“El conocimiento empieza en el asombro”
Sócrates
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— ¡Quiero un hijo! ¡¿Por qué es tan difícil que me complazcas con lo que deseo?!
Escuchar esa queja comenzaba a irritarme, no por la sencilla razón de no poder darle con facilidad lo que me está pidiendo, sino más bien, porque últimamente me lo repite y ahora en un solo día, ya van como cinco veces que lo hace, no sólo arruinando con mi paz interior sino más bien, con mi cordura y tolerancia; porque si soy sincera, ya me he cansado de que me recrimine en no poder satisfacer uno de sus sueños cuando el problema no soy yo, sino más bien, uno de los dos quien al parecer no está haciendo el trabajo adecuado para engendrar a un bebé.
Lo veo caminar de un lado a otro como un león enjaulado, su insistencia ya no sólo me hostiga sino que su pedir ya se ha vuelto una exigencia la cual no logra suceder a pesar que ya he intentado los últimos meses en quedar embarazada por diferentes medios, añadiendo que hace ya un año he dejado de utilizar métodos anticonceptivos para que su deseo pronto se haga realidad, pero el caso viene en que ya hemos intentado la mayor parte de eventos para engendrar a un bebé de forma natural, voluntaria y planeada.
Bueno, planeada no tanta… Porque aún sigo diciendo que la idea de tener un bebé ha sido de parte de Rade quien no tengo absolutamente la idea porque hoy tiene las ansias de querer ser padre cuando unos dos años atrás la propuesta de formar una familia para él estaba fuera de su lista de deseos cuando lo único que quería era éxito, poder y dinero. Mala suerte que mi esposo no haya obtenido esas tres cosas y ahora su cuarto deseo se ve más lejano que las otras tres.
—Sigues usando la píldora, ¿verdad? —Me acuso.
—Dejé de usar la píldora hace un año. —Digo molesta agarrando la tetera para ponerle agua y así calentarla en la estufa antes de tomar un té para relajarme.
Ya es demasiado frustrante tener que discutir el mismo tema de siempre luego de haberlo tocado nuevamente en la cena, algo que no debió ser así porque ya he empezado a tener disgustos gastrointestinales gracias al estrés y ansiedad que me provoca Rade con recordarme los motivos porque no puedo procrear con facilidad un hijo suyo.
Me es difícil seguir escuchando sus palabras cuando ya son suficientemente dolorosas para estar sometida en la pequeña cocina tolerando sus reclamos como si fuese infértil cuando sé que no lo soy. Eso ni siquiera es poco para bajar mi moral y autoestima cuando me recuerda que una virgen puede quedar más fácil embarazada que alguien como yo quien quizás ya su aparato reproductor se encuentra viejo para no permitir que engendre un bebé.
Es complicado tener que justificar las palabras de Rade cuando son bofetadas en el rostro al no sentirme capaz de quedar embarazada… Pero, ¿qué sucede si en verdad no es el momento adecuado para que eso suceda? Últimamente no he visto clara la idea de que desee ser madre o que por lo menos, pueda sentirme capaz de criar a un bebé cuando la empresa para la que Rade trabaja está a punto de considerarse en banca rota mientras que mi esposo ya tiene la idea que estará desempleado y por supuesto, no hace más que ahogar sus penas en gastarse el dinero que apenas tenemos en casinos que para su mala suerte siempre terminan por estafarlo o perdiendo en los juegos…
Eso sin añadir que próximamente me ascenderán de puesto y quedar embarazada antes del tiempo solo lograra que alguien conserve el puesto que debía tener por mi dedicación y esfuerzo en mi trabajo; además aún no siento que el rol de madre sea para mí o que cambiar pañales o comprar biberones sea una meta a corto plazo que deseo tener.
No, así no se puede traer a un niño al mundo, no con la inestabilidad económica y emocional que estamos enfrentando como pareja. Sé que cuando tengamos ambas cosas, el momento perfecto pueda llegar y quizás, solo así, quizás pueda ejercer mi rol de futura mamá comprometida a darle ese tiempo y amor a su bebé, pero mientras tanto no quede embarazada, el curso del camino sigue bien.
—Danika, ¿has ido con la ginecóloga? Quizás tú seas la del problema. —El estómago se me revolvió al escuchar eso.
Fuera fácil decir que yo soy la del problema cuando los hombres también pueden tenerlos, además la última consulta que hice con mi ginecóloga me confirmo con certeza, que cuando lo deseé, puedo comenzar a planificar un bebé porque no tengo ni un problema grave que haga que no me pueda embarazar rápido como un conejo.
—Rade, podemos dejar de hablar sobre el tema de paternidad… —me acaricié la cabeza mientras saco de una caja, un pequeño sobre de té de canela.
— ¡No quiero! Tengo treinta y cuatro años, ¿esperas que mi hijo me llame abuelo? —suspiro.
—Hay hombres que se convierten en padres en sus cuarenta o cincuenta años —le digo protestando.
— ¡Pero con sus amantes! —Abro la boca admirada por su idiotez.
A estas alturas reconozco que no sé con quién me casé, llevo ya cinco años preguntándome lo mismo pero los tres años que quedan de sobra, nunca creí que llegaría a esta etapa de creer que el matrimonio con el paso de tiempo se puede ir deteriorando si tú y tu pareja no coinciden en tener algunas metas por igual, y por supuesto, eso me sucede con Rade. Porque aquí, quien le ha puesto más sal a la sopa he sido yo; mientras tanto mi esposo ha considerado mantenerse sumergido en sus propios propósitos y logros que es extraño que a veces los comparta conmigo, aunque ya en estos dos últimos años solo se la pasa fuera de casa, con sus amigos y emborrachándose a punto de dejarle de importar que tiene una esposa en casa, unas cuentas que pagar y un trabajo al que presentarse.
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Editado: 22.07.2021