El día comienza como de costumbre: levantarme temprano y preparar el desayuno para Gael, así como un pequeño refrigerio para su hora de descanso en el trabajo; asear el departamento mientras trato de malabarear con Alex y sus horarios de comida, siesta, baño y juego.
«¿Descanso?, ¿qué significa esa palabra?», pienso sarcásticamente.
Debo dar gracias a Dios si logro tomar una ducha de más de 5 minutos sin que deba salir corriendo envuelta en la toalla y con el cabello lleno de champú.
—Ma-má —balbuceo como un bebé esperando que mi hijo repita y me regale la satisfacción de escuchar su voz, pues, a pesar de tener ya un año, aún no ha dicho sus primeras palabras.
Su pediatra dice que es normal, que cada niño tiene su propio proceso de aprendizaje y desarrollo, pero, como su madre es un hecho que no deja de preocuparme. Sueño con escucharlo decir «mamá», con oírlo reír a carcajadas o hacer un berrinche; sin embargo, Alex es un niño muy tranquilo. Demasiado para mi gusto.
—Anda, cariño —suplico de nuevo—. Di mamá, solo una vez por favor.
Mi bebé se queda quieto observándome con esos grandes y hermosos ojos castaños que son mi adoración, para después agachar su mirada hacia su cochecito de juguete y pasearlo por la alfombra sin acatar mi petición.
«¿Estará enfermo?», me pregunto aterrada al imaginar a mi bebé en esa posición, pero, además de su pasividad, no encuentro otra señal de alarma que me indique que lo esté.
«Calma, Anel, él simplemente es un bebé tranquilo», me digo a mí misma.
Suspiro, rindiéndome por hoy a la idea de escuchar su voz y me dejo caer sobre la alfombra recargando mi espalda en el sillón mientras observo a mi hijo jugar. Sin quererlo, mis pensamientos viajan a la noche anterior, a la llamada de Noah, y no puedo evitar que mis ojos se cierren al recordar sus palabras: «Te extraño, Ann», «sería capaz de cruzar todo el país e ir a buscarte», «huye como siempre, querida Ann».
No es que sea la primera vez que lo escucho decir cosas como esas, y mentiría si dijera que mi corazón no salta al imaginar cómo pudieron haber sido las cosas si…
—¡Anel! —La impaciencia en la voz de Gael me hace darme cuenta de que me había quedado tan absorta en mis pensamientos, que no escuché el sonido de la puerta cuando mi novio entró a la casa—. Te estoy hablando. ¿Acaso te has quedado dormida ahí sentada?
—Perdón —digo levantándome del suelo después de tomar a mi bebé en mis brazos—. ¿Te sorprendería si te digo que estoy tan cansada que no te escuché llegar? —cuestiono, abriendo mi boca en un enorme bostezo.
—¿Cansada de qué, Anel?, por favor —se burla—. Cansado yo que vengo del trabajo, estoy hambriento y te encuentro aquí dormida tan tranquila.
—Bueno, no estuve todo el día aquí sentada si es a lo que te refieres —increpo con molestia—. La cena está lista, solo estaba esperando por ti.
—Ya, olvídalo; solo estoy estresado, perdón. Iré a lavarme y regreso para cenar. —Cruza la sala hacia la habitación, pero se detiene antes de perderse en el pasillo—. Ah, por cierto. Te compré un regalo de cumpleaños, lo dejé en la mesa.
Una enorme sonrisa se ensancha en mi rostro ante la idea de una sorpresa. Para ser honesta, entre todo el ajetreo del día ni siquiera tuve tiempo de recordar mi cumpleaños. A excepción de la llamada nocturna de Noah y el mensaje de voz de mi mejor amiga esta mañana, no hubo ningún otro recordatorio de la fecha en mi ocupada vida.
Gael no me felicitó antes de ir a trabajar, de hecho, a pesar de haberme traído un regalo, no he escuchado una felicitación de su parte o recibido un abrazo que me demuestre la dicha que siente por mí.
A veces me pregunto si aún me quiere, pues no es que lo demuestre demasiado. Cumple con mantenernos a su hijo y a mí con vida, alimentados y seguros; no es que tengamos lujos o salgamos a pasear como una familia feliz cada domingo, pero no le reprocho eso como su falta de atención.
En ocasiones me hace sentir como una carga y, aunque reconozco que lo soy, no es como se supone que una pareja debería de sentirse cuando se ama ¿cierto?
«Él no me ama, eso es más que evidente».
Sacudo esos pensamientos dolorosos de mi cabeza y hago un esfuerzo por no ser una desagradecida; no gano nada enfocando mi atención solo en las cosas malas, así que decido poner de mi parte. Coloco de nuevo en mi rostro esa sonrisa que tengo tan estudiada con el pasar de los meses y camino a la cocina, emocionada, pensando en mi sorpresa.
—Vamos, mi amor, papi me trajo un regalo. ¿Qué será?
Hago gestos graciosos a mi pequeño Alex, ganándome una dulce sonrisa de boca cerrada que me alegra el corazón. Me acerco a la cocina con el corazón acelerado por la expectativa y en cuanto observo el pequeño ramo de rosas sobre la mesa del comedor mis ánimos decaen.
«No seas malagradecida, Anel», me reprendo mentalmente al sentir la decepción recorriendo mi cuerpo, pero no es el regalo lo que me hace sentir tan mal, sino el hecho de saber que: o en verdad a Gael no le importa lo que sale de mi boca, o, le importa tan poco que aun así viene y hace cosas como estas.
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Editado: 11.06.2024