Mi boca se abrió en una perfecta 'O'. Durante años me había convencido de que estas cosas en la vida real no pasaban, que eran clichés estereotipados por mis escritoras favoritas y yo, como buena lectora romántica, me encantaba leer.
En la vida real era más bien una cuestión de estadística en la que yo soy simplemente una persona más, un numero entre unas cien chicas más que conforman el grupo. La posibilidad que me toque, sobre todo cuando el número de chicos es inferior a cincuenta, es casi imposible.
Pero aún así, Charles Brown seguía sujetando el papel con su mano como si fuera la prueba de algo divino. Me dieron ganas de arrebatarle el papel con la mano y comprobar que mi nombre era el que estaba escrito en la borracha caligrafía de Caroline.
—No vale negarse, Cabello. —Dijo él, pronunciando mi apellido con su voz ronca y profunda, haciendo que el vello de mi nuca se erizara.
Él sabe perfectamente que odio que me llamen por mi apellido ya que no es un apellido precisamente común y, en español, tiene un significado hasta chistoso.
—Ni siquiera me he negado, Brown. —Respondí yo a la defensiva, lista para levantarme aunque fuera para defender mi orgullo.
Di que sí, Raquel.
Si lo repites muchas veces alomejor tus piernas dejan de temblar.
Beatrice tiró de mi brazo hacia abajo y susurró en mi oído: —No te hará nada si sabe lo que le conviene, así que tranquila.
Como si eso fuera a mantenerme tranquila, pero gracias pensé yo.
No sé si fue mi imaginación, pero todos los presentes en el círculo hicieron más ruido por nosotros que por otras parejas. Comentarios tipo "Que afortunada" o "Cuidado con ella, Brown" fue lo único que mis oídos llegaron a captar de los gritos que emitían.
Mi minúsculo cuerpo se metió en el armario primero y tan pronto como Charles entró nos sumimos en la oscuridad. El armario estaba completamente oscuro y tenía ese ligero olor característico a la madera con humedad que me hacía sentir levemente incómoda. Lo único que era capaz de captar era ese olor y el agradable perfume de Charles, que era levemente embriagador. Estaba nerviosa y ni siquiera sabía muy bien por qué si no íbamos a hacer nada. ¿Sería el alcohol?
Una luz roja ilumino mi cara de repente y yo miré extrañada a Charles.
—¿Cómo has conseguido meter eso en el armario?
—Un maestro nunca desvela sus trucos.
Asentí con la cabeza sin querer indagar más en el tema. Estaba lo suficientemente nerviosa como para no saber cómo formar frases demasiado largas.
—No tenemos que hacer nada, Raquel. No te voy a obligar.
—Lo sé —Dije yo en un susurro—. Me refiero, tú hermana me dijo que no lo harías.
—No lo hago por mi hermana.
—¿Entonces?
—Si voy a liarme con una chica, quiero que esa chica quiera hacerlo conmigo. No soy la clase de tío que obliga, aunque nunca me he visto en una situación similar. Nunca ninguna chica ha puesto resistencia conmigo, la verdad.
—Porqué nunca has estado con una chica con tanto cerebro como yo.
Me hubiera gustado estar fuera del armario para observar su reacción. La luz roja desapareció y la oscuridad volvió a invadir todo el armario, volviéndome hacer sentir perdida y desconcertada. Deseé ser lo suficientemente valiente para pedirle que la encendiera, pero no lo hice.
—¿Crees que una chica como tú no puede estar con un chico como yo? —Dijo él en un susurro, increíblemente cerca de mi cara de repente.
No sé en qué momento se movió hasta quedar a pocos centímetros de mi cara, pero su aliento me estaba poniendo nerviosa. Tenía un ligero olor entre la menta y el tabaco, una mente tan extraña como deliciosa. La manera en la que masticaba cada palabra la hacía sonar profunda.
—Estas invadiendo mi espacio personal —Respondí yo—. Y sí, creo exactamente eso.
—¿Qué te apostarías?
—¿Perdona?
—Hagamos una apuesta: Si tú te enamoras o llegas a gustar de mí, has perdido y tendrás que admitir ante el mundo entero que el juego de Charles Brown es impecable.
—¿Y si tú te enamoras de mí?
—Yo nunca me enamoró, pide lo que quieras. Solo te aviso que si aceptas jugar, perderás y seguramente te arrepentirás.
El alcohol hace más efecto que mi cerebro ya que siento mi parte racional completamente anulada al actualmente valorar la propuesta. Conozco a Charles Brown, sé quién es y de lo que es capaz por ganar un juego. Le he visto hacerlo con otras chicas y algunas no han salido demasiado bien paradas de la situación. ¿Estoy dispuesta a todo esto solo para demostrar que no podría enamorarme de él y que hay una sola persona en este mundo capaz de resistirse a él?
—Tendremos que pactar unas reglas claras, pero si yo gano tú admitirás al mundo entero que el juego de Charles Brown fue destruido. ¿Hay trato? —Me decido a responder por fin.
No me puedo creer que haya dicho eso pero para el tiempo que quiero retractarme ya está dicho.