Cuando Parry dijo que debía hacer magia para recordar, creo que yo me estaba imaginando algo así, como, David Copperfield, trucos con cartas, sacar un conejo de un sombrero, pero definitivamente no esto. Hace dos horas que estamos en medio de un bosque, lo más alejado de la ciudad y ellos pretenden que haga florecer unos malditos dientes de león. Es algo totalmente imposible, al menos para mí.
—Shawna —habla Parry con voz cancina—, has hecho éste truco millones de veces —comenta—. Fue lo primero que aprendiste a hacer en cuanto tuviste esta clase de poder.
—Pero no lo recuerdo —protesto—. Por ende, puedes decir hasta el cansancio que lo he hecho millones de veces en mi vida pasada. No soy la misma —me quejo, estoy irritada. Odio cuando las cosas no me salen o se me complican y Parry con sus bromas y sus relatos del pasado no me hace sentir mejor. Muchos menos cuando se burla de mí.
—Eres exactamente la misma. Tú y ese mal genio tuyo —refuta él señalándome.
—Shawna —interviene Ivor—, te hemos visto hacerlo en esta vida —me apunta y creo que nota mi desconcierto, ya que me regala una sonrisa—. Cuando eras apenas una niña, jugabas en el jardín de tu casa, hacías crecer hermosas peonias blancas. Cuando llovía, en la ventana de tu cuarto, dibujabas animales para después darles vida, al día siguiente, tú hacías una enorme burbuja con las gotas restantes de la lluvia o las elevabas hasta lo más alto que podías —se acerca a mí, en donde estoy agachada tratando de hacer crecer, al menos un diente de león, se acuclilla a mi lado y apoya su mano encima de la mía—. Solo siente como late la vida por dentro —murmura y al sacar su mano, un diente de león con el blanco más puro que haya visto antes, aparece en todo su esplendor—. Ahora inténtalo —me ordena.
—No puedo —digo, pero él me hace callar negando con su cabeza.
—Hazlo —exige y dejando escapar un suspiro, vuelvo a colocar mi mano al lado de donde había hecho crecer esa flor—. Cierra los ojos —me ordena y le hago caso—. Ahora, siente —lo escucho susurrar en mi oído— Siente su latido, siente su alma recorriendo cada extremidad. Busca el corazón en su raíz. Imagínate como va creciendo entre tus manos, como late cada vez más fuerte. Puedes escuchar sus sonidos, su dialecto en tu pecho. Puede sentir como te susurra al oído, como te pide vivir. Puedes sentir como se aferra a la vida, esa vida que tú vas a darle —imagino cada palabra que Ivor me susurra al oído. Tengo una visión muy clara en mi mente de cómo su raíz va creciendo y su tallo se alarga. Sus hojas lanceoladas con una nervadura central se van formando entre mis dedos, puedo sentir su cosquillear. Puedo ver, en mi mente, como su flor es tan blanca como la que Ivor le había dado vida.
—Wow —escucho la exclamación de Parry a mi espalda.
De a poco abro los ojos y frente a mi veo como un diente de león se mueve suavemente a un lado y otro, obligado por la brisa. Una sonrisa se dibuja en mi rostro. Lo he logrado. Para cuando miro más allá, puedo ver que, no solo he hecho crecer un diente de león, sino que hay varios metros de ellos a nuestro alrededor. Se ven tan hermosos, tan vivos, brillantes y puros. Miro a Ivor que sigue a mi lado y me regala una sonrisa complaciente.
—No soy la misma, decía —Parry imita espantosamente mi voz—. No puedo hacerlo, decía. Sí, claro. Le pedimos que solo haga crecer una flor, pero ella quiere llenar todo el bosque con esas jodidas cosas —se burla y por su media sonrisa tirando de un lado de sus labios, sé que está tan feliz como yo por haber logrado esto.
—No fue tan difícil, ¿verdad? —cuestiona Ivor, tomando mis manos para ayudarme a levantar.
—Solo un poco —admito.
Los ojos de Ivor se posan en nuestras manos unidas y velozmente su sonrisa desaparece. Luego, clava sus ojos verdes en mí y puedo sentir el calor que emana, a pesar de no estar tan cerca como para que eso suceda.
—Vayan a un cuarto, por Dios Santo —masculla Parry cortando el hechizo que mantenía nuestras miradas ancladas y, dejamos caer las manos a nuestros costados—. Mejor me voy yo. Mi trabajo aquí, ya está hecho —comenta, mientras comienza a hacer su camino hacia fuera del bosque.
—Deberíamos ir con él —sugiero.
—Sabe el camino —dice en voz baja — ¿Cómo te sientes? —quiere saber.
—Bien —contesto — ¿Cómo fue que se me dio éste poder? Lo de ser banshee no tiene nada que ver, ¿verdad? —el niega con la cabeza.
—Éste poder fue un regalo, por decirlo de alguna manera, que te hicimos en tu cumpleaños número 18 —me cuenta—. Nosotros somos capaces de otorgar un poco de poder a quien en verdad queramos. Es una pequeña parte de nosotros tres…
— ¿Nosotros tres?
—Parry, Tristán y yo —aclara y arrugo mi frente al escuchar ese nombre. Él suspira y gira su cuerpo hacia un lado, mirando más allá—. Antes éramos amigos, en realidad, éramos muy unidos. Siempre estábamos los cuatro teniendo aventuras y jugando con la magia a escondidas de las demás personas. Parry siempre fue tu mejor amigo, el más cercano a ti. Era una especie de tu confidente. Supongo que fue porque tenían la misma edad. No lo sé. Luego Tristán y tú empezaron a estar juntos, todavía no sé muy bien cómo es que llegaron a eso, pero así fue. Estábamos bien —entona dejando salir el aire de sus pulmones.
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Editado: 30.08.2018