Mis ojos miraban con curiosidad a medida que avanzaba por aquel pasillo, que en ese momento se encontraba casi vacío.
La luz que se colaba por las ventanas, de alguna u otra forma hacía lucir a las paredes del lugar más vibrantes, esa tarde del otoño se sentía diferente y tal vez era aquello lo que me tenía tan feliz.
Elevé la comisuras de mis labios en una sonrisa, mientras continuaba con mi ida hacia el mismo lugar de siempre, mi pecho vibró y por un momento olvidé en que lugar estaba.
Fue en ese momento donde le conocí.
Extraña.
Eso es lo primero que diría si tuviera que describirla.
Aquella chica de piel pálida, ojeras marcadas y una caballera desastrosa, se colocó en medio del pasillo, impidiendo mí paso.
Fruncí mi ceño, pues por un momento creí haber visto aquel rostro antes, aunque no le tomé demasiada importancia a aquella sensación, puesto que de repente ella había captado toda mi atención.
Como un imán atrae al metal.
Ella me miró con un destello débil en los ojos, y en su cara surcó una sonrisita, acompañada con unos pequeños y poco visibles hoyuelos cuando estiró su mano hacia mi, esperando a que la estrechara.
Por un momento observé su mano, extrañado y creo que ella pensó que no la tomaría, pues de manera lenta comenzó a bajarla.
Antes de que pudiese pensar en lo que hacía, tomé su mano y la apreté, sentí su sobresalto y cuando miré su cara, se había coloreado de un sutil rojizo que la hacía ver más viva.
Entonces, en ese momento ella solo preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
—Jeon JungKook.
—¿Cómo el panqueque?
Quién diría que aquello sería el inicio en nuestra historia...