Julieta quiso quedarse

Historia

  La manada Vullblut había surgido hacía incontables años en algún bosque de la antigua Alemania. Se creía entre los descendientes que era la originaria, la primera manada del mundo, la se había formado a partir de Ulba y Ulrika, los primeros lupis. Aunque claro, no era la única al presente. Los odios, celos, rivalidades, deseos, errores de todo tipo y demás emociones con sus respectivos hechos tanto humanos como animales habían provocado  rupturas, cambios y nuevas manadas a lo largo y ancho de la historia de los licántropos. Los Vullblut seguían de pie, pero ya no eran los mismos y ni de lejos contaban con los mismos principios y normas que en sus años anteriores. 

   Hacia más de trescientos años que la manada originaria de la Europa nórdica había abandonado aquellas tierras. A diferencia del resto de las manadas, habían apostado por América del Sur. Y les iba bien. Se resguardaban en bosques, valles, montañas y zonas frías y prácticamente deshabitadas. En lugares propios de su especie, en donde se fortalecían y reproducían. Aunque claro, nunca lo suficientemente lejos o escondidos de sus enemigos. Esos enemigos que antes quizás hubieran sido uno de los motivos por los que los Vullblut se resquebrajaran y se fundieran en otras manadas, hoy eran el motivo que los volvía a unir. O eso, o lamentablemente perderían la guerra que habían librado desde los inicios, cuando los brujos concibieran la creación de los licántropos y los hechiceros celta crearan la contrapartida: Los Cazadores Beta.

   Aún con los cazadores en todas partes y camuflados de todas las maneras inimaginables, los Vullblut habían conseguido mejorar y acrecentar su poder desde su último trasladado a la Patagonia. Algunos permanecían en el centro del país, pero el Alfa estaba bien resguardado en Tierra del Fuego. Desde allí ordenaba la vida y la obra de la manada que, por motivos de seguridad, habían tenido que dispersarse. En total eran unos ochenta y cinco licántropos dentro de la manada Vullblut en su mayoría adultos.

    Pero, de momento las complicaciones del cabecilla no giraban entorno a la seguridad de sus licántropos, sino a la llegada de las demás manadas al país atormentadas por demasiadas y recientes muertes en Europa. Los cazadores beta habían reducido a la mitad a la manada de Sichel, entre las victimas se contaba a los tres hijos del Alfa, casi habían acabado con la manda de Schammbluter, con la de Gesamment y la de WolfeKrieger. De los Gefallen aun no había noticias, puede que los hubiesen atacado hasta el exterminio. Después de todo eran los licántropos caídos, nadie los extrañaría lo suficiente. Aun así, harían falta en la batalla.  

   Los licántropos, no solo habían tenido que reunirse de nuevo olvidando viejos resquemores, sino que tendrían que aprender a convivir entre manadas. Y por sobretodo a organizarse, para pasar desapercibidos lo máximo posible. Cualquier cosa alertaría a los cazadores y nadie querría algo así. No estaban en condiciones de batallar contra ellos. Había demasiadas mujeres y niños pequeños que cuidar, terribles pérdidas aun que llorar. Los cazadores beta eran letales: primero mataban a los niños, a los futuros lobos. Debilitaban la moral y el sentido de la manada, debilitaban la figura del Alfa, y un Alfa que no brinda o al menos no es capaz de brindar protección a las crías no es digno de esa figura. Una manada sin líder es como un cuerpo sin cabeza. La disgregación causa caos, y los cazadores necesitaban ese caos. A río revuelto ganancia de pescadores. Cortito y al pie. Estaba claro que nada de eso podía ocurrir, los licántropos no eran una especie que estuviera lista para extinguirse. Harían lo necesario para sobrevivir, como lo habían hecho siempre.  

   Otro problema no menor al que se enfrentaban era el de la inexplicable desaparición de los hechiceros. No se habían encontrado cuerpos, ni rastros. Nada. Se habían esfumado. Habían tratado de dar con ellos de todas las formas posibles, inclusive a falta de resultados por parte de sus buscadores humanos, empleados a sueldo de las diferentes manadas, habían acudido a las lobas más sagaces y discretas, entrenadas durante décadas para la operación de vigilar, seguir y encontrar. El resultado había sido el mismo, exasperante y desconcertante. No estaban, se habían esfumado como por arte de magia. Valga la redundancia. No podían culpar a los cazadores, pues ellos también los necesitaban para dar con los lobos la mayoría de las veces. A menos que todos los hechiceros estuvieran de su parte y tuviesen suficiente dinero para pagar los exacerbados honorarios de los mismos. Cosa en la que los licántropos no creían. Los brujos eran sus padres, pero después de su exterminio, los hechiceros habían tomado ese lugar, a pesar de que en el pasado ellos habrían sido quienes les dieran vida a los cazadores. Solo algunos estaban a favor de los cazadores, y esos pocos lo hacían solo por dinero. Los demás seguían fieles a ellos.

  Pero, la repentina e inexplicable desaparición de los hechiceros no era todo. Una cazadora muy hábil había logrado obtener cierta información acerca de las mayores guaridas de licántropos. Una mocosa de tan solo dieciocho años, nacida bajo el estandarte asqueroso de los Beta, manchado con sangre lupina, los había engatusado. Tuvieron suerte de poder matarla y callar su bocota. Aunque no habían dado con los documentos, dudaban de que hubiesen llegado a destino. De hacerlo ya habrían atacado. Los cazadores nunca esperaban lo suficiente para atacar, aunque eso muchas veces hubiese sido desastroso para ellos mismos. Los Beta eran particulares, feroces y descontrolados asesinos. Aun así se decían hijos de la divinidad, creados únicamente para el exterminio del mal sembrado por las acciones diabólicas de los brujos. Así y todo, la muerte de la chica no los había salvado de los problemas, los había empeorado. No tenían idea de porqué los cazadores dejaran trascender su muerte, porqué habían dado aviso a la policía. Lo normal era silenciarlo todo. Sus guerras siempre se habían dado en el silencio salvando alguna que otra ocasión. Pero esto era de no creer. Meter a los simples humanos era una locura, era transgredir reglas que nunca se rompían.




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