Jafet comenzó a llorar, el mundo que él había creado no era para nada como lo había imaginado, nadie le hacía caso ni le agradecía por haberlos creado.
—Ya no quiero esto, es horrible— decía gimiendo.
Continuó llorando por largo rato cuando de pronto ¡BUM! Apareció el anciano.
— ¡Pero que hermoso mundo has creado Jafet!—dijo mirando a su alrededor e ignorando sus lágrimas—oh vaya, mira eso, incluso tienes tu propio campo de tlachtli.
El anciano continuó apreciando el nuevo mundo hasta que notó la tristeza del niño.
— ¿Eh? Pero ¿Qué sucede? Creí que te gustaba tu mundo.
—No, no me gusta—contestó sollozando—. Nadie me hace caso, ni me respeta. Todos hacen lo que quieren.
—Bueno, bueno, pero no podías esperar otra cosa. Eliminaste las reglas en tu mundo, sin reglas no hay orden y cada quién hace lo que quiere. Dime ¿crees que el tlachtli sería lo mismo sin reglas?
—No, claro que no.
—Bueno pues es lo mismo con las personas. Necesitamos reglas en todo momento. Que cada cosa siga con su orden natural, sino, viviríamos en un caos continuo.
— ¿Por eso me diste esta tonta esfera? ¿No era mejor simplemente habérmelo dicho en lugar de hacerme pasar por esto?
El anciano se carcajeó con las palabras de Jafet.
—Habértelo dicho hubiera sido un muy aburrido. Ahora, debes volver a tu casa querido Jafet; tus padres están muy preocupados por ti.
—No lo creo. Mi padre piensa que soy una vergüenza para la familia.
—Tu padre te ama Jafet.
— ¿Y cómo lo sabes?
El mago hizo flotar hacia su mano el paquete negro que le había entregado a Jafet y sacó la esfera de cristal. Dijo unas palabras en un extraño idioma y la esfera proyectó unas imágenes. Eran los padres de Jafet, Quenaztli gritaba órdenes a un grupo de guerreros; a Jafet no le extrañó, su padre era así todo el tiempo; pero lo que vio a continuación lo llenó de culpabilidad, Quenaztli estaba consolando a su madre, ella lloraba por la desaparición de su amado hijo, su padre le decía que no se preocupara, que acababa de enviar al mejor equipo de guerreros a buscarlo y que aparecería pronto.
— ¡No puede ser mago!
—No soy mago niño, ya te lo dije, yo soy el que soy.
—Yo Soy, no puede ser. Debo volver inmediatamente.
—Lo sé.
Yo Soy no esperó más y con un chasquido de sus dedos envió a Jafet a la puerta de su palacio.
Jafet estaba sentado en el suelo y cuando vio la puerta de su palacio en sus narices, se levantó de un salto y entró a trompicones. Su padre y su madre se sobresaltaron por el ruido que hizo, pero cuando vieron que se trataba de su hijo corrieron a abrazarlo.
— ¡Jafet!—exclamaron al unísono—nos tenías preocupados.
— ¡Mamá! ¡papá! Lo siento tanto, no volveré a hacerlo.
—Tranquilo Jafet, todo está bien ahora.
—Sí, sí porque entiendo lo que me decías padre. Quiero ser un jefe, es importante ser un jefe, ahora lo sé.
— ¿Lo dices en serio?
—Sí, un jefe es el guardián de las reglas, es importante respetar las reglas. No importa que deba dejar de jugar.
—Bueno, te diré un pequeño secreto Jafet; la diversión no está peleada con las responsabilidades de un jefe ¿te gustaría jugar un emocionante partido de tlachtli con tu viejo?
A Jafet se le abrieron los ojos de par en par cuando escuchó a su padre decir eso, y por supuesto que no le dijo que no a un partido de tlachtli.
Se preguntarán que fue de Jafet años después ¿verdad? Pues en realidad Jafet se convirtió en un gran jefe, el mejor de todos de hecho. Cuidó de las reglas en todo momento y nunca olvidó la lección que Yo Soy le había enseñado; la llevó en su corazón en todo momento y siempre ansió encontrarse con él otra vez, pero desafortunadamente eso nunca pasó; pero quien sabe, quizá los siguientes en tener un encuentro con Yo Soy seamos tu o yo. ¿Estarías listo para eso?
Editado: 26.07.2024