“No podemos controlar el mar,
pero si podemos gobernar
nuestro barco”
—Séneca.
—¡Su majestad!, ¡Su majestad!—llamaron con urgencia a la puerta de mi habitación, perturbando el momento que compartía con Dereck.
Me precipité a abrir la puerta, enfadada por la interrupción, sin darme cuenta de mi estado medio desnudo.
—¿Por qué me llamas de esta manera? Espero que lo que tengas para decir valga la pena. Sabe que detesto que me interrumpan mientras me alimento—expresé molesta.
—Su majestad, disculpe la interrupción. Me enviaron a llamar en cuanto terminara de comer, según la orden que usted dio en la sala del trono—respondió la persona, visiblemente nerviosa.
¿Acaso había ordenado que alimentaran a una criada? ¿Acaso me estaba volviendo más benevolente?
—¿Quién eres tú?—pregunté, apuntando con precaución una daga a su cuello por si acaso era una espía enviada por los Sovishen.
—Soy la madre de la niña a la que usted salvó de la muerte—respondió temblorosa—Por favor, no me envíe a la guillotina, tengo una niña que cuidar—se arrodillo.
—No mato sin justificación—respondí con indiferencia quitando la daga de su cuello—Levántate.
El cambio en ella me sorprendió, se veía muy diferente: su cabello limpio y ordenado, su piel cuidada.
—Ya no pareces una ladrona vagabunda, el cambio es sorprendente—dije sin miedo a herir sus sentimientos—Ahora dime, ¿por qué has venido y por qué estás vestida así?—señalé sus ropas de criada—Nunca di la orden de que te convirtieras en una criada de mi castillo. Y, solo para informarte, nunca me interrumpas cuando bebo sangre o estoy en mi habitación, a menos que sea algo verdaderamente urgente.
—No era mi intención ofenderla, majestad—se disculpó.
—Estoy cansada de las disculpas. Mejor dime por qué estás aquí—respondí, ya hastiada.
—Me enviaron a informarle que los gemelos Ramsi han llegado y tienen información que darle—finalizó.
—¡Por qué no me lo dijiste antes! Deberías haberlo mencionado desde el principio y no hacerme perder el tiempo. Déjame pasar—la aparté suavemente para intentar salir, pero un carraspeo arrepentido detuvo mi movimiento.
—Su majestad...
—¿Qué ocurre, Dereck? ¿Acaso no escuchas que los gemelos han llegado?—
—Sé lo importante que es su llegada, pero ¿no crees que deberías ponerte algo más adecuado? Estás casi desnuda, mi reina—susurró Dereck, preocupado por mi.
—Trae mi capa y ven conmigo—le dije, observándolo abotonarse la camisa y arreglar su cabello despeinado por nuestro momento íntimo hace unos minutos—Tú también vienes conmigo—me dirigí a la humana—Tengo que hablar sobre quién dio la orden de convertirte en criada sin mi permiso. Por cierto, ¿dónde está la niña? Pensé que no se separaría de ti.
—La enviaron a peinar a los caballos. Dijeron que lo más probable era que usted saliera después y ellos tendrían que estar limpios y ordenados. Además, dijeron que es el trabajo más fácil para ella.
—¿Quién diablos dio esa orden a una niña de seis años?—exclamé furiosa mientras avanzaba hacia el salón del trono.
—Fue Lady Lina la esposa del Conde...—comenzó a responder la humana.
—Sé quién es—la interrumpí—No tienes que decirlo— Esa mujer siempre se metía donde no la llamaban. No sé quién la puso como jefa de las damas mientras Sara— mi nana— no estaba.
—Me encargare de este asunto después. Ahora ve y ordena que preparen una gran cena para los Ramsi. Ellos saben lo que deben hacer. También quiero que tú, la niña y la condesa estén en el salón del trono mañana a primera hora—ordené, y la humana asintio inclinándose con respeto antes de marcharse.
—Parece que estás molesta con la condesa—Dereck comentó a mi lado.
—Más que enfadada, estoy hastiada de esa mujer. Piensa que puede hacer lo que quiera solo por ser una condesa, justo porque Sara no está en el castillo.
—Debes pensar con claridad y actuar sabiamente. No puedes condenarla sin un juicio justo, Izel—advirtió con calma.
—¿Me estás cuestionando, Dereck?—me detuve y lo miré enojada.
—Para nada. Solo te recuerdo que es una condesa, no una plebeya común. La sociedad estará en tu contra si tomas decisiones precipitadas.
—La sociedad no me importa. Puedo mandar a la guillotina a quien sea y cuando yo quiera—suspiré pesadamente—Debería haberlo hecho hace tiempo.
—Si decide hacerlo, perderás a tus consejeros reales. Tendrás que contratar y entrenar a muchos más, lo que retrasaría todo el comercio, tratados y el proceso minero. No podemos parar todo por un capricho—advertía con razón.