Julieta quiso quedarse

Julieta

    La lluvia había escampado. Ahora el cielo celeste límpido de las primeras horas de la mañana relucía ante la luz del sol. El verde de los árboles casi era hechizante, y el olor a pino y eucalipto me llenaba los pulmones. Papá había querido salir a caminar temprano. Siempre decía que el aire puro y el contacto con la naturaleza ayudan a limpiar la mente. A recobrarse. Quizás papá con su agudeza, era el único que podía entender en realidad lo mucho que me había afectado todo lo ocurrido en esos dos últimos días, que eran la gota que había rebalsado el vaso. Mi vaso. Mi resistencia.

    Días antes las casas se veían pobladas de gente, el bullicio llenaba el aire y hacia callar al viento. Ahora lo único que se oía era la música de las hojas movidas por la brisa del mar. Papá tenía razón en pensar que aquello me haría bien, casi podía sentir como mis músculos se relajaban, como las nubes desaparecían de a poco de mi mente.  Mamá se había negado a abandonar la casa sin resguardo alguno. Enzo se había ofrecido a cuidarla mientras dábamos unas vueltas. Lo cierto es que en ese momento me sentía más segura fuera que dentro de la casa.

-¿Qué tenés pensado hacer cuando llegue marzo?

Papá disparó a quemarropa la pregunta que más temía.

-No lo sé todavía –respondí casi sin dudarlo. Era cierto, aún no lo sabía. Pero no quería verme estúpida frente a él. No frente a alguien que siempre parecía saber que era lo correcto.

-Tenés tiempo de pensarlo todavía –apoyó su mano segura sobre mi hombro –no dudes en pedirme ayuda si lo necesitas.

-Gracias papá –lo miré de soslayo. Parecía cansado – ¿Qué va a pasar con mamá?

-Voy a intentar convencerla de quedarnos un par de días más, pero no te garantizo que sea más de tres días.

-No tienen que quedarse si no quieren –susurré –al fin de cuentas yo me fui por voto propio de casa.

-No vamos a discutir eso ahora. No me gusta que estés sola en este lugar, es una locura y en eso estoy de acuerdo con tu madre. –me miró y vi autentica preocupación en sus ojos. En ese instante mis determinaciones flaquearon –aunque por otro lado actúas como yo lo hubiese hecho a tu edad. Decidí quedarme porque quizás, con suerte descubrieran algo en estos días, algo que pudiese ser el fin del caso y decidieras irte o quedarte en la casa si era un lugar seguro. No puedo culparte. Solamente decirte que te cuides.

-¡Gracias papá! –enredé mi brazo en el de él.

-Siempre podés contar conmigo. No me acostumbro a que mi única nena decida caminar sola por el mundo, pero lo llevo bien –me sentí fatal en ese momento.

     Si a nadie se le había pasado por la cabeza volver a ser niño y que las únicas preocupaciones fueran los juguetes y comer caramelos, no le creía. La nostalgia de esos días felices, de lo sano y puro de la infancia casi me arrancan un lagrimón que creí poder disimular. No tenía que preocuparme por los golpes, ellos estaban ahí para atajarlos, para protegerme. Mi infancia había sido la mejor que se pueda tener. Lo había sido antes de mis pérdidas. Antes del dolor. La recordaba blanca, cálida y alejada en el tiempo. Pero podía revivirla y ese calor lejano aun podía entibiarme un poco el alma. Aún después de tanto tiempo. Supongo que la vida no es fácil para nadie, y se que no estoy equivocada. Y en mi caso había tenido que enfrentar ciertas cosas de pequeña, porque más allá de lo que hubiese creído en ese momento, era pequeña. Y de algún modo si volvía el tiempo atrás, o abría las compuertas de mi alma encontraría allí a esa niña. Y vería miedo en sus ojos.

-Pa –susurré tragándome un nudo –ella se parece mucho a Clara.

-Sí –soltó el aire que venía acumulando. Porque recién me daba cuenta, de que él ya lo había visto en mi desesperación, en mi decisión de quedarme –ella era lo más parecido que vi nunca de Clara. Por eso sabía que ibas a querer quedarte. –se volvió y aferró mis manos con fuerza –pero ni lo anterior, ni esto fue tu culpa. No tenés que hacer esto, es la vida sabés. Y nunca se sabe cuando se van ciertos fantasmas, si es que se van. No te eches al hombro esto.

-No pude hacerle justicia a Clara. ¡Déjame que haga algo por Sofía, en memoria de las dos!

-No te voy a prohibir nada, pero cuídate y entendé esto –clavó sus ojos negros en mis iris grises –nunca fuiste culpable de nada.

-Ya lo sé –susurré. Pero no, no lo entendía. Porque mi corazón nunca había entendido de razones. Y nunca lo haría.




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