—Supe que ayer estuvo por aquí y que en este momento no estaría en lo que se dice: ‘buenos términos’ con Ed.
Comentó Jamie ingresando al consultorio de Alex con un papel entre sus manos y yendo a sentarse en el diván para quedar enfrentado a él.
—¿Y te dijo por qué no quedamos muy bien?
El muchacho le sonrió y observó el papel que trajo.
—Que usted no lo entienda, no significa que él, desde su punto de vista, esté equivocado.
—Según me lo dijo, Cross ya quiere que me vaya, pero tú lo estás impidiendo. Entenderás que, en este momento, el hecho de que pareces darle la razón, me resulte confuso. Te diré una cosa, Jamie... —Alex bajó su mirada concentrándose en las palabras a seguir—. Así como tú me dijiste aquella vez que si te lo pedía me dirías dónde están los cuerpos... ahora yo te digo que si cambiaste de opinión y quieres que me vaya solo tienes que pedirlo.
—No sea tonto, Alex. Usted sabe bien que lo quiero aquí. No me estoy divirtiendo con su enfrentamiento. ¿Sabe? Los demás, exceptuando los días entre cambios, tuvieron sus cuatro meses para intentar resolver el tablero. Como si todo esto, además de un juego de ajedrez, también pudiera pensarse como un cubo rubik. ¿Sabía que es un rompecabeza mecánico tridimensional, inventado por el escultor y profesor de arquitectura húngaro, Ernő Rubik, en 1.974? Toda una carrera para que su único logro recordado sea un juego de niños... —Jamie sonrió, pensativo—. De todas formas y volviendo a usted: no creo que sea justo dejarlo ir antes de lo que corresponde, ¿concuerda conmigo?
—Cross es quien no está muy convencido de eso.
—Pero Ed no decide.
—Asumo que en su intento de protección, eso ni siquiera le importa. Ha dicho que el tratamiento te perjudica, pero no comprende lo que estamos haciendo aquí. Puedes confiar en mí, Jamie; pronto comenzaremos a ver resultados positivos.
—Yo ya he visto cambios y debe saber que estoy muy conforme con ellos —Jamie tendió el papel de cara al piso, hacia Alex.
—¿Qué es esto? —cuestionó Smith antes de verlo.
Jamie no respondió si no con un ademán que le indicó proseguir, que lo invitaba a verlo. Alex giró el papel para quedarse mudo ante lo exhibido en él. En el papel, un dibujo mostraba juntos al psiquiatra y su paciente. Jamie le sonreía desde el diván y Alex le correspondía la sonrisa desde su lugar de siempre, en la silla. Incluso podía verse que había dibujado una mirada de bondad en él porque tal vez, así quería recordarle. Pero algo más formaba parte del retrato. En él, Alex, la mascota de Jamie, estaba dormida sobre el regazo del psiquiatra.
»¿Qué significa esto? —insistió Alex.
—Por favor... Ambos sabemos que tengo talento. Casi se trata de una fotografía en blanco y negro. ¿Me dirá que no advierte: somos nosotros en terapia?
—Jamie... —Alex enarcó las cejas.
Era obvio que con aquella pregunta su paciente le estaba tomando el pelo.
—Bien, se lo diré, pero, por favor, en el futuro deje su mal humor fuera. Ya verán ustedes si arreglan sus diferencias a golpes o besos, pero no me incluyan —dijo sin obviar la risa por lo bajo.
Alex solo ladeó un poco su cabeza y repitió su acción con las cejas, procurando una conversación más seria.
»¿Cómo voy a estar seguro de que no me olvidará si no le doy algo único, Alex?
—¿Qué quieres decir?
—Si me hubiera prestado más atención, con el tiempo que lleva aquí y ese dibujo, no haría esa pregunta.
Alex volvió la vista al dibujo para encontrar el detalle antes mencionado tras una inspección más minuciosa.
—Esto solo me confunde más. ¿Por qué está tu mascota en mi regazo?
—¿Es alérgico, Alex?
—No. —Se limitó a decir en el intercambio de una mirada confusa entre el dibujo y su paciente.
—Le responderé si primero hace algo por mí. —Alex asintió—. Llame a Betty. Dígale que la necesito, ella entenderá.
Su psiquiatra tomó el teléfono dudando. Creía entender lo que significaba aquel pedido, pero no lo dijo.
—Betty, ¿serías tan amable de venir? —El muchacho le sonrió con falsedad. Su sonrisa en aquella ocasión lució impostada—. Jamie dice que te necesita.
Betty no le respondió, solo terminó la llamada.
»¡Me colgó! —dijo Alex más que sorprendido.
—Insista —sugirió Jamie mientras se recostaba en el diván y cruzaba los dedos de sus manos sobre el pecho, sin dejar de mirar el techo.
Alex dudó, pero volvió a intentar.
—Betty, necesito que venga —explicó apenas lo atendieron.
—En un minuto. —Fue la respuesta poco amable de la mujer y luego volvió a colgar.
—¿Le sucede algo a Betty? —cuestionó a Jamie, pero él se mostraba desentendido del tema.
—Está en el equipo de Ed. Eso es todo.
—¿Y me dirás qué sucede?
—Espere. —Le indicó con su dedo índice en alto—. Sea un niño bueno y espere.
Alex suspiró un tanto agotado, cerrando los ojos mientras se tomaba y presionaba levemente el tabique de su nariz. La noche anterior que había sido de todo menos un buen descanso para él, le estaba pasando factura. Aquella utopía irreal de control en la que se basaba su vida, se estaba desmoronando porque ya no podía asegurar que sabía dónde estaba parado y hacia dónde era que iba en realidad.
Pronto, el tenue sonido que provocaron los nudillos de Betty en la cara de la puerta, lo hicieron volver. Alex observó a su paciente, pero él no le dijo nada, solo miraba la ventana. Smith pronto atendió el llamado e incluso después de que regresó a su silla y vio como Betty ingresó a entregar la mascota a su dueño, él seguía sin entender nada de lo que estaba sucediendo.
El muchacho envolvió al pequeño gato negro entre sus brazos y se puso de pie para dirigirse a la ventana.
—Seguramente se preguntará por qué le pedí a Betty traer a mi Alex.
—No solo me pregunto eso. Todo se está poniendo muy extraño aquí.
Jamie sonrió poniendo su dedo índice bajo el hocico de su mascota para elevar su cabeza y mirar directo a los profundos ojos verdes del animal. El gato escapó del dedo y lo embistió con su cabeza. Acariciándose.
Editado: 29.11.2020