— Hace unos años, cuando mi padre recién empezaba a trabajar con el tuyo, luego de conocernos, oficialmente al menos... — suspiró — Necesitábamos dinero, mi madre había enfermado y la medicina era costosa — me dirigió su mirada y luego la volvió al horizonte — Una esposa enferma y dos niños a los que cuidar y alimentar, era una situación difícil. Por cosas de la vida terminó en la oficina del padre de Matthew, Tyler. El hombre de ayer — recordó ese hecho e hizo que me estremeciera — Este le brindó su ayuda, a cambio de su lealtad. Pero esa lealtad tenía un precio, uno que mi padre no estaba dispuesto a pagar — exhaló — Una noche, entraron a nuestra casa y nos ataron, intentaron lastimar a Emi y yo me enfrente a ellos. Cuando acabaron conmigo, llegó Tyler, exigiendo un trato para mi padre, el cual no aceptó. Sin embargo, yo lo hice, no quería que mi familia pagará el precio de las malas decisiones de mi padre.
— ¿A qué clase de trato te prestaste?
— Cualquier cosa, entrega de paquetes, carreras, pero lo que más ganaba conmigo, eran las peleas.
— Sacrificando tu vida por tu familia.
— Haría cualquier cosa por ellos. Mi lealtad está con mi familia.
— ¿Básicamente Matthew es hijo de un mafioso? — indagué al unir los cables.
— En efecto. Él se supone que dirigiría la mayoría de sus negocios, pero ahora eso está en suspenso por los nuevos asesinatos que empiezan a haber del otro bando.
— ¿Asesinatos? — pregunte con algo de miedo.
— Sí, es una guerra constante por el poder y el dominio de las rutas de drogas. La gente poderosa paga a quien tenga mejor mercancía de lo que sea y con los sabotajes constantes, se hace difícil la dirección y el manejo del negocio.
— ¿Y qué sucede si te niegas?
— Lo de siempre, sacarle el máximo provecho a una situación y luego terminar con los cabos sueltos.
— Supongo que soy un cabo suelto... — suspiré sabiendo la realidad.
— Confía en mí, ya le encontraremos una salida, prometo que no te harán daño, no mientras respire — dijo y sólo se limitó a mirar hacia al frente, donde ya estaba entrando el sol.
Aquello me dejó en un estado pensativo. "Mientras respire", en el momento que James no lo haga más, estaría sola por mi cuenta, y probablemente, terminaría como él o incluso peor. Mi vida depende de James. Estaba segura de que todo lo que conocía estaba por cambiar drásticamente. Eso me tenía inquieta, me había costado mucho salir de eso para volver a lo mismo. Supongo que cuando tienes oscuridad dentro, es lo único que atraes. En aquel momento no me importaba si algo me sucedía, porque según yo, no tenía nada que perder o por lo que luchar, pero no fue hasta que perdí algo que amaba, que entendí lo que poseía.
— Hay que irnos — me puse de pie — Puedes venir cuando quieras — le ofrecí por primera vez a alguien, mi refugio, para que sea nuestro. O al menos, para compartirlo.
James se levantó al mismo tiempo y se acercó a abrazarme. Le correspondí lento, con miedo. Al poner en contacto nuestros cuerpos, el suyo emanaba un calor que me reconfortó y me obligué a profundizar, sentí su corazón a la altura de mi oreja y pude escucharlo. Un latir lento y relajado. Por un segundo, mínimo, note la sincronía entre ambos, algo que nunca había sentido antes. Fue algo donde por un momento, fuimos uno solo. Un solo ser, que compartían un corazón dividido y por fin se habían encontrado luego de vidas sin hallarse.
Al momento de separarnos, la lejanía de su calor, me hizo sentir algo sola y fría. Me había gustado estar entre sus brazos unos momentos, estaba protegida y ahora me encontraba a la deriva. El suave viento que nos acariciaba la piel se hizo más frío y las olas a lo lejos, comenzaron a calmarse.
Observé los ojos de James, azules como el mismo cielo en verano, profundos e intensos como el océano que nos rodeaba. Por alguna razón, vi un pequeño brillo en sus ojos. Me sonrió con tranquilidad, tomó mi mano y en silencio nos fuimos acercando al auto.
— Tienes las manos frías — comentó al ponernos en contacto. Eso era algo típico de mí, fuera el clima que fuera, siempre poseía las manos frías.
— Siempre tengo las manos frías.
— Eres algo así como un cubito de hielo — sonrió con gracia.
— ¿Por qué cubito?
— Por lo enana que eres — dijo riendo a lo que yo lo golpeé en el brazo e hice cara de fastidio — Ey, ahora serás mi Cubito — siguió.
— ¿Por qué no eres más creativo? — me burlé.
— ¿Prefieres que te diga Muñeca?
— Te odio James — solté a lo que él solo me lanzó un beso, cosa que hizo que en mi estómago me diera un pinchazo.
En el camino de regreso, nos mantuvimos en un silencio que no era incómodo ni tenso, era solo un silencio que se disfrutaba. Quizás era su compañía o quizás era la energía de seguridad que James desprendía. Sentí que se podía estar cayendo el mundo y si él se encontraba allí, se aseguraría de que nada me iba a suceder. Me gustaría creer que si caigo, él irá a buscarme y si no logro levantarme, se quedará conmigo hasta que me levante por mi cuenta.
A lo lejos se podía ver las luces de la ciudad que poco a poco se hacían más grande. Estaba volviendo a la realidad que se desvaneció por unas horas y tendría que fingir que nada sucedía. Al llegar al edificio e ingresar, nos detuvimos en la puerta. Sé que algo malo se avecinaba, es como cuando sabes en qué momento va a detonar la bomba y solo esperas, con la ansiedad comiéndote, lento y de manera torturante.
— Lena — dijo despacio — Lo que te conté y lo que pasó, te pido que no le digas a nadie — suplicó, aunque con seguridad en la voz.
— Sólo quiero saber una cosa... ¿Quién más sabe de esto?
— Emi... Y tú... — contestó después de algunos segundos — Ahora que se enteró, no me trata como antes y en serio me duele.
— ¿Emily lo sabe? — le pregunté sorprendida, pensé que sería a quien más mantendría alejada de esto.
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Editado: 07.12.2024