Jueves 6 de agosto

Capítulo 7: Melancolía

Después de un rato Sabrina y Luciano reaccionaron, su rostro recuperó el color y estaban confundidos acerca de lo que había pasado. Por otra parte, Enrique no reaccionaba, yo colocaba mi oído en su pecho y no sentía sus latidos, aunque no podía diferenciar si era por los nervios que me invadían o si realmente su corazón no latía.

Sonia se acercó y puso sus dedos en el cuello de Enrique afirmando que aún tenía signos vitales pero que estaban débiles, yo lo observaba y apretaba los labios mientras pasaba las manos por mi cabello.

Miré a Luciano que lucía mejor y le pregunté cuanto tiempo estuvieron encerrados, sin embargo, él me dijo que no tenía idea.

Sentada en el suelo alcé la mirada dándome cuenta que Arthur había llegado. Cuando vio el estado en que estaba Enrique fue insistente en guiarnos a una enfermería donde le daría asistencia médica.

Los chicos lo cargaron y caminamos hasta la enfermería, cuando llegamos lo acostamos en una camilla y Arthur lo comenzó a examinar. Luego buscó una lámpara que desprendía calor y la pasaba por todo el cuerpo de Enrique.

Después tomó una manta gruesa que sacó de un estante y lo arropó. Mi mano apretaba la suya y suspiraba esperando verlo despertar pronto, pero no era tan fácil retroceder los efectos de la hipotermia.

—Espero que se mejore —Arthur me observó a los ojos —pero si no lo hace tenemos que irnos de aquí.

Fruncí el ceño —no me voy a ir y dejarlo aquí.

Bajó la mirada y bufó —escuchen —llamó la atención de todos —lamento decirles que si su amigo no mejora debemos dejarlo aquí, ustedes no tienen ni idea de donde están metidos —hizo una pausa —y por órdenes del general Cooper debo sacarlos de este lugar.

Luciano se levantó y alzó las manos —¿Qué rayos es este lugar?

—Están en una base militar bajo tierra, el resto también es un enigma para mí —se encogió de hombros —pero si quieren salir vivos de aquí es mejor que me obedezcan.

—Yo no me voy sin mi novio —lo observé directamente a los ojos.

Dio una sonrisa de boca cerrada —entonces espero que tu estancia como turista sea grata.

Nos miramos los unos a los otros y nuestros rostros reflejaban confusión, miedo e incertidumbre —vuelvo en un momento, traeré algunas armas porque tendremos que volver a las cavernas para salir de aquí —hizo una seña con la mano —no se muevan de esta habitación.

Estuvimos en esa habitación un par de horas, discutíamos acerca de qué hacer y cómo salir de allí. Yo no tenía cabeza para pensar en nada, solo quería que Enrique despertara y que pudiésemos escapar de ese infierno.

La puerta de la enfermería sonó, era Arthur que había regresado después de unos minutos. Jadeaba y el sudor recorría su frente, respirando agitado quitó un bolso de gran tamaño de sus hombros y lo lanzó al suelo.

Agachándose deslizó el cierre del bolso y fue sacando unas armas muy peculiares. Se trataba de un arma, dos bates, una espada, un hacha y por último un tubo largo de hierro.

Los chicos y yo nos fuimos acercando hasta que formamos un circulo alrededor de él, veíamos las armas y nos mirábamos los unos a los otros.

—¿Por qué estás tan agitado? —Luciano entrecerraba los ojos.

—Este lugar esta vuelto un caos —tomaba aire —debemos irnos de inmediato de aquí —metió la mano en el bolso y sacó unas fundas para las armas.

—¿No podías traernos rifles a todos? —Mario sonrió y movía la cabeza hacia los lados.

Tomó aire —lo siento, pero vaciaron el arsenal y esto es todo lo que conseguí.

—¿Esperas que nos larguemos de aquí sin Enrique? —me crucé de brazos.

Apretaba los labios —no tenemos opción chica, o salimos ahora o no lo haremos nunca.

Respiré profundo —lo siento, pero yo no me voy sin Enrique.

Se levantó, rascó su cabeza y cargó su arma —entonces tendrán que arreglárselas por su cuenta, yo me largo —se dio vuelta y abrió la puerta, antes de salir tomó aire para hablar —suerte.

—Teníamos que habernos ido con él —Luciano interrumpió el silencio que se había formado —se encogió de hombros —no me vean así, ninguno de nosotros sabe dónde estamos al menos él sí.

—¿Y quieres dejar atrás a Enrique? —Sabrina lo señalaba en la camilla.

—Solo decía —caminó hasta un rincón y se sentó en el suelo.

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El tiempo pasaba y Enrique no despertaba, yo estaba parada frente a él y observaba su respiración. Llevaba las uñas de mis dedos a la boca y las mordía, hubo un momento en que me saqué sangre así que metí las manos en mis bolsillos para dejar de morderlas.

Los chicos se mantenían en el suelo y otros en sillas de metal repartidas en la habitación, me percaté que habían tomado las armas que nos trajo Arthur.

—¿Dónde creen que estemos?

—En verdad parece una base militar —respondí la pregunta de Sabrina —lo único que sabemos con certeza es que estamos bajo tierra.




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