Jen|| Si Te Atreves

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¿PORQUE NO ME QUIEREN?

HUMAN – CHRISTINA PERRI

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Este día es una completa mierda.

Como se me fue a olvidar tomar las llaves de la moto antes de fugarme, y ahora estoy caminando como la lunática que soy sin rumbo fijo.

Ni si quiera me doy por enterada en qué momento abandono la carretera principal para dirigirme a casi las afueras, solo estando rodeada por la naturaleza, sintiéndome observada, con un claro síndrome sin nombre en concreto, porque me siento perseguida.

Por lo menos, no fui tan imbécil como para venirme sin una sudadera, por eso ajustándome la capucha y metiendo las manos en los bolsillos suspiro mirando en rumbo incierto que me espera, no pasándoseme por la cabeza el regresar mis pasos, ni cuando me detengo al apreciar la entrada de un bosque aparentemente desierto por presencia humana, gritando hasta el silbido del viento que, como siempre, no tengo bunas ideas si estoy pensando en internarme en este, como si no recordara mi pánico por encontrarme en lugares como estos.

Cosa que en realidad valoro, pero si pongo en una balanza lo que me espera en casa, prefiero que me coma una jauría de lobos hambrientos, en vez de enfrentar los padres que me dio el creador.

—Es una mala idea —claramente —. Lo sé, porque odio la naturaleza, pero, padre, el mundo al que me mandaste me está presionando.

Hablo hacia el cielo nublado, que se está terminando de oscurecer a punto de caer la noche.

» Deberías ayudarme un poco más dándome sentido de supervivencia.

Joder.

Que difícil resulta acostumbrarse a lo que debería gustarme, cuando yo misma lo odiaba.

» Por lo visto, también estás contra mi —estoy buscando cualquier excusa para no acceder a algo de lo que definitivamente me voy a arrepentir —. Ya que —me encojo de hombros, dejando de pensar.

La materia gris se me extinguió.

Con un chasquido de lengua desecho la racionalidad, y me adentro al espelúznate lugar, llegándome de lleno la brisa con ramas en el proceso que se pegan en mi pelo, mientras el silbido del viento se hace más potente.

—Esto es una muy mala idea —me lo repito en voz alta, mientras me tiemblan las piernas como si fueran fideos, pese a lo gruesas y tonificadas que las tengo —. A la mierda, soy una tipa ruda, que la mayoría de los chicos le temen, y ninguna estirada se le acerca a menos de que no aprecien su lindo rostro, así que, esto no es nada —trato de destensar los hombros e infundirme valor, pero el chillido un animal exótico me hace brincar y soltar uno parecido para responderle como si viniésemos de la misma especie —. Es mejor decir, aquí corrió que aquí murió —trato de dar la vuelta, pero mi mente, que es una perra astuta, recuerda como me recibieron los quince antes de saber que Peter había ido a gritarle a Sofia, sin importarle que estuviese en casa, soltando su mierda que seguramente no tenía por qué saber.

No pienso vivir ese jodido día de nuevo.

Yo puedo darme de regalo el desbloquear uno de mis miedos.

Dudo mucho que me encuentre un lobo.

Un aullido de lo lejos me hace respingar, mientras observo como mis piernas se mueven sin mi consentimiento, como si quisieran ver como se devoran mi cerebro esos perritos salvajes.

» De algo he de morirme —como si no le tuviese miedo a estirar la pata.

Estoy cambiando de mentalidad, es una buena señal teniendo en cuenta mis instintos suicidas nunca llegados a concretar.

Cosa que no se si me hace valiente o una completa gallina por no finiquitar lo que a muchos le daría felicidad, y a otros le jodería la vida, pero no precisamente porque les afectara de manera sentimental.

Divagando mientras pateo una piedrecita me topo de lleno con dos caminos que me hacen parar a analizar por cual debería ir.

Muevo la cabeza analizando mis posibilidades, porque me encanta meterme en donde no me llaman, y que Step, el hermano gemelo, y pendejo de Chad me pegó su mala costumbre de que el chisme no es pecado si solo se hace para matar la curiosidad.

Aunque cuando el mismo día de mis quince, hace ya tres años exactos conocí a Frank y acepté dar un paseo con él, no medí muy bien las consecuencias de mis actos.

La verdad nunca lo hago.

—Tengo tiempo de sobra para ir por los dos —dejé el teléfono en casa, así que aún tengo tiempo de hacer como que estoy sola en el mundo, mientras debo regresar obligatoriamente a la realidad.

De la manera más madura, juego al tin marin de do pingue moviendo mi dedo hasta que se detiene en el de la derecha.

De nuevo me encojo de hombros caminando por mi elección madura, poniendo cuidado para poder regresar.

Unos metros más adelante, el silencio no se aprecia tan espeso.

No yendo tan adentro puedo ver las vías del tren antiguas, por el que transitan todavía algunos, en ese preciso momento pasando uno haciendo que forme una mueca por el sonido inesperado, maldiciendo el silbato cuando me hace brincar.

En estos días me voy a morir de un infarto.

Un par de metros más, y logro visualizarlo a la perfección.

Es una vía muy antigua.

Quizás una de las pocas que queda en la ciudad por esta zona.

Miro para todos lados, y las ruinas predominan.

Es un lugar deshabitado.

Aprovechando que aun el atardecer adorna el cielo, sin cuidado poso el trasero en el suelo con algo de hierba.

Rodeándome de flores silvestres que crecen con este, dándole una belleza al lugar un tanto desprolija.

Arrancando el pasto me pierdo en mis pensamientos, sin siquiera darle importancia al hecho que le temo a la oscuridad y que odio la soledad.

Nada puede ser peor.




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