El día fue largo e intenso. Allí dentro, al lado de Milo, parecía incluso que cada vez iba peor.
Su cuerpo pequeñito y frágil terminaba por darle al cáncer la batalla más dura. El doctor Locke sabía qué cosas podían suceder aquella noche. Otra vez me tocaba enfrentarme al peor de los momentos para revivir la más cruel pesadilla y no sabía si su decisión resultaba una obra de caridad o un castigo. Sin embargo, el estar a su lado me tranquilizaba. Quizás esta vez sí pudiera hacer algo por esa vida tan inocente y de algún modo era mi revancha.
Tomé la mano del niño y la acaricié hasta que sus dedos se aflojaron y pude quitarle el juguete de entre medio. Puede que en ese instante hubiera cortado el único de los hilos que todavía lo prendía a la vida. En la palma se veían aun las marcas que su fuerza le había permitido tatuar con el muñeco.
—Tienes que ser mucho más fuerte, pequeño. Prometo que valdrá la pena —le supliqué en un susurro mientras sostenía su mano que en ese segundo se cerró en torno a mis dedos.
Milo estaba mal. Intuía para entonces que era el último tramo de su vida. Aunque nadie sabe cuánto pueden prolongar la existencia las ganas de quedarse y ver una sonrisa por lo menos una vez más.
Su padre y yo habíamos intentado no perturbarlo. De hecho, había sido difícil para él seguir sonriendo cuando los latidos de su hijo eran cada vez más pausados. Hasta al doctor Locke le resultaba increíble que un niño resistiera tanto. Su padre desapareció para cuando le dije a Milo que todo estaba en orden y que el señor Hudson lo esperaría arriba en la puerta de hemoterapia y cuando estuvo seguro de aquello se dejó vencer y perdió el conocimiento y casi la vida.
Yo entendía cuán duro era para él saber que su padre lo aborreció por mucho tiempo, cargar con la culpa de la muerte de su madre solo por su existencia. Debió haber sido difícil lidiar con el abandono de su padre hasta que la vida lo abofeteó y lo llevó a padecer y a pagar aquello de la forma más cara e inhumana: con la vida de su hijo. Milo, después de mucho, estaba disfrutando el amor de su padre. Y el señor Hudson, después de mucho también, se permitía amar a su hijo sin límites, aun sabiendo todo lo que le esperaba.
El día en que el señor Hudson y yo tuvimos la charla en el café, entendí lo doloroso que era para él vivir ocultando todo el amor que le guardaba a su pequeño solo por miedo, solo por evitar una herida que de todos modos ya estaba abierta y que estaba segura que nunca sanaría.
La noche pasó tranquila. Milo había permanecido estable, aunque todavía no estaba fuera de peligro.
Salí en la mañana, cuando el doctor Locke apareció. Afuera el señor Hudson esperaba ya alguna noticia, esperaba ver a Milo, esperaba que alguien le dijera cualquier cosa, hasta lo peor.
—Buenos días —se aproximó rápidamente.
—Buenos días, señor Hudson.
—Jove. Puede decirme Jove. ¿Cómo está Milo?
—No ha empeorado, pero tampoco ha mejorado. Tiene que saber que…
—No lo diga.
—Lo lamento pero tiene que saberlo…
—No.
Su voz se quebró y presencié la escena más triste y conmovedora porque en ese segundo su cuerpo se desplomó sobre la banca del pasillo para desarmarse en lágrimas y en un llanto estremecedor.
La figura de Mat apareció entonces cuando en un intento de consuelo tomé con fuerza la mano del señor Hudson y me senté sobre mis talones en frente. Se acercó hasta nosotros y posó una mano sobre el hombro del señor Hudson mientras decía que lo lamentaba, que eran cosas que pasaban y que la vida nunca había sido justa, pero que todavía le daba revancha para disfrutar de su hijo un minuto más y que dependía de Milo ahora extender lo más que pudiera esos escasos segundos.
—Es fácil decirlo, ¿no?
Mat me miró y antes de que pudiera decir algo negué con la cabeza para que omitiera cualquier comentario que al fin y al cabo no venía al caso.
—De verdad, lo lamento, señor. Permiso.
—¿Podré ver a mi hijo?
—Le prometo que sí, solo aguarde un momento.
Caminé detrás de Mat que comenzaba a alejarse.
—¿Estás bien? —pregunté con recelo.
—Anna, quiero que entiendas que no he olvidado lo que pasó con Evan.
—No parece.
—Entiendo que halles en ese niño a…
—No Mat. Basta. No quiero que digas nada al respecto. Tú no sabes. No quiero discutir.
—Okey.
—¿Qué haces aquí?
—No llegaste a dormir y quise saber de ti, verte y saber del niño. Mi padre…
—Tu padre. Siempre tu padre.
—No quiero discutir. Papá solo dijo que te pidió que cuidaras al niño porque ha sido de mucha ayuda tu trato con él. Es un niño fuerte, ¿eh?
—No sabes cuánto.
—Como Evan.