Damian
Aplaudía el finalizado espectáculo como todos los presentes igual. Samara se había lucido con todas las de la ley en su primera noche danzando para el publico masculino que había quedado más que encantando.
Y es que ese baila había dejado más de un pene duro, incluido el mio. En el momento que la presenté en el escenario no imaginé que seria una noche tan espectacular como lo era esta. En en el momento que anuncié un nuevo número de entretenimiento los presentes gritaron euforicamente, me fui detrás del precario escenario para buscar a la estrella que estaba en una habitación que oficiaba de "camarín".
Golpeé dos veces la puerta donde se encontraba la castaña y recibí la sorpresa de verla enfundada en un vestido rojo y ajustado hasta las faldas donde tenia un volado con pedrería que tintineaba con cada movimiento que hacia. Estaba frente a mi con los ojos delineados de un fuerte negro que resplandecía sus ojos verdes, su boca estaba tintada con un color carmín y tenia los labios ligeramente curvados en una bella sonrisa.
Ella me miraba inocentemente y sin saber la clase de pensamientos pecaminosos y sexuales que invadían mi cerebro. Samara estaba tan hermosa que ni siquiera se daba cuenta que ya tenia a su primer espectador con una erección de monumento.
— Estas bellisima. — Mi voz salió idiota y tuve que parpadear para poder recomponerme, ella negó con la cabeza y me hizo una señal para que entre detrás de ella. — ¿Que pasa, Samara?
Ella se apoyó en la puerta de la habitación y ese gesto me pareció una provocación total; pero ese pensamiento se fue al garete cuando la vi voltearse y mostrarme una costura superpuesta a un cierre, volvió a darse la vuelta con total mosqueó y me di cuenta que ella estaba a un paso de la crisis.
— Pasa que se me ha roto esta mierda y estamos a ¡DOS MINUTOS DE ENTRAR!— Dijo ella con total perdida de cordura, me hacia gracia verla así porque ella parecía estar siempre al mando de toda situación y nada se le escapaba.
Le hice un gesto para que se volteará y me acerque para arreglar el desastre del cierre de ese vestido que le quedaba como un guante. Tenía frente a mi la espalda desnuda de Samara y sentía que el aire salía de mis pulmones y que la sangre abandonaba mis partes más endurecidas.
Su piel era blanca como lo más inmaculado que jamás vi, sus hombros finos y su cuello largo que estaban expuestos ante mi respiración pesada. Con las manos temblorosas presioné el cierre para que encajara en el lindel y así poder cerrarlo, junto con las imágenes XXX que no podían ser reproducidas.
La habitación estaba en silencio y solo se escuchaba como yo resoplaba el aire caliente que me salia del pecho; rozaba levemente su piel y podia decir que era de lo más suave y tersa, suspiré invocando a alguna deidad para que me diera el control que necesitaba, o de lo contrario esto se me descontrolaria.
Al llegar al final del cierre, pude ver que a la altura del homoplato derecho tenia un pequeño tatuaje, algo infimo y delicado; pero en este momento me parecia lo más sexy del mundo.
— ¿Qué significa "Jacharí"?— Le pregunté y ella se volteó rápidamente como si mi pregunta la hubiese mosqueado.
— Cosa de gitanos.— Dijo simple y llanamente cortando el tema.
Me acerqué a la salida mientras la empujaba levemente por la espalda baja, abrí la puerta para que ella salga primero y me tomé el atrevimiento de enganchar su brazo con el mío para escoltarla yo mismo hasta el escenario.
Una vez frente a los telones rojos que adoraban el escenario, ella me miró y sonrió, abrí las telas para ella y se sumergió en la oscuridad a medida que la música empezaba a sonar.
Fui rápidamente del otro lado para poder ser un espectador en primera fila y ver cuál era el efecto que me creaba Samara está vez.
La música era una suave bulería que cada vez sonaba más fuerte y llenaba el bar, las luces alumbraban a una mujer vestida de rojo y de espaldas al público.
Ell estaba sentada en el suelo con ambas piernas cruzadas, provocando así que los tajos de su falda se abran y dejen ver sus largas piernas hasta la altura de los muslos.
El público enmudecio cuando la bell gitana se levantó y con la gracia de una profesional, empezó a contonear sus caderas de un lado al otro; su pollera con monedas resonaba a medida que se movía y creaba un ritmo junto con el movimiento de caderas de la propia dueña.
Los hombres a mi lado murmuraban un sinfín de obscenidades dirigidas a mi nueva empleada que tenía encantado a todos los masculinos.
Del vuelo de su falda sacó un pañuelo transparentoso de color rojo y comenzó a mecerlo al viento al mismo tiempo que ella se movía.
— Amigo, ¿de dónde la sacaste?— La voz de Sean me sacó de mis pensamientos. El era mi amigo desde que nacimos prácticamente, y al igual que a mi, nos gustaban los espectáculos buenos.
— Del cielo Sean, Del cielo.— El me sonrió y levantó a sus labios la botellas de cerveza a medio tomar.
— Más bien parece del infierno.— Dijo y se acomodó el frente del pantalón haciendo énfasis a su comentario — ¿Cómo se llama?