Elio solía decirme que debemos enfrentarnos a la vida sin miedo, a pesar qué quizás, nos pueda arrasar sin compilación.
Justo ahora siento que ése consejo no vale la pena; porque mis miedos están siendo más fuerte que yo.
El camino a la oficina de papá se hace eterno, varias veces pude venir, pero ahora siento que nunca llegaré.
Tengo su amenaza en mi cabeza luego de aquella pelea. Sabia el problema qué podría avisinarse si Kevin se enterara, pero se salió de mis manos.
Quizás mi miedo no era tan solo por mí, toda mi atención era hacia Kevin.
Siento qué por mi culpa, Kevin despertó un demonio. Y ése era mi padre.
Saludé a su secretaría y entré a su oficina con mis piernas temblorosas. Allí estaba: Con sus gafas, su traje perfectamente planchado y elegante.
No podía negarlo mi padre era un perfeccionista cuándo de su trabajo se trata.
Sus reconocimientos de tantos años, cuelgan en la pared color crema de su oficina. Él único reconocimiento que la vida no le a dado es de ser un padre.
Robert Smith era un excelente abogado pero un pésimo padre.
Levantó su vista al percatarse de mi presencia.
–Puedes sentarte.–Sugirió.
En su rostro aún se notaban algunos moretones pero no tan intensos cómo días atrás.
–¿Para que pedias verme?– Pregunté sin rodeos. Esta extraña formalidad me causa escalofríos.
Bajó las gafas de sus ojos y se acomodó en su asiento.
–Un trato eso quiero
–¿Así nomás?
–¿ O es qué prefieres con insultos? - Preguntó.
La verdad no.
–¿De qué se trata?–La ansiedad me mataba.
De una fila de documentos sacó una carpeta con papeles adentro y me la acercó.
–Lee.–Habló.
Sentí qué en esta carpeta estaba las respuestas qué mis miedo pide. Pero también mi instinto me dice qué nada de esto es bueno.
Tragué saliva y me dispuse a leer mientras qué un par de ojos me observaban.
Mi instinto nunca se equivocó nada de esto es bueno.
Dos denuncias: Kevin y Mitchell.
A Kevin lo acusaba de agresión física y de presunto intento de asesinato.
Y Michell la acusaba de cómplice en ambos cargos.
Mierda.
Mis piernas y Manos temblaban , mil pulso cardiaco explotaria en cualquier momento.
–Claro aún me falta el otro chico que los acompañaba y que me golpeó. Pero tranquila qué ya estoy averiguandolo.–Concluyó.
Aidan.
Estábamos jodidos.
–¿Pero qué es esto papá?–Tiré los documentos al escritorio.
–Pensé qué sabias leer.–Negó con su cabeza.–No te preocupes, te explicaré con calma. Esos documentos qué leíste son las denuncias hacía tus amigos. Sin embargo, aún no están procedidas.–Sentí mi alma volver.–Pero con una condición.
–Me estas chantagiando.–Gruñi.
–Algo así.–Respondió.–Pero supongo que aceptarás y salvaras a tus amigos de tantos años en prisión.
–Habla.–Ni siquiera podría negarme.
Esta es mi guerra y no la de ellos.
–El dinero de Elio lo quiero para mí.
Maldita ambición.
–¡Pero no puedes quitármelo! ¡Es mío papá! ¡Es lo único que me queda de el!
–No te pertenece Julieta.
–¡Sí me lo dejó a mí es porque sabía qué podría ayúdarme en algo! Y ése algo; es largarme de tú vida para siempre.
Ya no había calma la tempestad había vuelto.
–¡Bien! Puedes largarte pero el dinero me lo dejarás a mí.–Exigió.
No puede quitármelo. Puede pedirme cualquier cosa pero eso no.
–No puedo... pídeme otra cosa pero eso no.–Bajé mi cabeza cansada de todo esto.
–El dinero o tus amigos irán a prisión.
Mi cabeza daba vuelta, sentí que en cualquier momento podría vomitar.
–Por favor pídeme lo qué querías pero menos eso.–Suplique con esperanza de que pudiera cambiar de opinión.
–Tienes una semana para darme una respuesta.– Dijo.
–Por favor, papá.
–Sí no lo haces de ahora en adelante los visitaras en prisión.
No tenia más que decir él me había acorralado.
Me levanté caminando hacia la puerta, necesitaba salir de aquí, en cualquier momento estallaría.
Tenia la perilla de la puerta en mis manos lista para salir pero la voz de mi padre me detuvo.
–Al fin y acabo nada de el te corresponde.–No entendí a lo que se refería. Sinceramente ya no tenia ánimos para seguir.
Salí de su oficina sin rumbo fijo.
**********
El viaje a la casa de la abuela había llegado, al fin, sentí que cambiar de aire nos haría bien, de echo muy a todos.
Mama, Mathias y yo seríamos lo que iríamos, mientras que papá se quedaría acá y sinceramente me llenaba de un poco de alegría saber qué no iría.
Todos necesitamos nuestro espacio.
Mamá había quedado con Kevin para qué fuera él quien nos llevara al aeropuerto, sólo esperáramos por él.
–¿Está todo listo?–Preguntó mamá por quinta vez.
–Si mamá todo listo.–Respondió con fastidio Mathias.
Me reí un poco al ver cómo ella caminaba tantas veces por la sala.
–¿Crees que Kevin tardará mucho en llegar, Julieta?
Conociéndolo sí.
–Ya debe de estar por llegar.– Mentí. Y es qué si le decía qué mi amigo se fijaba en su espejo un millón de veces antes de salir, se moriría de un infarto.
Mamá era una obsesionada con la puntualidad.
Mientras que Kevin era un idiota impuntual.
Unos golpes en la puerta me hicieron salir de mis pensamientos.
Caminé hacía ella para encontrarme al idiota de Kevin.
Pero al abrirla me sorprendí a tener otra persona al frente de mí.
Era estupidez humana.
Su cabello revoltoso cómo de costumbre se llevó la atención de mis ojos de inmediato.
Y los recuerdos de aquellos besos llegaron a mi mente, sintiendo una rara sensación en mi estómago.
–¿Estas ocupada?– Preguntó mirando hacía la desordenada sala qué estaba a mi espalda.
–No.
–¿Puedes acompañarme a mí coche?
Su pregunta me resultó un tanto extraña, pero asenti siguiéndolo a dónde dijo.