Jugando a no enamorarse

Capítulo 1

Si hay algo que es típico en mí es acabar en lugares en los que ni siquiera quería estar en el primer lugar. No sé como lo hago exactamente, pero de alguna manera siempre acabo engatusada por las personas en cosas que no quiero hacer. Comienza con un "¿Sabías que...?" de la otra persona y acaba con un "¿Qué diablos hago aquí?" mío.

Visto desde un punto de vista externo es un grave problema. Si no lo tuviera seguramente no habría cometido la mayoría de errores que he cometido a lo largo de mi vida y viviría más tranquila, pero no es el caso.

Mi primer error del día Viernes fue dejar a Caroline, mi mejor amiga, hablar y hablar sobre una fiesta en honor al equipo de fútbol que jugaba un importante partido esa misma tarde contra sus mayores rivales a nivel deportivo: Los Tirans.

Mi segundo error fue dejarme convencer para asistir al partido de fútbol solo porque Caroline se moría por entablar conversación con su crush David y yo, como buena amiga, debía asegurarme de que no hacía nada que la pusiese en ridículo.

Mi tercer y más grande error fue no pensar que todo lo anterior era un error. Quiero decir, conocía a Caroline más que nadie en el mundo. Debía de haber supuesto que de alguna manera me engatusaría para acabar exactamente donde estoy ahora: en la fiesta en honor al equipo de fútbol.

Lo que no haga yo por Caroline...

—¿Quieres vodka? —Preguntó Caroline señalando con su mano una botella que había expuesta en la barra—.Conozco al barman, nos la dejará gratis.

—¿Con "conocer" te refieres a "me lié con él en una fiesta"?—Respondí yo y ella asintió, aún señalando el Vodka como si fuera algo divino y digno de mi admiración.

No es más que una botella, en realidad, pero bueno...

El Vodka y las constantes proposiciones de Caroline me llevaron al cuarto gran error de la noche: Dejar que Caroline me pase las bebidas.

No tengo precisamente un aguante considerable con el alcohol y Caroline no paraba de cambiarme el vaso cada vez que se me acababa. Uno tras otro. Como si no pudiera tener las manos vacías ni por medio segundo y ella quisiera que me embriagará junto a ella, que estaba pedo incluso antes de venir a la fiesta siquiera.

—¡Vamos a ver que hace Beatrice! —Dijo ella con una repentina energía tratando de hablar por encima de la música.

El poder sobrenatural del alcohol.

Beatrice es dos años menor que nosotras, aunque honestamente no notamos demasiado la diferencia la mayoría de las veces. Es mi vecina desde tiempos inmemoriales y siempre hemos pasado mucho tiempo juntas. Cuando conocí a Caroline, recién en preescolar, nuestras madres solían quedar entre ellas y nos "obligaban" a jugar juntas mientras ellas hablaban de cosas que no entendíamos. Consolidamos una amistad tan fuerte que hasta día de hoy no nos hemos separado, cosa muy rara en los adolescentes considerando la cantidad de dramas que suceden en nuestras vidas día a día.

—¡Beeeeeeeeea! —Grito Caroline, tratando de llamar la atención de mi vecina.

—¡Caroline! ¡Raquel! —Exclamó ella. Estaba sorprendentemente sobria y nos miraba con una pizca de diversión en sus ojos—. ¿Estás borracha ya? ¿Porqué la has dejado beber, Raquel?

Traté de buscar una excusa que no revelara que yo también estaba pedo pero, por la sonrisa en la cara de Beatrice, supe que ninguna excusa valdría. Ella ya lo sabía.

Es lo bonito de tener amistades de tantos años: conoces cada gesto, cada mirada. Y pese a que ahora no me venía demasiado bien era genial que Beatrice me conociera lo suficiente como para saber mi estado sin que yo tuviera la necesidad de explicárselo.

—¿Y cómo es que tu estas tan sobria? De normal te tengo que suplicar para que no te bebas el agua del florero. —Le repliqué yo. Beatrice rió en respuesta.

—Mi hermano está aquí y él es...

—Gilipollas. —Dije yo.

—Terriblemente sexy. —Caroline apuntó al mismo tiempo que yo y las tres nos reímos, Caroline y yo más por el alcohol que por el hecho de que la frase fuera graciosa en sí.

Beatrice tenía un hermano de nuestra edad que siempre estaba atento de ella, para bien o para mal. Era enfermizamente sobre protector y un idiota de categoría, pero no se puede luchar contra la genética.

Era terriblemente contradictorio, porqué él hacía cosas tres mil veces peores que su hermana en las fiestas y esta no le decía nada la mayoría de las veces.

—Van a jugar a "Siete Minutos en el Cielo". ¿Os apuntáis? —Beatrice nos preguntó—. Pero, ¿qué digo? ¡Obviamente que os apuntáis!

Quinto gran error de la noche: No oponer resistencia a la hora de unirme a juegos de adolescentes hormonales que siempre, sin excepción alguna, terminan mal.

En mi defensa diré que el alcohol hablaba por mí y me hacía inevitablemente más atrevida. A parte, nunca me elegían en esos juegos dónde los chicos atléticos siempre elegían a las animadoras y los chicos normales siempre elegían a las animadoras también.




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