Julieta quiso quedarse

Julieta

  Desperté al alba. El cuerpo tibio de Enzo junto al mió, me proporcionaba el calor que mi propio cuerpo había dejado de brindarme. Parecía un cascarón seco, duro y frío. Disfruté durante unos minutos más de la calidez de su brazo rodeando mi cintura y del perfume que emanaba de todo él. Al cabo de un rato consideré que quizás debía levantarme y asearme un poco. Tenía el pelo apelmazado en la nuca y la sensación de estar contaminada, llena de los restos del día anterior. Las células muertas de mi propio miedo me llenaban el cuerpo. Me estiré y desenrosqué de entre los brazos del policía que me cuidaba mejor que cualquier otro que hubiese conocido. Si mi padre me hubiese visto en ese momento se habría puesto rojo. Ya adivinaba la arruga en su frente. Fran dormía placidamente sobre el estomago plano de Enzo. Hacían un buen dúo.

   Me senté en la cama con cuidado de no despertarlos. A través de las rendijas de la persiana se adivinaba un día nublado y húmedo. Me levanté de puntillas y salí de la habitación. El estómago me ronroneó recordándome que hacía demasiadas horas que no probaba bocado. Me di una ducha rápida que pareció quitarme un peso de cien kilos de la espalda y preparé café. Enzo roncaba suavemente y Fran seguía durmiendo.

   Pensé en prender la tele y mirar algo. No sé cómo había hecho Enzo, pero al parecer funcionaba el canal, al menos en su casa. Tenía ganas de salir a caminar y tomar aire. La terapia de papá siempre daba resultado. Pero Enzo me había prohibido salir del departamento sin él. Fuera todavía estaba el auto del oficial que nos custodiaba mientras descansásemos. Me apoltroné en el sillón sin más opción que quedarme allí papando moscas. Al menos hasta que el anfitrión se despertara. Observé la casa, ya que la noche anterior un poco por cortesía y otro poco por cansancio no había ni mirado. Enzo tenía un excelente gusto para la decoración. Todo allí era blanco, negro y rojo. Predominaba el cuero, el acrílico y las luces tenues y fijas al cielo raso. Tendría muchas admiradoras. Por un momento me sentí celosa. Apuré el café que se me estaba enfriando. Cuando me disponía a llevar la taza al fregadero noté que Enzo tenía una notbook encima del escritorio al final del living. Escuché el silencio y note su suave y tranquila respiración. Dormía. Quizás podría echarle un vistazo, con suerte encontraría la información clasificada del caso. Tardó unos instantes que se me hicieron horas en encender y para mi suerte en el escritorio de la compu una carpeta con el nombre trabajo se separaba de todas demás aplicaciones. Cliqué y entre otros casos hallé la carpeta que le correspondía a Sofía. Dudé dos segundos y abrí la carpeta. Allí estaba todo: declaraciones, actas y más actas, croquis, grabaciones, resultados de pericias, el informe médico, videos y las fotos. Miré hacia la habitación. Seguía durmiendo. Quería mirar las fotos pero no me decidía a hacerlo. Quizás me conviniera leer los informes. Ya me bastaba la imaginación para crearme la escena. En eso distinguí al final de la lista otra carpeta más. Se me hizo un nudo en la garganta. Clara. Ese era el nombre de la carpeta. Clara.

   La abrí sin dudarlo. Quizás Enzo hubiese buscado la información solo para saber algo acerca del caso. Después que la federal estúpidamente tratara de involucrarme en la muerte de mi prima, de seguro habría querido saber algo más de lo que yo escuetamente le había narrado. Pero allí había algo más, algo que ni de lejos hubiese pensado o imaginado. Enzo no solo se había hecho de toda la información con respecto al caso, había logrado ir más allá. Y ahora gracias a él, y después de tantos años, me estaba enterando de algo que ni remotamente hubiese siquiera sospechado. Clara al igual que Sofía había desaparecido de la morgue. Su cuerpo había sido robado. Releí los documentos que lo afirmaban unas cien veces. Solo para cerciorarme de que no estaba divagando.

  Las imágenes negras y dolorosas del día de su funeral plagaron mi mente como un veneno. Me veía a mi misma dejando aquellas rosas sobre la tapa de su ataúd. Llorando junto a esa caja que sería la morada eterna de alguien a quien le quedaba tanto por delante. La sensación de ahogo que había sentido, comenzó a horcarme otra vez. Con más fuerza que la de aquel entonces. No pude evitar las lágrimas. La impotencia me cortó la respiración unos instantes dolorosísimos. Resultaba que ni siquiera había podido realmente despedirme de ella. Comprendí que tanto Clara como Sofía tenían algo que ver.  O al menos, eso demostraban los hechos. ¿Y si en realidad era mi a quién buscaba el asesino? Las neuronas comenzaron a hacer sinapsis, descontroladas dentro de mi mente ya de por si turbulenta. ¿Acaso papá nunca iba a decírmelo?. Recordé casi con rabia, lo tonta que había sido. Ahora las cosas me cerraban. Ahora que era adulta. Había pasado mucho tiempo hasta que se hizo el funeral de Clara. Cerca de dos meses. Mi padre, me había explicado antes mis insistentes preguntas, que la policía y los médicos tenían que buscar pruebas del asesino y que por eso no la enterraban. Lo cierto es que no tenían el cuerpo. El funeral solo había sido una puesta en escena, quizás algo simbólico. Un acto de cierre, algo que finalizase en parte tanto dolor. Algo en lo que yo pudiese creer y dejara de hacer preguntas, y enterrara también el dolor por Clara. Finalizara con esa tragedia.




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