La luz tenue del amanecer se filtraba por mis párpados remolones. Los suaves dedos de Enzo recorrían mi pelo una y otra vez desde el nacimiento hasta las puntas. Me arrebujé junto a su cuerpo tibio. Celebraba tenerlo conmigo, y a pesar de los pocos planes que teníamos o a las casi nulas charlas sobre nuestra relación, nos queríamos, o al menos era lo que ambos dejábamos ver. De mi parte estaba comenzando a quererlo sinceramente. Abrí apenas un ojo para comprobar que estaba de nuevo, inmerso en sus cavilaciones matutinas. Había llegado al atardecer del día antes, y se mostró durante el resto del día taciturno y pensativo. No quise molestarlo demasiado y lo dejé pensar tranquilo todo el tiempo que quiso mientras preparaba la cena o terminaba de hacer el postre.
-Buen día mi amor –dijo sin siquiera mirarme.
-Buen día –Abrí los ojos y la luz me quemó un poco las pupilas, al parecer ese tenia pinta de ser un día de verano.
-Estoy de franco ¿sabías? –preguntó volviendo sus ojos verdes a mí.
-Estaba al tanto –me incorporé y traté de salir de la cama, detestaba hablar sin lavarme los dientes.
-¿No vas a darme el beso de los buenos días? –me estrechó en un abrazo que no pude ni quise evitar.
Enrosqué mis brazos en torno a su cintura, y acomodé mi cabeza bajo su mentón. Acomodó mi pelo y su mano comenzó a ir y venir por el.
-¿Vas a decirme que te está pasando? –pregunté, la curiosidad era más poderosa que cualquier cosa.
-Julieta –tomó aire, estaba dudando de contarme o no –en este pueblo están pasando cosas muy extrañas.
Un calor de alarma se encendió en mi estómago como una bola y se desparramó en cuestión de segundos por todo el cuerpo. Esa reacción ante cualquier cosa había comenzado hacia tan solo días y la verdad es que me incomodaba un poco.
-¿Qué cosas extrañas?
-Ya no estoy tan seguro con respecto a si el fallo de la federal es desquiciado.
Me volví hacia él que contemplaba un punto fijo sin verlo.
-¿Qué viste? ¿Qué sabes?
-Ayer a la tarde entró en urgencias un tipo. Un hombre de color de aproximadamente cuarenta años, no más. Nadie lo había visto llegar, nadie sabía y no se sabe quién es. No llevaba documentación, la ropa que vestía era de muy buena calidad y nueva. Tiene un impresionante estado atlético y hasta el momento no se ha despertado. Ingresó con una puñalada en el estómago. Lo encontraron en plena vereda con un cuchillo de mango de plata enterrado en el cuerpo. Entre el cuchillo y la ropa habían clavado una tela que horas después desapareció de evidencias. –se deshizo de mi abrazo y buscó un papel sobre la mesa de luz, uno en el que no había reparado. Lo desdobló y me mostró un dibujo, que consistía en una cruz hueca con un ojo grande y observador en la unión de sus extremos –es un símbolo, un estandarte.
-¿Cómo lo sabes? –me temblaba la voz. El miedo de los días pasados volvía a inundarme.
- Lo investigué, busqué información. Pero no encontré nada. Fui al museo, Luis el encargado es un aficionado a las cosas antiguas, quizás podía tener una idea de lo que podía significar. –Tomé el papel entre mis manos –no lo conoce, pero sospecha que puede pertenecer a una secta religiosa, de católicos extremos –se volvió a mirarme con ironía – ¿Iluminati tal vez?
- ¿Esto se lo informaron a la federal? –pregunté.
-No nos quedó otra opción. O lo hacíamos o algún buchón se nos adelantaba.
- ¡Es terrible! Los fanatismos religiosos, si se trata de eso, buscan cobrarse hasta la última victima.
-Es lo que tenemos que impedir. Pero además, este tipo había llegado hacía muy poco. Sofía y su papá era el primer verano que pasaban acá. Apostaría lo que sea, que tanto este hombre, como los Klein pertenecen al bando opuesto a este. –revoleó el papel –No fueron víctimas al azar. Y el asesino o los asesinos están marcando territorio.
-¿Por qué enlazas lo de los Klein con esto? No aparecieron estos dibujos en casa de Sofía. Quizás este fue un ataque aislado.
Enzo me miró y sopesó lo que decía. Su frente se arrugó. Se debatía contra dos opciones dentro de sí.
-¿Qué hay de las cámaras de la sala de evidencias?
-Estaban desconectadas.
-No te martirices. Ya vamos a encontrar una solución, prometo ayudar en lo que pueda. –Notaba la tensión corriendo por sus venas.
-Julieta –se volvió hacia mí y tomó mi rostro –no puedo explicar porqué, y sin pruebas no tengo nada, es verdad. Pero cierta saña, cierta bestialidad en las tres escenas me dice, o quizás es mi propia intuición que esto esta todo relacionado.
-Confió en tu intuición pero deberíamos esperar a que la federal…