19/01/1999
El día en que Alex Smith regresó a Los Ángeles, —EEUU— supo que no solo debería acostumbrarse a los nuevos rostros y al acento. Pronto, alguien que se había habituado lo suficiente como para sentirse un casi oriundo de Alaska, entendió que el clima sería el primer paso.
Contrario a lo que había creído cuando partió atendiendo la llamada más que esperada, abandonar el clima helado que le caló los huesos en el último año, cambiar las letrinas fuera de la casa —casetas en el exterior con un pozo en el suelo que servían de baño— y la dureza de la ausencia total de comodidades, como representaba la falta de agua potable; no estaba resultando como esperaba. Como creyó que sería su regreso a ‘la civilización’. Aquello no se sentía bien para él porque, tal vez, sufría de nuevo el acercamiento de sentimientos demasiado indeseados.
El clima en la ciudad de L.A. era subtropical. Templado y seco en todas las estaciones, con 325 días de radiante luz solar al año, solo los costeños al Océano Pacífico tenían la dicha de mantenerse más frescos en verano. Gracias a la brisa oceánica, la temperatura podía tener una diferencia de diez grados centígrados entre zonas, pero, ¿qué hacer? Aún cuando se trataba de una contrariedad que lo tenía un tanto distraído, Alex ya había aceptado el trabajo y estaba ahí dispuesto a cumplir con él.
Apenas entrar al lugar —cárcel del condado— una mujer mayor, de cabello corto y pequeños bucles pelirrojos, lo recibió en cordial sonrisa tras la barra de la recepción.
«Tal vez demasiado», pensó Alex, pero no tardó en corresponder la ‘hospitalidad’ de la enfermera que se estiraba la bata blanca para liberarla de arrugas, aunque por la fricción de sus palmas en ésta, daba más la impresión de querer secarse las mismas.
—Hola, mi nombre es Alex Smith, he venido a…
—Entonces usted es el nuevo loquero —declaró la mujer en tono encendido, interrumpiendo al recién llegado—. Perdón, quise decir que usted es el nuevo psiquiatra —prosiguió al desviar su mirada. Quedándose, en lo que parecía ser, pensativa sobre quién sabe qué.
—No se preocupe. —Se limitó a decir y entonces Alex permaneció mirando a la mujer, esperando que ella recibiera el mensaje.
—¡Oh, claro! Betty, mi nombre es Betty Stuart —dijo ella al fin, al tiempo que estrechaba la mano que él le tendía.
—Un placer conocerla Betty y disculpe el infortunio que podré causarle, pero, ¿sería posible ver al director, el señor Edward Cross?
—¡Desde luego! El director me dio especial orden de hacerle pasar en cuanto usted llegase, lo está esperando —continuó Betty, mientras cogía y ponía en orden papeles que había estado estudiando un minuto antes—. Ahora mismo lo llevaré con él.
—Si está muy ocupada, no será necesario que lo haga. —Alex elevó su mano derecha para explicar con un ademán que realmente no había una razón para que ella debiera renunciar a sus tareas por él—. Si me dice cómo llegar, le prometo que sabré hacerlo —concluyó dibujando una amena mueca de sonrisa.
—Vale, Doctor. —Betty le sonrió—, usted sí sabe cómo caerle bien a las enfermeras de este lugar. —carcajeó un instante ante su intento que ya se evidenciaba incluso forzado por caerle bien.
»Veamos, ¿cómo explicarle sin que le resulte tan complicado? —La amable mujer rascó su cabeza en aparente preocupación, como si darle una guía fuera capaz de requerir un gran mérito preciso—. ¿Ve el pasillo sobre el que está usted de pie?
—Al menos. —Alex miró el piso para nada seguro de creer que hubiese una justificación para dicha pregunta.
—Bueno, solo debe comenzar a andar por él, siempre en dirección a su derecha hasta llegar a la última puerta y llamar a esa misma, allí lo encontrará.
A Alex le quedó muy claro entonces. Tal vez solo habían hecho falta cinco minutos en el lugar para que alguien ya le hubiera tomado el pelo por tratarse del nuevo.
—Entiendo. No volveré a andar entre descuidos con alguien así de bromista —finalizó él cuando además giró su cuerpo para comenzar a caminar por el pasillo.
—¡Usted sí sabe! Le digo que usted sí sabe, doc —oyó en la respuesta de la risueña enfermera mientras se le alejó.
Smith recorrió el pasillo a paso lento, mirando uno a uno los internos. Éstos estaban en celdas comunes, las mismas que las de cualquier otra penitenciaría. El lugar no estaba equipado como un neuropsiquiátrico ya que en pocas palabras, no lo era. Ese nunca había sido su propósito primero; hacía apenas un año que lo habían disfrazado. De todas formas y dejando ir aquel detalle, el breve recorrido le sirvió para notar entre detalles menores, lo calmados que permanecían todos allí. Un hecho extraño solo hasta cierto punto debido a que muchos podrían estar bajo el efecto de alguna droga o simplemente, era probable que la mayoría de ellos hubiese perdido contacto con la realidad hacía mucho tiempo.
«Y de todas formas —pensó él—, estoy aquí por uno solo de ellos».
Una vez hubo estado frente a la puerta del despacho, se lanzó a sí mismo una recorrida rápida de visión. ‘Todo debía estar en su lugar’. Esa que estaba tan próxima era la primera impresión y no podía estar menos que de ‘punta en blanco’. Después de todo, se trataba de conocer al director, alguien con quien hasta entonces, no había tenido más que comunicación telefónica. Y así, al volver del veloz vistazo, se convenció al fin. Todo estaba en orden por lo que llamó a la puerta. Dos golpes secos llevaron al silencio los papeles en el interior y se hizo la voz profunda y ronca de Cross.
—Pase, doctor, lo estaba esperando.
Smith llenó sus pulmones de oxígeno en un hondo respiro antes de atreverse a tomar la perilla de la puerta e ingresar al despacho. A él solo se le ocurría concentrarse en eliminar toda evidencia de su nerviosismo interior. Algo comprensible por tratarse de un mal común que todos sufren en su primera entrevista laboral para su profesión específica.
Editado: 29.11.2020