¡Vaya primer día!
Una mujer entró para hablarle locuras sobre su padre, lo amenazó y tuvo que permanecer junto a ella, detrás del mostrador, tirado en el suelo y haciendo todo lo posible para mantenerse a salvo de unos hombres con ametralladoras.
Mientras le disparaban, Jack podía sentir la madera del mostrador resquebrajarse. Las balas que no impactaban en este las veía chocar con los libros, destrozando historias irreemplazables y de un valor incalculable. La cafetera estalló en mil pedazos, esparciendo vidrios, sangrando café encima de papeles y en la máquina de escribir.
Quién sabría por qué lo querían muerto. Sin avisos, sin advertencias, empezaron a dispararle como si fuera el criminal más buscado del país. Nunca le hizo daño a nadie. Cometió errores, por supuesto, al igual que todo el mundo, pero no eran tan graves como para tratar de eliminarlo. O al menos eso creía.
«¿Qué quieren de mí?», se preguntó con desesperación, agarrándose la cabeza con ambas manos y cubriéndose los oídos.
«¿Se trataría de la herencia que nombró esa mujer?» Miró a Anastasia en busca de una respuesta, pero ella tenía la mente en otra parte. Planeando algo que los sacara de esa situación peliaguda. Jack lo agradeció para sus adentros. Si no fuera por ella, podría haber muerto.
Cuando las balas empezaron a romper todo lo que había en la librería, Jack se había paralizado, como un árbol en medio de la tormenta, sin poder hacer nada más que ver cómo se rompen las ramas y el tronco se desprende de la tierra.
En ese instante, Anastasia demostró de qué estaba hecha.
Con una velocidad impresionante (y más impresionante aún porque llevaba un vestido que limitaba sus movimientos) lanzó a Jack detrás del mostrador, esquivando la ráfaga de balas. Una vez a salvo, le dijo que mantuviera la cabeza gacha. No le llevó la contraria.
—¿Quiénes son esos tipos? —preguntó, alarmado.
—Te lo dije, vinieron a matarte —contestó.
—Sí, puedo darme cuenta de eso. No creo que sean decoradores de interiores.
—Mira Clover, estoy intentando concentrarme —rezongó—. Tengo que saber cuántas balas les quedan para contraatacar y sacarte de aquí.
—Hay tres armas, dos de ellas necesitarán cargar balas en cinco segundos y la última en siete —dijo con total seguridad. Como si hubiera hablado otra persona por él, utilizando su voz.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó, incapaz de ocultar su asombro y curiosidad.
—No lo sé, pero no me equivoco. Si vas hacer algo, este es el momento —aventuró.
Anastasia asintió.
Jack pensó que sacaría algún tipo de pistola. Sabía que no tenía espacio para un arma grande y no cargaba con ningún bolso, pero al menos un arma creía que tendría. Cuando miró con lo que pretendía defenderse, contra al menos tres tipos con terroríficas ametralladoras, quedó atónito y perdió todo el color en su rostro.
Una daga.
Esa mujer pretendía defenderse de unos tipos armados con una daga. Si antes no hubiera pensado que estaba loca, sin duda lo habría hecho en ese momento.
—Espero que esté afilada —musitó Jack.
Parecía que lo decía en broma. Que era una persona que se reía incluso en situaciones de extremo peligro. La realidad es que estaba muerto de miedo, quería salir corriendo y suplicar por su vida. Aunque eso no resultara una estrategia muy inteligente. Decidió quedarse ahí, haciendo estúpidas bromas para ocultar su nerviosismo.
—Por una vez, cállate y observa —ordenó Anastasia con dureza.
Todavía tenía sus dudas sobre esa mujer. Aseguraba que saldría de la librería en un cajón o en algo peor. Nunca fue muy creyente, pero si rezar lo pudiera sacar de ese aprieto prometió que lo haría todas las noches sin olvidarse de una sola. Sin embargo, cuando vio lo que hizo, creyó que era él quién había perdido la cordura. No podía ser real. Debía ser una alucinación causada por la tensión y el pánico que sentía.
Anastasia pasó su mano por encima de la daga y tanto esta como su mano, desprendieron una energía roja causando que se dividieran hasta formar cuatro iguales. Copias idénticas de original. Colocó dos en cada mano, entre sus dedos, luego dio una voltereta para salir de detrás del mostrador y arrojó tres dagas a una increíble velocidad. Dos de ellas atravesaron agujeros hechos por los disparos y la otra atravesó una ventana rota. Se detuvieron en sus objetivos. Aquella que no lanzó la guardó en una funda, atada sobre el muslo izquierdo.
Cada hombre se desplomó en el acto, con un pedazo de metal incrustado en su cuerpo. Cortó el cuello de uno, otra se clavó como un aguijón en el medio del pecho y la última siguió un camino recto a través del ojo de uno de los matones. Sus trajes se mancharon de rojo, sus corbatas se arrugaron y sus sombreros se escaparon de la cabeza de esos hombres que cayeron muertos frente a la librería.
Fue sanguinario, desquiciado y mortal, y Jack sintió una excitación como nunca había sentido antes. Un estallido de adrenalina invadió su cuerpo, recorriendo cada nervio de él. Tendría que haberse asustado, habría sido lo más normal y nadie se atrevería a juzgarlo por ello. Sin embargo, ocurrió justo lo contrario. La emoción le subió a tope y por un momento lo único que quería era salir y ayudarla a pelear, aunque nunca se hubiera enfrentado a hombres armados. Y, tal vez, lo habría hecho si no lo hubieran sorprendido por la espalda tomándolo del cuello y levantándolo en el aire con una fuerza descomunal, casi sobrehumana.
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Editado: 08.01.2021