Ivor

Capítulo 1- Shawna

Día presente

Toda mi vida me he sentido vacía, o mejor dicho, incompleta. No sé el porqué de ese sentimiento, pero no es nada divertido tener veinte años y todavía estar en babia, sin saber que hacer de tu vida. En realidad cumplo veinte mañana, podemos decir que hoy es mi último día de los diecinueve. He terminado la prepa con muy buenas calificaciones, pero no he ido a la Universidad. En un momento pensé en ir a Columbia, estudiar algún doctorado, me gusta mucho la cirugía. En otra oportunidad pensé en ir a Princeton, hasta pensé en un momento en ir al Instituto Tecnológico de Massachusetts, soy buena en muchos rangos. Pero nada de eso me daba alegría, placidez y Júbilo. No me complementaba. Entonces, con la excusa de no poder dejar sola a mi mamá de corazón, he decidido quedarme aquí y trabajar para ayudarla con las cuentas de la casa. Por lo que, trabajo en un bar por las tardes y por las mañanas la ayudo en su tienda de “baratijas antiguas”, la llamo así porque tiene muchas cosas viejas que, en su mayoría no sé qué función cumplen.

La tienda está a dos manzanas de nuestra casa, por lo que no tengo que caminar mucho para llegar a ella y hacerlo en las primeras horas de la mañana, es mi parte favorita. Vancouver no cuenta con un clima muy cálido y eso es lo que más me gusta de esta ciudad, su frío clima, su estilo gótico al tener al Sol siempre escondido tras grises nubes y los cuatro o cincos días que llueven sin cesar. No siempre es así, pero, en su mayoría.

Llego a la tienda y rápidamente me dispongo a abrir sus puertas, a pesar del frío de afuera, aquí dentro está cálido y golpea contra mí. Respiro profundo el aroma a viejo que despegan las “baratijas” y el inconfundible aroma a libros, si me hubiera ido de Vancouver de seguro que extrañaría horrores éste aroma. Sería una de las cosas que más extrañaría. Mi madre tiene una buena cantidad de libros a la venta, tanto nuevos como usados y además tiene una especie de biblioteca, las personas pueden venir, sentarse en una de las sillas o sillones que hay en conjunto a un lado de la tienda y leer con tranquilidad absoluta, mientras se toman un café o un té de hierbas que mi madre ofrece gratuitamente. Creo que lo hace más para aquellas personas que necesitan desenchufarse por unos momentos de las cosas cotidianas de la vida, y mi mamá disfruta mucho tener personas esparcidas por el lugar. No es muy buena en soledad, la he encontrado infinidades de veces charlando con alguien sobre algún libro en cuestión.

En cuanto di vuelta el cártel de abierto en la puerta, corrí hacía atrás para poner la cafetera y prepararme un buen y potente café, además tenía que haber café y té listo para los madrugones que llegan temprano a leer, mientras se toman una infusión bien caliente y cargadita.

La cafetera suena y me dispongo a poner el agua en un termo para luego llevarlo a una mesa de café que hay en el centro de las sillas y sillones en donde ya están ubicadas las tazas, edulcorante, azúcar y los saquitos de café y té para que las personas se sirvan por si solas. Cuando todo está listo y estoy satisfecha con mi trabajo, vuelvo a la cocina para ocuparme de mi propia cafeína. Mientras vierto el líquido oscuro en mi taza, escucho la campanilla de la puerta y me apresuro a ir hacia adelante para ver a nuestro primer cliente. Al llegar no encuentro a nadie y frunzo el ceño mirando a mí alrededor. No estoy loca y estoy segura de que escuché la campanilla. Dejo la taza sobre el mostrador y camino hasta la puerta para quitarme la duda. Nada. Me giro para volver con mi taza de café y me colisiono contra un firme pecho y por supuesto, grito como una loca por el susto que me pegué. Nunca fui buena con las sorpresas ni con las apariciones de improvisto. Al mismo tiempo que dejaba escapar mi chillido espantoso, pude sentir como me iba de sopetón al suelo. Cerré los ojos adelantándome al dolor que me iba a proporcionar el golpe contra el piso, pero nunca llegué a caer, me sentí en el aire, como si me estuviera sosteniendo alguna fuerza mágica o algo por el estilo. Al abrir mis ojos, unas esferas verdes brillaban ante mí, eran los ojos más hermosos que nunca había visto. El verde era intenso, brillante, como si miles de constelaciones estuvieran atrapadas allí. Un destello de luz, apenas perceptible me hizo volver a la realidad y darme cuenta que no era una fuerza mágica la que me sostenía, sino un fuerte brazo que rodeaba mi cintura y me mantenía pegada a un cuerpo masculino. Al dueño de esos impresionantes ojos verdes.

Eso lo que se lee en los libros de romance, cuando el calor se arrastra por tu cuerpo, cuando esa extraña electricidad o energía disfuncional te recorre por dentro y ese cosquilleo en la nuca; puedo decir con toda seguridad que todos esos síntomas los acabo de tener. Me acabo de auto diagnosticar con “El síndrome del romance cliché” me va a agarrar un ataque de risa si sigo dirigiendo mis pensamientos a lo absurdo.

— ¿Te encuentras bien? —puedo jurar que su voz fue como una caricia a mi ser. No encuentro las palabras ni mucho menos mi voz, por lo que solo asiento con la cabeza y él me muestra una media sonrisa conocedora—. Si te suelto, ¿crees que podrás quedarte de pie? —frunzo el ceño, claramente me estaba tomando el pelo.




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