Juego de corazónes

Capitulo 07

La cena fue simple, sándwiches de queso y sopa de tomate. No fue una cena glamurosa, pero satisfizo la necesidad de una comida caliente. Cenaron delante de la chimenea porque era el lugar más caliente de la cabaña. Cuando terminaron, Bella se levantó y llevó los cuencos a la cocina, pero cuando regresó para recoger los platos, sus miradas se cruzaron y volvió a sentir el calor de la mirada intensa de él. 
—Déjalos —dijo él—Me ocuparé de los platos más tarde. 
—No me importa. 
—A mí sí. Déjalos. 
Bella estaba nerviosa y amontonó los platos en la pila y dejó correr el agua antes de deslizar las manos por sus pantalones, tenía las palmas de las manos húmedas. 
Aquella cabaña era muy pequeña. No había un lugar donde esconderse. Y las habitaciones, aunque hubiese querido esconderse en una de ellas, estaban muy frías. 
Pero la idea de tener que volver y sentarse con Leonardo junto al fuego la llenaba de terror. 
La ponía muy nerviosa. Su corazón se aceleraba cuando estaba cerca de él y su cuerpo se estremecía de calor y frío. 
¿Por qué le tenía tanto miedo? 
¿Por qué sentía ganas de gritar y salir huyendo cuando estaba cerca de él? 
¿Sería su instinto de supervivencia? ¿El sentido común? 
Volvió a mirar por la ventana. Se sintió desanimada otra vez al ver que seguía nevando sin parar. 
—Estamos atrapados.  
—Sobrevivirás. 
—Lo sé. Lamentablemente, tú también. 
La risa de Leonardo la sorprendió. Era un sonido profundo y masculino que le resultó muy atractivo. 
—¿No estás cómoda cuando estoy cerca de ti?  
—¡No! 
—Por fin has sido sincera conmigo.  
—Yo nunca te he mentido. 
—No. Pero te entiendo. Eres inglesa y estás acostumbrada a no mostrar tus sentimientos a los demás. 
—Eso no es cierto. Lo único que quiero o necesito es a Gabby, y he sido muy abierta respecto a mis sentimientos hacia ella. 
Él estudió sus labios rojos bajo la luz del fuego. Durante un instante, sólo se oyó el chisporroteo del fuego y el olor del humo.

—Un día te volverás a casar —dijo con una ternura que la sorprendió—Tendrás hijos, una familia propia. 
Si lo que él esperaba era apaciguarla, sus palabras provocaron una reacción totalmente opuesta en ella. La garganta y el estómago le dolieron como si se hubiese tragado cristales rotos. 
—Jamás —contestó— Jamás volveré a casarme. Y no quiero tener hijos propios. 
—Pero se te dan bien. 
—Soy niñera. Mi trabajo consiste en cuidar de los hijos de otras personas. 
Espero que se me den bien.  
—¿Pero no te gustaría tener tus propios hijos?  
—¿Cómo? 
—Con un amante, un compañero. Alguien con quien compartir tu vida. 
Ella sintió que se sonrojaba y empezó a mover la cabeza, asombrada de lo rápidamente que era capaz de ponerla nerviosa. 
—No. Estoy bien así. 
Ignoró el cosquilleo que sentía por dentro. La verdad era que había momentos en que necesitaba más, a veces se sentía sola, pero todo el mundo se sentía solo a veces. 
—Mi vida está bien así. 
—Pero has estado casada. ¿Cómo no puedes echar de menos los placeres físicos? ¿El sexo? ¿La intimidad? 
No sabía que ella no tenía ni idea de sexo y tal vez por eso nunca había buscado la intimidad con nadie. Bella se sintió terriblemente avergonzada de que, a su edad, a punto de cumplir los treinta, supiera tan poco de sexo como a los dieciocho años. 
Tenía la boca muy seca. 
—Estoy contenta así —dijo ella. 
—Lo dices, pero no te creo. Lo veo en tus ojos, Isabella. Lo veo en tu forma de hablar y sonreír. Perdóname, pero eres una mártir en busca de una causa. 
Bella no se había dado cuenta de que había aguantado el aliento hasta que empezó a darle vueltas la cabeza. Se obligó a expirar y después a inhalar aire para despejar las ideas. 
—No soy una mártir. Hay personas que sufren más en la vida que otros. 
Él se levantó de la silla y se acercó al fuego para atizarlo antes de meter más leña. 
—Hay algo que debo contarte, pero no sé cómo hacerlo. 
—¿Es malo? 
—No es bueno.

