Jugando a no enamorarse

Capítulo 13

Dos días.

Esa era la cantidad de tiempo que había pasado desde la última vez que ví a Charles, al borde de un precipio, fuera de si.

Mentiría si dijera que esa imagen no se me ha quedado grabada en el cerebro como si de un tatuaje se tratara. Y es que, ¿cómo olvidas que has visto a alguien querer tirarse de un edificio, drogado y borracho?

La respuesta es sencilla: No se puede.

Y por eso es que llevo estos dos últimos días dándole vueltas a la situación, pensando en todos los posibles motivos por los cuales Charles habría acabado casi al borde de ese edificio. No he encontrado ninguna respuesta a día de hoy, a decir verdad.

Puede que ni siquiera haya una respuesta, que simplemente fuera él estando fuera de sí.

—¿Me escuchas? —Mi amiga Caroline me preguntó mirándome acusadoramente. Creo que empieza a pensar que no me interesa hacerle caso o escuchar lo que tiene para decirme—. No, ¿verdad? Te decía que cómo vas con Brown.

Brown. Charles Brown.

Mi conquista.

Mi juego.

Pues no muy bien, para ser sincera.

—¿Porqué preguntas? —Respondo yo.

—Odio cuando respondes con otra pregunta. ¿Por qué crees?

Acto seguido su mano señaló un punto de la cafetería. No me había percatado hasta entonces de que Charles se encontraba en su mesa de siempre, acompañado de sus compañeros de equipo y de… ¿Quién era ella?

Rubia, tan alta como la Torre Eiffel, sonrisa blanca como la nieve.

No me suena haberla visto con Charles antes, pero ahora esta sentada en su regazo tocándole el pelo.

Estoy bastante segura de que él me ha mencionado que odia que le toquen en pelo.

—¿Ya se ha terminado el juego? —Pregunta de nuevo Caroline, y yo niego con la cabeza acto seguido.

¿Cómo puede tener tan pocos escrúpulos? ¿A caso el no siento nada?

Esta a punto de tirarse de un precipio y yo lo salvo, me quedo a su lado, me besa, me dice que lo que estamos haciendo no está bien, me aleja de su lado mandándome en un taxi, no hablamos por dos días y, ¿ahora resulta que esta con otra chica? ¿Será bipolar?

—No.

—¿Entonces que está haciendo?

No lo sé.

Ponerme celosa, supongo. —Respondo yo insegura. Estoy bastante segura que no está pensando en mi en estos momentos, pero vale la pena creerlo.

—Pues va clarito, con lo poco que te gustan a ti esas cosas…

Y eso es verdad. No me gusta que los hombres se comporten como críos inseguros que se van con otras mujeres para hacerte “reaccionar“ y volver con ellos. No me gusta ser celosa, aunque siento que ahora mismo lo estoy siendo al pensar en esa chica y Charles juntos, viendo todo rojo.

¿Charles quiere jugar? Juguemos entonces.

***

He recapacitado.

Pensando mejor la situación, no es bueno combatir fuego con fuego. Yo no soy como él y pienso demostrarlo siendo la madura de esta relación.

¿Problema? Estoy en la puerta de su casa y creo que he tocado el timbre. No estoy totalmente segura porque ha sido tan rápido que apenas me he dado cuenta del momento en que mi mano ha presionado el botón del timbre. Ha sido un acto impulsivo, movido por la emoción.

Estaba convencida de que necesitaba hablar con Charles y dejarle unas cuantas cosas claras tras su comportamiento del día de hoy.

La puerta se abrió y Rhoda, la madre de Charles, se asomó. Rhoda era una mujer bastante bella para su edad, con el pelo negro corto; aunque con una cara bastante triste. En los últimos años ha tenido bastantes cambios físicos y yo nunca llegué a entender porque.

—Oh, ¡Hola Raquel! —Saludo ella—. Beatrice no está, tiene clases de baile.

Si ella supiera que en realidad no voy por Beatrice…

—Esperaré, si no te molesta.

—Claro que no, pasa. —Respondió ella apartándose de la puerta para dejarme paso con una sonrisa de oreja a oreja en su cara—. Yo me voy ahora a trabajar, pero Beatrice debería llegar pronto.

¿Y Charles? ¿Dónde está Charles?

Asentí y me despedí de ella. La casa estaba en total silencio, parecía no haber nadie. Recorrí el largo pasillo hasta las habitaciones y abrí con cuidado.

Charles no estaba en la suya. Tampoco estaba en el salón, ni en la cocina, ni en la terraza. Era como si no estuviera en ninguna parte, así que decidí sacarle ventaja a su ausencia y entrar a su habitación.

La habitación era de un color verde prado, y estaba llena de posters de motos y fotos con el equipo. Había un pequeño escritorio en la pared derecha con algunos libros y lápices, pero nada importante. Su móvil no estaba por ninguna parte, y la cama estaba sorprendentemente hecha. Supongo que su madre tuvo algo que ver en eso.

Me sorprendió ver que tenía una foto de su hermana y mía colgada en la pared. Recuerdo perfectamente ese día: estábamos en verano, en la playa; y nuestras madres querían quedar para darse un baño y charlar. Beatrice y yo nos estábamos divirtiendo mientras construíamos un castillo de arena y él se acercó por detrás y nos sacó una foto mientras le tirábamos una bola de arena.




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