La he seguido por veinte años, por alguna extraña razón, su madre adoptiva la ha traído muy cerca de mi ático y eso ha facilitado mi propósito. Pero es la primera vez que me acerco a ella, que me dejo ver ante ella y estoy seguro que su alma reconoció a la mía en un instante. El tenerla tan cerca, el poder hablar con ella, el sentir su cuerpo pegado al mío, el poder tener a centímetros sus hermosos ojos esmeraldas, Dios, me he torturado como un maldito idiota masoquista. Es tan hermosa, por dentro y fuera. Su alma no ha cambiado, a pesar de no recordar, su alma sigue teniendo la misma pureza.
Cuando la tuve en mis brazos, moría por besarla, cuando sus ojos se clavaron en los míos, juro que sentí, por un instante que, todo lo nuestro volvía a ser normal. La sensación de que nada se había perdido fue abrumadora, pero pude estabilizarme previo a cometer un error y perderla antes de recuperarla.
El estar en el mismo lugar con ella, el mantener un dialogo fue un jodido suplicio para mí, sin poder tocarla, sin poder decirle cuánto la amo, que pasé más de dos siglos esperándola y que seguiría haciéndolo si tengo que hacerlo; creo que fue lo más difícil que hice en toda mi vida después de perderla.
Su jovialidad, su picardía, su esencia, todo sigue estando ahí, sigue siendo ella y mi corazón no deja de dar saltos de alegría por saber eso. Cuando la atrapé viéndome desde el mostrador, me hizo recordar a la vez que la conocí; ella llevaba un hermoso vestido lila, su pelo era rubio oscuro, no castaño como lo es ahora, sus ojos esmeraldas eran los mismos, siempre mostrando esa inocencia y tenacidad que me hacían perder la cabeza. El día que la conocí, ella paseaba por la feria del pueblo en Gales con su prima, Yanira, me perdí en ella al instante, ella sonreía como si no existieran las cosas malas, como si todo fuese un cuento de amor. Shawna notó mi presencia y clavó sus ojos en mí, ese día supe, con todo mi ser que, ella era el amor de mi vida, y así fue, no me equivoqué. Ese día, hizo lo mismo que hoy, se quedó mirándome, perdida en cada movimiento que hacía, mientras yo fingía no notarlo. Y al igual que éste día, cuando elevé mi vista hacia ella la había atrapado mirándome y me había divertido mucho ese nerviosismo que sintió al ser descubierta.
Tuve que irme de esa tienda y salir de su lado porque estaba muy seguro que la iba a cagar. Estaba a punto de abrir la boca y escupir todo sin nada de tacto y obviamente, después de llamarme loco me haría salir de su tienda y de su vida con una buena patada en mi entre pierna. Y no podría culparla. No diré nada del beso que le dejé en la mejilla, muy cerca de su boca. Tenía que hacerlo o mejor dicho, salió así, tan natural, como si lo hubiera hecho miles de veces. Y lo he hecho miles de veces.
Ahora estoy llegando a mi ático, necesito pensar en una buena estrategia para esta noche, ella irá a su trabajo en ese bar y sé que su amiga, Iris, le hará una especie de cumpleaños sorpresa al pasar la medianoche, ya que mañana cumple sus veinte años. Debo estar ahí, no puedo perderla de vista y mucho más en esta fecha. No he sabido nada de Tristán desde hace mucho tiempo, desde el mismo tiempo en que nos maldijo y en que perdí a Shawna. Ni siquiera sé si está vivo, pero no puedo relajarme sin estar seguro al cien por cien que ella no está en peligro.
Entro al ático y puedo escuchar el piano de cola sonar. Es una melodía muy antigua que Parry siempre cantaba cuando vivíamos en Inglaterra, llevaba mucho tiempo sin oírlo tocar el piano, y mucho menos sin oírlo tocar esa canción en particular. Ese instrumental gritaba a viva voz sobre el amor.
Camino hasta al bar y sirvo un poco de licor para ambos, saboreando la hermosa música. Me detengo detrás de él y espero a que termine con su melodía. Cuando acaba, me observa a través del reflejo del ventanal, el cual nos regala una gran vista de toda la ciudad.
— ¿Ese Bourbon es para mí? —me pregunta, señalando con la cabeza el vaso en mi mano. Sonrío y asiento, al tiempo que me acerco a él.
— ¿Qué ocurre? —curioseo una vez que le paso su Whisky y me siento a su lado en el banco observando las teclas del piano.
— ¿La has visto? —cuestiona ignorando mi pregunta.
—Sí —contesto, dejando escapar un profundo suspiro—. La he visto y le he hablado —puedo sentir como mi amigo casi se desnuca al mirarme, pero yo sigo con la vista clavada al piano—. Y la he tocado —concluyo.
—Wow —silba. Sé que su cabeza está yendo a dos mil por hora.
—No la he tocado en ese sentido —aclaro—. Ella casi cae y la sostuve —me bebo el licor de un solo trago y giro mi cabeza para mirarlo a los ojos—. Ella se sostuvo en el aire por unos instantes, sola —digo y sus ojos se agrandan.
— ¿Qué? —suelta él.
—No se dio cuenta —niego y cierro los ojos—; casi cae, ella cerró sus ojos y se sostuvo en el aire. Cuando me di cuenta que ella no sabía lo que estaba haciendo, pasé mi brazo a través de ella e hice que yo la había agarrado antes de caer. Pero la realidad es que ella se sostuvo sola —una risa sin gracia sale de mi boca.
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Editado: 30.08.2018