Juegos salvajes

Compañeros de cuarto

Cleopatra POV:

 

 

—Papa, tengo que dejarte. Acabo de llegar y tengo que llevar todas las cajas a la habitación —traté de cortar al almirante antes de que sacara de nuevo el tema de mudarme al campus. Su formación militar de tantísimos años, no le permitía que algo se saliera de control y más cuando ese algo era yo.

Cuando era pequeña mis padres se separaron, mi madre quería luchar pero mi padre dio por vencida la batalla de su matrimonio. Creo que esa fue la única pelea que no se había dignado a enfrentar.

Tras varios años de lucha en tribunales, mi padre consiguió la custodia en exclusividad por lo que durante más de quince años he vivido con él sin separarnos ni un solo día. Así que el tema de que me vaya a vivir a cientos de kilómetros de casa y que no pueda estar pendiente de mí las veinticuatro horas, lo lleva bastante mal.

 

—Está bien pequeña. Llámame si necesitas algo, por más tontería que te parezca. Y si tienes algún problema házmelo saber y te sacaré de ahí de inmediato —Ahí estaba el sobreprotector y la versión más controladora de mi padre. Suspiré no queriendo decirle que me estaba arruinando los primeros dos minutos de universidad y abrí la puerta de mi coche dispuesta a salir.

 

—Todo va a salir bien viejito, te llamo mañana. Te quiero —y con esas palabras finalicé la llamada sin esperar que me contestase.

Al salir del coche un tipo de aire distinto al que estaba acostumbrada se coló en mis pulmones y de la manera más inocente descubrí que era el olor de la libertad.

Miré a mi alrededor casi como si tratase de grabar en mis retinas cada segundo del primer día oficial de mi vida y sonreí cual idiota al darme cuenta —por fin— de que estaba en la universidad. Sentí que este lugar me haría crecer como persona, me haría madurar y sobre todo aprender de la vida.

 

Había estado aquí hace un par de semanas. Bueno, no aquí exactamente sino en una fraternidad en la que hicieron una fiesta de bienvenida a la universidad. Durante mi corta vida y mi aun más corta experiencia adolescente, había ido a un par de fiestas pero nada comparado con la super fiesta universitaria. Y como quería sentir en primera persona que era todo aquello de beber, fumar, bailar y gritar como si me estuvieran matando asistí sin pensármelo dos veces. He de reconocer que ese fue el momento más rebelde de mi vida.

Nada más entrar en el edificio donde se celebraba la mítica bienvenida, mis ojos amenazaron con salirse de mis orbitas y mi mandíbula debió haber caído al suelo. La primera imagen que recuerdo es a un chico semidesnudo bajando por la escalera montado en una puerta de madera y con un trozo de papel de aluminio en la cabeza a modo de casco. ¡Oh! Y menos mal que he entrenado con mi padre durante años mis reflejos y defensa personal, porque ese loco iba directo hacia mí pero logré esquivarlo en el último segundo.

 

Sacudí mi cabeza a modo de dejar los recuerdos en lugar que les corresponde y me dispuse a sacar las cajas —con mis cosas personales— del maletero. Hasta ese momento no me di cuenta del enorme maletero que tenía y la capacidad de almacenaje del mismo. Había contado ocho cajas y tres bolsas.

 

—Hola —se acercó de pronto un chico hacia donde yo me encontraba mientras que me saludaba con la mano —¿Necesitas ayuda con eso? —tenía dibujada una inmensa sonrisa en sus labios en la cual me quedé embobada sin el más mínimo disimulo. Apostaría una mano a que ese chico era deportista, más que nada por el cuerpo de infarto que tenía. Estoy segura de que podía llevar todas las cajas en un viaje mientras que me lleva en su espalda.

—Hola —le devolví el saludo mientras que controlaba mis hormonas. —Esto, eh, no quiero molestarte…—confesé mientras que veía como sus ojos se achinaban por que su sonrisa aumentó aun más. Si seguía así esa sonrisa acabaría por invadir el mundo.

 

—No es molestia. ¿En qué habitación te instalas? —sin que le dijera nada y tomando la iniciativa, agarró un par de cajas y las alzó como si estuvieran rellenas de aire.

 

Saqué un pequeño papel en el que escribí las cosas importantes como el número de mi cuarto y traté de descifrar mi ilegible letra.

—Creo que es la 314 —le contesté esbozando una tímida sonrisa. Este hombre con dos frases había logrado que toda yo me volviera gelatina y que temblara al mirarme.

 

— ¿Estás segura de eso? —de pronto su tono había pasado de divertido y coqueto a ¿preocupado? Pude sentir la tensión que se adueñaba de su cuerpo al escucharme y como su sonrisa se iba para no volver. ¿A caso había algún tipo de bestia mitológica en mi habitación de la que no me han informado?

 

—Sí, totalmente —asentí a la vez que le señalaba el número de mi habitación escrito en un pequeño trozo de papel.




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