Iuvenis | #3 |

Capítulo 1. El despertar

Dana daba una y otra vuelta por el pasillo de su casa, ¿en qué momento habían decidido ir todos a parar ahí?, ¿un psicópata los perseguía y tomaban la decisión de irse a su casa? Ya sabía ella que por algo se había escapado de ese mundo y había tratado de mantener a María al margen, pero al final parecía ser cosa del destino, y de ese no se podía escapar.

Miró a su marido al lado de su hija, había sido más que complicado explicarle la situación, pero no había tenido más remedio, ¿qué excusa le iba a poner para meter en su casa a tres adolescentes, cuatro adultos y un señor mayor?, ¿que eran familia perdida que acababa de reencontrar? ¡No hubiese sido una mala idea!, ¿por qué no se le habría ocurrido antes?

Avanzó junto al resto que estaban inmersos en su habitual discusión, ¿cómo rescatar a Nicky? Ella también quería rescatarla, en los meses en los que la había conocido en Santiago de Chile había comprobado que era muy buena niña, pero sabía que no era el momento de improvisar un rescate. Las cosas había que meditarlas con detenimiento, y más si el cautor era el psicópata de Ezequiel Calonge...

—Cariño, ¿estás bien?—preguntó Dana a su hija.

María llevaba bastante rato en absoluto silencio junto a su  padre a la vez que miraba, de vez en cuando, de reojo al resto.

—Sí—respondió esta algo ida.

—¿Quieres salir a dar una vuelta?—preguntó el padre.

La rubia negó con la cabeza, era demasiado arriesgado salir de esa casa. Era cierto que estaban en Santiago de Chile y que, además de los allí presentes y Cesar y Marco, nadie conocía de la existencia de ese hogar, pero era mejor prevenir que curar.

—Voy a tomar un vaso de agua—sentenció y miró a su padre—. ¿Quieres algo?

Este no respondió. Toda la información que había recibido así de sopetón lo había dejado sin habla. No podía creerse que su mujer y su hija tuviesen poderes y, sobre todo, que su niñita fuese de una especie que se creía extinta, pero que resultaba que no, o algo así. A decir verdad, tampoco había atendido mucho. Nada más escuchar poderes, criaturas mágicas y poco más, había desconectado. Todo parecía tan irreal, ¿cómo habían podido escondérselo por tanto tiempo?, ¿cómo había decidido su mujer mandar a María a ese peligroso internado sin decirle ni una palabra a él? ¡Se suponía que estaba en un internado para niñas con altas capacidades! ¿Por qué nadie había sido capaz de ser sincero con él?

María caminó hasta la cocina y vio a Bruno sentado en una de las sillas solo con la cabeza entre sus manos. Parecía más que agobiado. Avanzó hasta colocarse tras él y puso su mano encima del hombro del chico.

Él se giró y le dedicó una tierna sonrisa que ella correspondió. No hacía falta decir nada. Ella sabía perfectamente como se sentía él, y él sabía que ella lo comprendía, y eso era algo que agradecía en el alma.

—¿Quieres algo?—preguntó la rubia con voz dulce.

Este negó con la cabeza. Tenía el estómago cerrado desde que se habían llevado a su hermana. María lo abrazó por detrás. Odiaba verlo así y ser incapaz de hacer algo. Lo que no sabía era que con su sola presencia y su sonrisa le ayudaba más de lo que ella pudiese imaginar.

—Gracias—agradeció de pronto el chico.

María lo besó de forma tierna, no necesitaba que se las diese.

—Sabes que estoy para lo que necesites—respondió firme y volvió a besarlo.  

Varias voces con fuerte tono que provenían del salón interrumpieron el momento y los obligaron a volver con el resto. Sin ellos ahí, seguramente varios acabarían matándose entre ellos.

En el centro del salón un Óscar paliducho de aspecto débil los miraba a todos bastante desorientado.

—¿Dónde estoy?—preguntó buscando a Nicky.

María desvió la mirada. Desde que habían llegado a su casa, Óscar había permanecido inconsciente y, por tanto, no tenía ni idea de dónde estaba.

—Estás en mi casa, en Chile—respondió la rubia con voz conciliadora—. Necesitas seguir descansando—añadió.

—¿Y Nicky?—preguntó fijando la vista en Gael e ignorando la recomendación de la joven Ignis.

Gael miró a Nathaniel, él había tomado la decisión y por tanto era a quien le tocaba responder a la pregunta.

—La tienen ellos—respondió roto de dolor.

Durante este tiempo Nathaniel se había sentido destrozado por la decisión que había tomado, sabía que se había equivocado, no debió de hacerle caso a esa cabezota, debió haber abandonado a Óscar allí y haberse llevado a Nicky a la fuerza, aunque eso hubiese hecho que lo odiase de por vida...

—¿Qué?—preguntó Óscar avanzando hacia Nathaniel.




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