Caminaba por el césped con un ramo de flores ; Amarillas, azules y rojas. Sus colores favoritos y desde siempre les llevo esas.
El día estaba nublado y el sol aún no sale, hasta hace un poco de frío pero quizás sea también por lo temprano qué es.
Apartando mis pensamientos llegué a dónde su tumba estaba. Me arrodillé, quitando viejas flores marchitas qué estaban en su viejo florero qué mamá le colocó. Y sé las cambié.
–¿Hace mucho qué no venía cierto?
– Me acomodé al lado las flores, echándole una mirada dónde indicaba su nombre.– Ya ha pasado mucho tiempo qué te fuiste, exactamente siete
años hoy, yo nunca pensé qué en cierto tiempo mí visitas hacía a ti sería acá en un cementerio.–Suspiré abrazándome de la brisa fría qué pasaba.–Sí alguien me fuera dicho qué esto pasaría nunca te hubiera dejado ir esa noche. Y te hubiera abrazado un poco más la última vez, nunca me hubiera preparado para decirte adiós. Pero es qué en realidad nunca me enseñaste a vivir sin ti.
Un sollozo salió de mí con un par de lágrimas empañando mí rostro y causándome un nudo en la garganta impidiendo seguir hablando.
Pero con la fuerza qué aún queda en mí continué
–Ayer fue mi cumpleaños número diecisiete.–Reí.–Sí, tú niña ha crecido papá ¿Y sabés qué ha sido lo peor? –Tragándome el nudo en la garganta continué diciendo.–Le ha tocado crecer sin ti.
Y en ese instante sentí qué ya no podía retener más lágrimas. Me acosté en el césped qué estaba en su tumba, y lloré lo qué más pude. Julieta, esa chica qué se ha mantenido fuerte, bajó su armadura y liberó un poco del dolor qué tiene en su ser.
Saqué la carta qué tenía en mi pantalón acercándola a mí pecho.
–Ayer me dieron tú carta y no sabés cómo te amo, a pesar del dolor qué me causó tú partida, me siento muy afortunada de haber sido ése ángel qué llegó a tu vida. Pero gracias a ti por darme el amor más grande qué se le puede dar a una persona, gracias por haber sido ése gran padre qué necesité. –Pasé mi mano por mis ojos para quitar algunas lágrimas qué nublaban mí vista.–Mathias extraña verte en sus juegos, nunca se olvida de su cómplice favorito.
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Cuándo me dispuse a salir de allí ya luego de despedirme de él, un cuerpo chocó conmigo haciéndome caer al césped.
–Mierda.– Susurré.
–Perdón yo no me fijé y no te había visto.– Él chico qué hizo que mi culo tocará el césped, estaba disculpándose. Pero pude reconocer su voz a pesar de del dolor de cabeza, sí reconocía esa voz, era la voz del idiota qué había derramado su cerveza en mí. Pero por mis lentes negros no logró reconocerme.
–¿Nuestro destino será siempre chocar?–Le pregunté y el chico frunció el ceño.
–¿Perdón?– Preguntó.
Él estiró su mano para apoyarme y poder levantarme. Quité los lentes de mis ojos y así pudo reconocerme.
–Quizás sí sea nuestro destino, mocosa. –Dijo.
Él se pasó por mí lado y fijó su vista a la tumba qué estaba detrás de mi. Se acercó al florero dónde estaban las flores nuevas qué cambié.
–Siempre quise saber quién era la persona qué colocaba estás flores tan bonitas.
–A él siempre le gustaron estas flores y siempre están al salir de la ciudad. Cómo no son tan comunes, por eso son difíciles de conseguir.–Aidan se levantó y caminó hacía él banco qué estaba hacia nuestro costado izquierdo.
–Tan especiales cómo la persona qué está aquí, ¿no?–Me acerqué hacía a él sentándome a su lado.
Asentí.
–¿Quién es?–Preguntó.–Jugué con una hoja de un árbol qué cayó al espacio vacío qué sobraba del banco.–Mí tío, mí otro padre.–Respondí.
–Lo lamento.–Dijo.
Aidan se levantó del banco y caminó un poco más de donde estaba mí tío. Confusa y con ganas de saber el porqué el estaba aquí lo seguí. Bueno es obvio ¿no? De seguro vino a visitar a alguien.
Aidan hizo lo mismo qué yo cuándo llegué. Cambió las flores viejas qué estaban en esa tumba y colocó las nuevas qué llevaba en sus manos.
-Y ¿A quien tienes acá?– Pregunté. Aidan soltó una carcajada, por primera vez desde qué nos encontramos lo escuché reír.
–A parte de atravesada eres chismosa ¿no?–Aidan se sentó en la lápida viéndome. Yo crucé mis brazos y fruncí el ceño.
–¡Oye estúpido, no es justo, yo te respondí!–Exigi.
–Nunca te obligue a qué respondieras o ¿si?
Buen punto pensé.
–Bien, no respondas me voy, aún tú idiotez humana puede contagiarse y eso no quiero, así qué adiós, idiota.
Estaba dándome vuelta cuándo el idiota habló.
–Espera mocosa, no te vayas.
–Bueno ¿entonces? .
Aidan se levantó y acarició las letras qué llevaba esa lápida.
–Son mis padres mocosa.– Dijo. Por primera vez qué lo conozco dejé de mirarlo como él idiota qué es y lo miré cómo una persona qué había perdido a sus padres.– Y no quiero qué me mires así con lastima, esa faceta de mi vida ya la superé hace años.
Y está ves sentí qué la idiota fui yo.
–Lo siento, no quería qué pensaras así. –Me disculpé.–Siendo sincera te admiro.– Está ves el confuso fue él.
–¿Porqué?– Preguntó.
–Porqué no sería capaz de seguir de pie, cuándo las personas más importante de mi vida ya no están conmigo. –Respondí.
Aidan negó con su cabeza con una sonrisa en su rostro.
–Pues siéndote sincero me tocó ser fuerte cuándo se fueron, por mí hermana ella aún es pequeña y sin tener a mamá y a papá su único pilar sería yo.
–¿Y tú dolor?–Pregunté.
–El tener qué ser fuerte hizo qué guardará ése dolor qué todos en un momento necesitamos liberar. Y ése fue mi error, dejar a un lado ese sentimiento cuando tenia qué ser liberado. ¿Y sabés que pasó después?– Negué.–Exploté, porqué sinceramente no podía guardarme más el sufrimiento de haber perdido a las dos personas qué más amé en mí vida. En ese momento cometí muchos errores qué hoy por hoy aún los sigo pagando mocosa.–Finalizó.
Es increíble qué a la persona de frente qué hace unas horas lo consideré cómo el más idiota de todos, haya sufrido igual o peor qué yo en esta vida y qué haya cometido errores qué quizás aún los está pagando.