Juego de identidades

Capitulo «OO5»

Pov Elena

Luego de despedirme de Roman, me dirigí al mostrador para efectuar el pago de los pinceles y demás materiales. En el cajero había un hombre de aproximadamente unos 45 años, con cabello canoso que comenzaba a asomarse entre las hebras oscuras, dándole un aire de sabiduría. Su rostro estaba surcado por líneas de expresión que hablaban de años de risas y preocupaciones. Llevaba unas gafas de montura delgada que acentuaban sus ojos marrones, llenos de una calidez reconfortante. Vestía una camisa de cuadros y un delantal manchado de pintura, lo que revelaba su pasión por el arte.

Mientras veía al señor poner el precio en la caja registradora, mí mirada se posó en el llamativo rosario que colgaba en su cuello. Era un rosario delicado, con cuencas de madera pulida que brillaban suavemente a la luz del local. Las cuencas estaban intercaladas con pequeñas cruces de plata que reflejaban destellos sutiles. El crucifijo, decorado con detalles intrincados, parecía contar historias de fe y esperanza, y cada vez que el hombre se movía, el rosario emitía un suave tintineo que resonaba en el aire.

Después de pagar los recursos para la pintura, salí de la tienda, pero en mi mente no podía dejar de pensar en el rosario que había visto. La imagen de ese rosario me transportó a mi infancia.

Flashback

Era el verano de 2010, cuando todo empezó. En esos momentos tenía 14 años. Yo me encontraba en mi habitación mirando por la ventana, los rayos del sol que se filtraban entre las hojas de los árboles, creando un mosaico de luces y sombras en el suelo.

Mi padre Miguel, un ex- sacerdote que había dedicado más de dos décadas de su vida al servicio religioso. Era un hombre de profunda fe y convicciones firmes, conocido en la comunidad por su empatía y dedicación. Después de dejar el sacerdocio, mi padre se dedicó a la enseñanza en una escuela local. Allí continuó inspirando a sus alumnos con los mismo valores que había promovido en la iglesia.

Mi madre, Isabel, era una mujer de fe inquebrantable. Era una fiel creyente de Dios, y su vida estuvo marcada por el servicio de los demás. Isabel trabajaba como voluntaria en el comedor comunitario y organizaba actividades benéficas para ayudar a familias necesitadas.

Ese día mis padres estaban en la sala preparándose para ir a misa.

—¡Vamos, Elena ya es hora! — llamó mi madre desde el pasillo.

—Si, mamá, en un momento — respondí de mala gana. No quería escuchar las historias de redención y fe que parecían más un deber que una elección.

Buscando una manera de no ir, se me ocurrió una excusa. Me acurruque en la cama con una almohada en la cabeza. Mi madre entra a la habitación, con un ceño fruncido.

—Hija, ¿por qué no has bajado aún.. y a tí que te pasa? — pregunta preocupada.

—Mamá, tengo una migraña horrible — dije, tratando de sonar convincente.

—¿Migraña? — replicó mi madre, escéptica— ayer estabas perfectamente bien. ¿No será que simplemente no quieres ir a misa?.

Me incorporé un poco, buscando las palabras adecuadas. Sabía que mi mamá era dura de convencer, pero no quería ir a la iglesia.

—Te lo juro mamá, me duele mucho la cabeza— hablé, frotándome las sienes—. Solo con la luz me siento peor.

Isabel se cruzó de brazos, todavía dudando.

—¿Y por qué no me dijiste nada anoche?. Siempre hablas de tus problemas de salud.

Tomé aire, tratando de mantener la calma.

—Por que no me dolía tanto. Empezó a dolerme esta mañana. Además, tu nunca me haces caso.

—No digas eso, no es verdad — dice ella en un tono serio.

Mamá me miró fijamente, intentando leer la verdad en mis ojos. Finalmente se acercó y me tocó la frente con la mano.

—No tienes fiebre. Pero si realmente te sientes así, no puedo obligarte a ir.

Aproveché la oportunidad.

—Pov favor, mamá, solo necesito descansar un poco. Prometo que me sentiré mejor después.

Isabel soltó un suspiro.

—Está bien, cariño. Te dejaré descansar. Pero si no te sientes mejor en la tarde, me lo dices, ¿De acuerdo?.

Asentí, aliviada.

—Gracias, mamá. Espero que puedas disfrutar de la misa con papá.

—Sí, lo haré. Cuídate y descansa.

Con eso, mi madre salió de la habitación, dejé escapar un suspiro de alivio. Mientras me acomodaba de nuevo en la cama el sonido del tono de mi teléfono resonó por toda la habitación, hasta que finalmente contesté.

—¡Elena! ¿Vas a venir a la fiesta está noche? — La voz de Sofía mi mejor amiga, era un torbellino de emoción.

—Lo siento, no puedo —respondí, intentando sonar segura. Sabía que mis padres nunca me darían permiso para ir a una fiesta.

—¡Vamos!, solo será un rato. Todos estarán allí. ¡Incluso Jackson! — Sofía insistió, y pude escuchar el entusiasmo en su voz.

El nombre hizo que me detuviera en seco. Jackson era el hijo de un un amigo del papá de Sofía, un chico de 17 años, carismático y divertido que estaba en nuestro grupo de amigo desde siempre. Desde la primera vez que Sofía me lo presentó, supe me gustaba mucho.

—¿Jackson? — pregunté, tratando de ocultar mi interés—. ¿Estás segura que vendrá?.

—¡Por supuesto! Siempre va a las fiestas familiares y de amigos. Además, dijo que estaba emocionado por ver a todos después de tanto tiempo—respondió Sofía.

La sola idea de ver a Jackson, me llenaba de nervios y, al mismo tiempo, de una extraña expectativa. Me mordí el labio, viendo mis opciones.



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En el texto hay: #violencia, #traumas, #thriller

Editado: 13.11.2024

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