabello negro y su piel pálida no hacían más que confirmármelo. Sin embargo, eso no era lo más peculiar en ella, a pesar de que habíamos permanecido en silencio la mayor parte del tiempo sus pensamientos eran tan ruidosos que casi sentía que podía oírlos, el nerviosismo que emanaba era más que evidente, había devorado por completo sus uñas y no dejaba de mirar en distintas direcciones como si buscara algo. Cansado de su comportamiento suspiré irritado y pregunté:
—¿Qué te ocurre?
—Estoy bien, no me pasa nada, el sol es eso... —respondió de manera atropellada.
—¿El sol? —dije con ironía— Tiemblas más que un prisionero apunto de su ejecución. Si algo te fastidia siempre puedes continuar por tu cuenta, esto no es secuestro.
—¡Te dije que estoy bien! —respondió en una explosión que reflejaba sus ojos cristalizados y un temblor en sus labios.
—Tranquilízate actúas como un asesino escapando de una escena del crimen, haces que Jay se ponga nervioso. —digo tratando de ocultar mi fastidio en un tono calmado.
—Ella no debería de venir con nosotros, tiene algo malo —dice Jay.
—Deje atrás a Leo, debe estar furioso y preocupado, yo nunca hago estas cosas. Crees que podríamos volver a buscarlo. —añade con la voz rota. La fragilidad de su mirada me tentó por un segundo, por suerte recapacité a tiempo, no podía volver a caer en las palabras de una extraña.
—¡Por supuesto que no! Ni siquiera sé quién es Leo, entiendo que él es importante para ti, pero, ¿no crees que debiste pensar en eso antes de seguir a un extraño en primer lugar? Así que lo lamento, pero no regresaré para arriesgarme a ser encontrado por los cuervos.
—¡Leo es mi mejor amigo! ¡Yo salvé tu vida!
—Puedes volver por él si ese es tu deseo, pero nosotros no iremos contigo.
—¡No puedo volver! —gritó repentinamente con fuerza de convicción. La miré a los ojos y por un instante la determinación que mostraba en ellos me hizo retroceder, pero tan pronto como se desvaneció el destello volvió a su estado de nerviosismo.
—Yo, yo no sé qué me pasa —dijo y agachó la cabeza volviendo a sumergirse en sus pensamientos.
Estaba siendo injusto con ella, tal vez si Jay no estuviera conmigo podría haberla acompañado, pero debido a mi actual situación no podía arriesgarme, cada momento que pasaba en este país era un peligro constante por lo que no podía desviarme de mi plan, aún menos cuando estaba cerca de conseguirlo, lo que restaba era sencillo: caminar hasta Kenar, ciudad fronteriza con Koralis, tomar el tren hasta la frontera y largarme de este horrible país. Pensar en Kenar me traía agradables recuerdos, nunca había estado ahí, pero tuve un tío que trabajó en una minería cercana, solía hablarme con ilusión sobre “la ciudad de los mil ríos”, alguna vez había sido el sueño de mi niñez conocer aquel lugar que sonaba tan mágico.
Ocho horas después divisamos un gran edificio a la distancia, a pesar del cansancio y de que casi no habíamos comido nada durante todo el viaje eché a correr para ver la ciudad.
La llamaban la ciudad de los mil ríos, durante años la imaginé de distintas maneras, pero en todas ellas esperaba que fuera un lugar cercano a un paraíso por los relatos que tenía presente. Durante el camino nos habíamos topado con algunos riachuelos, sin embargo, la mayoría del paisaje lucía triste y desolado, dicha imagen no hacía más que crecer conforme nos acercábamos a nuestro destino; entonces, parado en lo más alto de la colina terminé por extinguir la imagen que tenía en mi mente.
Un rio de aguas marrones se distinguía a lo lejos perdiéndose en las faldas de la montaña. Varios edificios se levantaban por encima de la muralla que rodeaba la ciudad; se erguía a la derecha de la entrada una estatua de mármol en honor a la diosa Meratzu, o lo que quedaba de ella ya que gran parte de su rostro estaba destruido y su cuerpo se encontraba envuelto por grandes cadenas, sin embargo, aún se distinguía su largo collar de flores. Patrullaban la entrada decena de guardias, detenían e inspeccionaban a cualquiera que entrara en la ciudad, pero lo que más llamaba mi atención y preocupaba en partes iguales era la misteriosa figura encapuchada que estaba recostada despreocupadamente en una esquina del muro. Hombres que ocultaban su rostro, eso a menudo solo significaba peligro, sobre todo en los últimos tiempos.
—Hermano, ¿sucede algo malo? —preguntó Jay aferrándose con fuerza de mi camisa.
—Tranquilo, no hay nada de qué preocuparse, todo está bien, ya llegamos a la ciudad, —le digo con falsa emoción— pronto nos iremos de aquí.
—¿Estás mintiendo? —me pregunta confundido.
Jay tenía un sexto sentido muy desarrollado, mentirle era casi imposible.
—¿Confías en mi palabra? —Jay asiente inseguro— Te prometí que te protegería y te llevaría a un lugar seguro, no dudes ni por un instante de que haré lo que sea para cumplirlo. Así que cree cuando te digo que pronto nos iremos de este lugar.
Atravesamos la entrada sin ningún problema, preguntaron por nuestra estadía en la ciudad, mentí diciendo que solo íbamos a visitar a un pariente y que nos iríamos lo más pronto posible después de eso.
No obstante, algo malo ocurrió después de que cruzamos la puerta, Jay empezó a temblar de tal manera que se desplomó en el suelo solo algunos metros después, los guardias voltearon a vernos extrañados, por lo que tuve que cargarlo en mis brazos y caminar rápidamente hasta alejarnos.