22/03/1999 Sesión 19:
—¿Sabe, Alex? Yo no quería ser la persona que soy. Nunca quise volverme esto.
—¿Quién hubieras querido ser, Jamie? —cuestionó Alex observando a su paciente concentrarse en el techo del consultorio.
—Posibilidades, ¿recuerda? Eso ya no importa. Supongo que del mismo modo en que algunos se descubren mejores cantando o pintando hermosos cuadros, yo me supe diferente creando retratos del dolor. ¿Sabía que nunca tomé clases de dibujo? Lo único que yo necesité para aprender fue una hoja de papel, un lápiz y hechos que robarle al olvido.
Alex no quiso interrumpir. Le resultó demasiado obvio que en la historia sobre el comienzo de sus dibujos, su paciente explicaría algo mucho más transcendental. Ya habían quedado muy atrás los días en que la ignorancia le permitía subestimar la elección de partes con las que Jamie, poco a poco, iba permitiéndole armar el rompecabezas. Ya se lo había dicho sin dejar lugar a la duda: “Pensará a lo que le digo como algo más salido de la nada, pero créame, usted no podría estar más equivocado”.
»Fue así que pude comenzar a comprender un poco más a nuestra especie. Aquello que llamamos voluntad y nos obliga a seguir así se esté caminando hacia un precipicio... ¿Dígame, Alex? Si tuviera que adivinar cuál fue mi primer dibujo, ¿qué diría?
Su psiquiatra bajó la mirada quedándose pensativo. ¿Cómo podría él saber algo como eso? Y al mismo tiempo, sabía que debía responder.
—¿Una araña?
Jamie sonrió negando con su cabeza.
—No olvide que lo principal siempre oculta todas las pequeñas partes que lo volvieron lo que es, Alex. Como a mí. Usted puede verme aquí, pero todo el tiempo se está perdiendo la verdad. Somos átomos compuestos de carbono, oxígeno, hidrógeno y luego células formadas por ellos, así hasta lo más destacable, lo que ven sus ojos, pero... sin necesidad de mayores explicaciones, la respuesta es: no. Solo dibujé la araña que me tomó un año y fue lo último en mi camino.
—¿Tu camino?
—Sí, las circunstancias que me trajeron aquí. Esas por las que sigo viviendo del mismo en que lo hizo mi madre, ya sabe... los órganos se que resisten a dejar de funcionar.
—¿Eso sientes que es tu vida ahora, jamie?
—Y se los he dicho a todos aquí, pero aún así, no quitan las sábanas de mi cama.
—¿Por qué lo harían?
El muchacho sonrió llevando su mirada a enfocar sus propias manos; inquietas entre sí.
—Usted lo sabe mejor que yo, Alex. Tal declaración es la mayor confirmación de una grave depresión.
—¿Dices que se debería considerar la posibilidad de suicidio?
—En cualquier otro lugar, ya lo hubiesen hecho, pero no aquí. No al conocerme tan bien.
—¿Has pensado quitarte la vida?
—Casi cada día de mi vida anterior y de la actual. Si es que puede catalogarse como vida.
Alex lo vio entrelazar sus dedos y sacudir el cuerpo levemente al tiempo que además carraspeó. Jamie buscaba su comodidad en el diván y en aquella situación.
»¿Sabe? Aquí las rondas nocturnas son cada dos horas, tiempo suficiente para hacerlo, pero todavía hay ocasiones, como las hubo antes, en que nadie viene a vernos en toda la noche. Están demasiado seguros de que no lo haré y debo reconocer que tienen razón en estarlo.
—¿A qué piensas que podría estar atribuyéndose su seguridad?
—Al que fui. Yo sigo siendo el muchacho que tenía un sueño y ellos saben que nunca me quitaría la vida mientras sea capaz de creer que podré cumplirlo.
Jamie lucía demasiado frágil, como si al ser alcanzarlo por una corriente de aire más fuerte de lo habitual, su cuerpo podría irse deshaciendo hasta no ser más que restos de cenizas.
—Jamie... Ya lo sé, supongo que no quisieras hablar de aquel sueño, que es solo una posibilidad imposible ahora, pero quiero que sepas que, si fuera posible, me gustaría conocerlo.
—Claro que le gustaría. Puedo ver que ya sabe: conmigo no existen las coincidencias ni el azar. Si mencioné mi sueño por algo será, ¿verdad?
Alex asintió. Hacía tiempo había entendido que cuando la verborragia atacaba a su paciente, el mayor provecho siempre vendría de la mano de evitar interrumpir su exhortación con preguntas.
»Se lo diré con la verdadera respuesta sobre mi pregunta del primer dibujo que usted no pudo encontrar. Tampoco tiene que decirlo, sé que fue tramposo de mi parte, que no tenía cómo saberlo, pero en fin... Como ya sabe, el retrato del inicio poco tuvo que ver con el último. Mi primer dibujo hablaba de los objetos que me hicieron descubrir mi talento, y esos no fueron otros que los necesarios para curar las heridas de mi madre. Verá, ella se curó a sí misma por mucho tiempo, pero llegó un momento en que aquello perdió toda importancia para ella. Para cuando yo estaba a meses de cumplir diez años de edad, mi padre ya la tenía prisionera, sin salir nunca de la casa, e imagino fue por eso que para ella perdió sentido curarse, ya no debía ocultarle nada a nadie. Un año después dejó de curarse del todo. Se imaginará que yo no quería verla así, cargando sus heridas y sus ropas ensangrentadas. Me dolía demasiado ver la ruina en que se convertía mi madre. —Jamie se detuvo apretando los dientes, y girando su rostro lejos de su vista mientras su mano extendida sobre ellos, pretendía ocultar el haberse quebrado.
Su psiquiatra supo que en esa acción no había especulación. Tal vez el muchacho después de tanto tiempo creía poder controlar emociones que descubrió, en verdad quizás nunca podría. Alex no lo interrumpió, solo guardó silencio al tomar del primer cajón en su escritorio, una caja de pañuelos de papel que dejó a su lado sobre el diván.
»Descuide, esto está lejos de hacerme daño... —dijo Jamie volviendo de su traspié emocional y preparándose a continuar—. En aquellos momentos mi madre comenzaba a apagarse. Poco a poco se quedaba ausente y yo sabía que eso solo iría en aumento. Al principio aquellos episodios fueron esporádicos, pero al pasar el tiempo, ya no supe qué sucedía ni por qué. Ella como cualquier ser humano, obedecía su instinto e intentaba protegerse de los golpes al verlos venir, pero luego ni siquiera alzaba las manos tratando de absorber algo del impacto. Ella se ocupó de la casa hasta el último día que formó parte de esta realidad, pero de todas formas, a mi padre nunca le importó. Él no sabía ni entendía de razones y solo le interesaba siempre hallar algo que estuviera “mal hecho” para tener excusa de golpearla. Ni siquiera importaba qué fuera, podía tratarse de una comida que a él sin previo aviso dejaba de gustarle, un poco de polvo en algún rincón de la casa o una arruga que se le había pasado por alto al planchar una de sus camisas. Lo que fuera sería suficiente. Esa era la obviedad de saber que él encontraría un motivo porque así no lo hubiera él lo iba a inventar.
Editado: 29.11.2020