Bella se puso tensa ante la posibilidad de escuchar más malas noticias. 
Cualquier mala noticia en su vida había sido terrible. Para ella no había una noticia intermedia o decepcionante, solo hechos trágicos. 
—Se trata de Eduardo. He averiguado cosas sobre él que podrían herirte o hasta avergonzarte. Pero quiero que sepas la verdad. 
—¿Avergonzarme? ¿Más de lo que ya ha hecho? 
Bella no pudo evitar reírse. 
—¿Cómo podría avergonzarme más ahora? —preguntó ella aguantándose la risa. 
Pero Leonardo no sonreía y de repente soltó un largo suspiro. 
—Tiene otra esposa. 
Bella lo miró. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar.  
—¿Tiene otra esposa? 
—Sí —dijo sin vacilar un instante—La visitaba en Viena. Se casaron hace diez años. Nunca se divorció de ella. 
—Eso significa... 
—Que vuestro matrimonio no es válido. No eres la esposa legal de Von Tess. 
Bella meneó la cabeza lentamente.  
—¿Nunca he sido su esposa?  
—No. 
—No soy la baronesa Von Tess. Lo es la esposa que tiene en Viena. 
—Sí. 
Se sentía como si acabasen de golpearla en la cabeza con un martillo pesado. 
—¿Entonces qué soy? 
Leonardo no contestó. No hacía falta que lo hiciera. Bella no era nada. Sólo una niñera, una simple niñera, como siempre. 
Levantó una mano y se tocó la frente.  
—¿Tiene hijos con ella?  
—No. 
Dio gracias a Dios.  
—¿Pero la seguía viendo?  
—Sí. 
—¿Ella sabe lo mío? 
Leonardo empezó a negar con la cabeza. 
—Creo que no. Nunca sale de Viena. No suele viajar con él. 
—Yo tampoco lo hacía. 
Bella se rió nerviosamente.

—Supongo que las dos se lo pusimos fácil. Debía de ser fácil tener dos esposas si ninguna de ellas quería viajar con él. 
—Sé que es otro golpe, Isabella. Pero estás mejor sin él... 
—¡Pues claro que sí! —lo interrumpió ella con violencia— ¡Yo no lo quería! 
¿Cómo podía quererlo? Era frío y egoísta. Se portaba fatal con Gabriela y conmigo, pero... 
Se le quebró la voz. La verdad de los últimos cuatro años la golpeó con fuerza y se sintió devastada y traicionada. 
—¡Ni siquiera me pagó! 
Miró a Leonardo con los ojos llenos de furia. 
—Durante tres años cociné, limpié, cosí y cuidé del jardín sin recibir nada a cambio. Ni siquiera un «gracias». 
No iba a llorar, no podía llorar, ¡se sentía tan estúpida! En lugar de eso se rió y se dio la vuelta para mirar por la ventana. Eduardo la había tratado horriblemente y ella lo había permitido. 
—Por eso pudo apostarme a las cartas. No valgo nada. 
—Eso no es cierto. 
—Lo es. Por lo menos para Eduardo. Vas a pensar que soy tonta, pero lo único en lo que puedo pensar es cuando me pidió mi alianza. Me dijo que lo necesitaba para pagar sus deudas. También insistía en que yo le cortara el pelo a Gabriela 
porque no teníamos suficiente dinero. Y sin embargo, él era el barón Von Tess y todos lo adoraban. Todos lo admiraban mientras Gabby yo luchábamos para salir adelante. 
—Gabby tuvo suerte de tenerte, Isabella. 
A ella le ardían los ojos, pero no permitió que las lágrimas se la escaparan. 
—¿Desde cuándo lo sabías? 
—Hace tiempo. 
—¿Cuánto? 
—Más tiempo del que te gustaría. 
—Entonces Eduardo nunca estuvo casado con Mercedes. 
—Tenían una aventura y todavía vivían juntos en Montecarlo cuando ella murió. 
Eduardo se quedó a su bebé. 
—¿Pero por qué? ¿Por qué quiso Eduardo adoptar a Gabby? 
—No creo que sus razones fueran sentimentales, más bien económicas. Era muy avaricioso. Pensó que quedándose a Gabby tendría acceso a su fondo fiduciario. 
—Pero no podía, ¿verdad? 
—No. No soy su guardián legal, pero sí el fiduciario de su fondo. Gabby no tendrá acceso a él hasta que cumpla los veinticinco años.



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En el texto hay: amor, ambicion, odio..

Editado: 11.08.2020

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