20/01/1999. Sesión 1:
La primera vez que Alex Smith vio a su paciente, debió controlar los músculos de su mandíbula para no quedarse con la boca abierta frente a él. Esto, lejos de tratarse de algo que podría interpretarse similar a un impulso homosexual, —algo que Alex no era— resultaba ser consecuencia directa de la imagen del muchacho. Jamie parecía insistir en diferir de todo estereotipo sobre los asesinos en serie.
Su cabello era dorado como el heno. Su piel caucásica, de aspecto suave. Sus ojos eran de color celeste y parecían tener diminutos rasgos de manchas que se tornaban grises alrededor de las pupilas. Su nariz fina, pequeña y levemente respingada. Sus labios tenían un color cereza claro. La altura del muchacho rondaba el metro con setenta y seis centímetros. Su cuerpo era delgado. Las manos delicadas, con uñas cortas y cuidadas al extremo. Y todo aquel conjunto dirigido por movimientos calculados de notable gracia sin llegar a ser femeninos.
Tal vez su apariencia había tenido dicho efecto en Alex porque al no haberlo visto antes, él ya se había hecho a la idea de encontrarse con un muchacho alto y fornido, lo suficientemente fuerte para someter a cuatro hombres adultos de complexión grande. Algo que pronto entendió; no era más que otra presunción de imagen estereotipada: «¿Cómo podría juzgar sus posibilidades de asesinar si desconozco el método utilizado? Después de todo, solo un par de dedos y ojos aparecieron de cada víctima». —Pensó.
—Será que no soy lo que usted estaba esperando —dijo Jamie observando de perfil a Alex, luego de haber tomado asiento en el diván rojo.
—Jay, compórtate. —Le advirtió Betty que lo había traído hasta el consultorio—. Sé amable que bien sabes cómo serlo.
Jamie sonrió, mirando ahora, la ventana que quedó frente a él cuando dejó caer su cuerpo en el diván.
—No te preocupes, Betty. El hecho de que el nuevo doctor esté observando todo sin decir palabra, significa que es bastante inteligente, ¿no? Me dejas en buenas manos, ¿no crees?
—Sin dudas —respondió ella mirando al doctor Smith—. Si necesita que ponga a este muchacho en su lugar, solo debe llamarme. Estoy en la extensión del teléfono marcada como ‘R’ por recepción —finalizó señalando el aparato sobre el escritorio.
—No se preocupe, Betty, ya juzgué que Jamie es de juicio prudente. Estaremos bien.
Ella ahogó su risa espontánea por la declaración inesperada y asintió.
—Los dejaré solos entonces; de seguro, tendrán mucho por hablar —concluyó cerrando la puerta del consultorio.
—¡Vaya osadía la suya! Decir que el asesino de cuatro hombres es de juicio prudente. Casi me convenció de retirar lo de inteligente —prosiguió Jamie una vez se quedaron solos.
—Será que entendí: poco importan mis opiniones en esta situación.
El muchacho supo que no era necesario contradecir a Alex. Podría ser que solo significaba pasar por la misma experiencia otra vez, la cuarta desde que estaba allí. Otro psiquiatra que no estaría a la altura de la situación y solo esperaría a que él le respondiera ‘la pregunta del millón’. Pero de ahí, a que lo hiciese, la distancia era abismal. Pronto podría estar diciéndole adiós a uno más y preparando incontables tretas mientras esperaba al próximo.
»Bien. Creo que ahora sería propicio presentarme contigo como es debido. Mi nombre es Alex Smith, soy psiquiatra y acepté tu caso con mucho gusto.
Jamie volteó a verlo, pensando quizás:
«¿Por qué todos pecan exagerando la obviedad de la simple verdad?»
»¿Te sorprende? —insistió Alex tratando de ganarse su interés.
—¿Por qué debería de hacerlo? —respondió volviendo a ver la ventana—. En un año me han dedicado cerca de quinientas tapas de periódicos. No debe haber psiquiatra en este mundo que no quiera tratarme y usted no será la excepción, ¿verdad?
—¿Crees que estoy aquí por la fama que significa resolver el enigma?
—¿Acaso eso tiene importancia alguna? —Alex guardó silencio mirándolo fijo—. ¿Verdad que no? Bien, ahora muero por saber, ¿qué le dijo el director? Mi buen amigo, Ed.
—Él dijo muchas cosas sobre ti, del mismo modo que mis colegas lo dejaron dicho en sus notas, pero siguen sin convencerme.
—Y dígame doctor, ¿Ed le dijo por qué cree que usted está aquí? Espero que sepa comprender; causar un malentendido no es mi objetivo, pero como ya se los dijo a los tres anteriores, supongo que quiero saber, él no lo hizo menos a usted. Sería muy triste si así fuera, ¿no le parece?
Alex sintió el deseo de dibujar una sonrisa, pero se contuvo. No le pareció conveniente mostrar que la actitud soberbia del paciente le había resultado un tanto divertida.
—Mencionó que lo estoy porque tú me elegiste. —Se limitó a decir.
—Veo que él sigue con su estúpida teoría —dijo Jamie cuando además, rió más en actitud que en gozo—. No se preocupe, Ed no le ocultó información ni lo desmarcó, de eso hablaba. Él ya está convencido de que usted también fallará.
—Aprecio eso, como dijiste, sería muy triste saber que fui discriminado por ser mi primer caso, pero dime, Jamie, ¿cuál teoría sería esa que tiene el director?
—Ed sigue creyendo que estoy tratando de convencer a mis psiquiatras, que, de algún modo, quiero lograr que ellos me ayuden a escapar. ¿Puede creerlo? —cuestionó dirigiendo una nueva mirada desafiante hacia él—. ¿Qué clase de estúpido pondría en riesgo su carrera y su prestigio por un asesino demente?
—No dudo que la peor clase —respondió Alex poniéndose de pie al tiempo que tomaba un anotador sobre su escritorio. Luego caminó hasta el cesto de basura, a un lado de la biblioteca de pared, detrás de su escritorio y lo arrojó al interior.
Jamie lo observó en silencio. Eso era nuevo. Le había parecido extraño el hecho de que Alex hubiera llevado su silla al frente del escritorio para quedar cercano al diván. —Tan a su alcance— Pero, ¿qué era ese hecho, acaso él se negaría a tomar notas? Lo cierto era que, de lo que se tratase aquello con lo que Smith estuviera tratando de convencerlo, había tenido un buen comienzo. Al muchacho le había resultado agradable desde su primera acción, esa que no era otra que no hacer nada. Dejarlo dar el primer paso. Concederle la ilusión de tener cierto control sobre la situación. Algo que siempre había sido muy importante para Jamie, pero más desde que no podía defecar sin que hubiera un vigilante al otro lado de la puerta del sanitario.
Editado: 29.11.2020