Nunca voy a olvidar el día que nos conocimos. Fue el primer día de clase del primer grado de la escuela. Yo estaba en la puerta de la escuela tratando de evitar mi ingreso, estaba agarrado, literalmente, de la pollera de mi madre llorando como un marrano. Mi madre no podía desprenderse de mí. Ella caminaba hacia adelante y yo me arrastraba sin soltarla. Lloraba sin parar. Estaba desesperado. Creía o ,mejor dicho, estaba seguro, de que mi madre iba a abandonarme en ese lugar blanco y frío, rodeado de otros chicos, que como yo, en su mayoría lloraban aferrados a sus madres, algunos muy pocos acompañados de sus padres, y una gran minoría de sus mucamas o hermanos mayores. MI madre ya estaba perdiendo la paciencia, me soltó de sus polleras y me de frente a la puerta de la escuela, parado, duro, con la cara llena de lágrimas y de mocos. Yo miré hacia atrás y mamá me miró con severidad e hizo un ademán con su dedo índice de su mano derecha señalando la entrada por la que debía dirigirme. Rompí en un fuerte llanto y en un momento sentí una mano pequeña como la mía, me tomaba de la misma y me decía << Vamos, yo te acompaño. No tengas miedo >> Era Juan. Lo miré mientras secaba mis lágrimas con mi nuevo guardapolvo color gris y o supe porque en ese momento su mirada y sobre todo su sonrisa, me tranquilizaron. Tomé fuertemente su mano y entramos a la escuela y nos introdujimos en nuestra aula que estaba en la planta baja del establecimiento. Era el primer grado "B". Nos sentamos en el aula, uno al lado del otro. Ya se había secado mis lágrimas y había dejado de llorar. Ya me había tranquilizado y comencé a mirar a Juan. A observarlo. Yo no escuchaba nada de lo que decía la maestra. Solo la escuché cuando me señalo y me pidió que diga mi nombre y mi edad. Luego seguí observando a ese ser que era bastante más bajo que yo, medio narigón, extremadamente sonriente, antento a todo y a todos. Ese ser que había sido mi salvador en el peor día de mi vida, hasta ese momento de mi corta vida al menos. No transcurrió mucho tiempo hasta que sonó la campana del recreo, yo como supongo todos, no sabía que era ese ruido agresivo y ensordecedor, hasta que la maestra nos dijo que podíamos salir al patio por diez minutos. Yo me levanté de mi banco y tomé la mano de Juan. El me miró y con seguridad nos dirigimos, mejor dicho el me dirigió al patio. Una vez ahí nos sentamos en un sector en donde daban algunos rayos del sol de esa mañana tibia. En un momento me miró y me preguntó cómo me llamaba. << Egardo >> contesté. Me miró nuevamente y sonrió de una manera que yo no comprendí, sin dudas su soberbia era innata y me dijo con seguridad y marcando bien la primer letra D de mi nombre <<Edgardo te llamas>> << Sí, Egardo>> retruqué enojado. Y aunque hice el esfuerzo para marcar bien la letra D, salió muda como de costumbre. Sentí un fuerte rechazo por él en ese momento, pero me duró poco ya que yo lo tenía como mi salvador de ese día tan raro para mí, lejos de mi madre, de mi casa, de mi padre, lejos de ese mundo que hasta hace media hora era todo para mí y también era lo único para mí. Era donde me sentía cómodo y cuidado. Era donde quería estar para siempre. Yo desconocía que algún día iba a crecer tanto que iba a dejar de ser un chico, o lo veía tan lejano que me parecía imposible llegar a ser un adulto como mi papá y mi mamá. Para mí mis padres tenían mil años. No me daba cuenta de los jóvenes que eran. Mamá tenía veinticinco años y papá veintiocho.
Sonó la campana que determinaba el final del recreo. Nos tomamos la mano con Juan y fuimos tranquilamente hacia el aula. Había compañeritos nuestros que entraban corriendo, a los gritos, pateando los bancos, empujándose entre ellos. Juan y yo éramos diferentes a esa clase de chicos. No éramos de hacer líos, éramos muy tranquilos y así fuimos toda la vida. Nunca fuimos de hacer renegar de más a nuestros padres, si alguna que otra vez, pero no éramos díscolos. Ese día para mí fue eterno. Pero al fin culminó. Eran las cinco de la tarde y salimos todos rápidamente, ansiosamente diría. Yo salí al lado de Juan pero esta vez no íbamos de la mano. Yo comencé a mirar con desesperación para ver si veía a mi madre, era a la única que persona que quería ver en ese momento. De reojo lo miraba a Juan que estaba impasible. No miraba con desesperación, se lo veía seguro y tranquilo. Hasta que en un momento escuché que me llamaba mi mamá, y ahí estaba bella y radiante como siempre. Corrí a sus brazos y ella me abrazó y me besó como si hiciera un siglo que no me veía. Yo también la apreté bien fuerte, no quería soltarla nunca más. Me preguntó cómo me había dio, yo era bastante monosilábico y solo le dije <<bien mami>> Antes de que pudiera decirle que me había hecho un amigo, él apareció. Mamá me preguntó quien era <<Juan>> le dije << nos hicimos buenos amigos>> Juan se acercó para darle un beso en la mejilla a mamá, quien se agachó y recibió un lindo ósculo de ese pigmeo simpático y narigón.
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Editado: 28.02.2018