Me temblaban las manos. El paquete no pesaba mucho pero me provocaba una sensación de vértigo muy profunda en el estómago.
-¡Ábrelo! ¿A qué esperas?
Joachím estaba más ansioso que yo. Me dio un beso , en los labios, dulce y suave como dándome ánimo. Y Mutter Ava me miraba desde la pequeña cocina de la posada con los ojos llenos de lágrimas. Miré a Bridgit. Rebozaba de felicidad y se acariciaba su vientre prominente con extremada dulzura mientras me guuñaba un ojo, pícara.
Rasgué el papel madera que lo envolvía y el aroma a libro recién impreso me invadió. Una rosa en relieve me saludó desde la tapa oscura. El corazón me latía muy fuerte.
-Recuerda que es sólo una muestra de impresión.-me dijo el señor Weisshaup- Todavía se pueden hacer los cambios que tú digas.
-No sé cómo agradecerle todo esto, señor Weisshaup.-musité tímido.
Aún me costaba creer que tenía entre mis manos mi libro. Un libro escrito por mí. Sonreí al recordarme agradeciéndole a San Cristóbal por ese deseo también cumplido.
-Desde que lo he leído, me ha fascinado y también a mis colegas editores. Tiene talento este libro tuyo, pero por sobre tiene alma. Sólo que aún le falta algo…: el título. No podemos publicar tu novela sin un título. ¿Has pensado en uno ya?
Sonreí. Tomé la pluma, la misma con la que había escrito aquel libro, en ese mágico cuaderno regalado. Abrí el libro en la primera página, que estaba en blanco, y escribí con tinta roja:
Joachím.