Los representantes de las manadas por primera vez en años volvían a sentarse todos juntos en torno a una mesa. No es que hubiesen olvidado antiguos resquemores, de eso nada. Pero las cosas habían comenzado a ponerse extrañas y de no unirse, todo se iría por derrotero. Alain había tardado una semana en reunirlos a todos en su morada y había dado órdenes precisas de mantener la calma absoluta ante cualquier eventualidad.
Los otros Alfas siempre habían envidiado no solo la fortaleza y el espíritu de Alain, sino también la devoción y obediencia que su manada tenía para con él, sin que este hiciese el mínimo esfuerzo. Pero el Alain que tenían ahora enfrente no era el mismo de otrora. Se lo veía corrompido, desesperanzado. Tenía la cara enjuta, su piel parecía ennegrecida en torno a los ojos hundidos y en los pómulos; las pupilas demasiado dilatadas y un gesto casi perpetuo de amargura. Lejos de sentirse con ventaja sobre el Alfa más temido del mundo licántropo, el estado de Alain los preocupaba mucho y poco a poco los últimos sucesos fueron haciendo mella en ellos. Las cosas estaban feas y había que tomar cartas en el asunto. Tendrían que actuar en equipo, organizarse como equipo y lo que es peor confiar en ellos.
John había logrado escapar de las manos del cazador que vivía en el pueblo, lo que no le había costado poco. Estaba apenas reclinado junto a Alain, y francamente se lo veía destruido. Alain le había pedido que se quedase a descansar y curarse, pero John no quería abandonar a su jefe en una reunión de esa calaña. Persia a pedido de su esposo había tomado el camino del norte donde esperarían a Alain ella y Clara, antes de ir a por Julieta.
Alain miró la concurrida sala de su casa, llena de hombres de rostros rudos, de piel ajada de años de guerras y sufrimientos, de ojos fríos en su mayoría despiadados, de cuerpos curtidos de viajes y andanzas por el mundo. Escapando, siempre escapando. Alain buscó en su repertorio de palabras una que lo ayudase a empezar a hablar. Pero todas habían huido o estaban mudas. No quería dejarse arrastrar por los nervios, por los riesgos que implicaba mantener a todos esos hombres en una misma sala.
-Compañeros –dijo al fin. Le pareció la palabra más adecuada, porque si bien el tiempo y la vida los había arrastrado a unos lejos de los otros, y lo volvería a hacer una vez anulado el problema actual, eran compañeros de un plan que no habían aún concertado y de una última pelea que no sabían siquiera si llegarían a pelear –todos sabemos el motivo que nos trajo a este lugar, y a este encuentro. Tengo dos cosas importantes para decirles. –tomó aire y por más terror que implicara aquello que iba a confesar en instantes, se instó a seguir –sin su aprobación tuve la idea de conservar pruebas y posibles testimonios y llevé a cabo gracias a la destreza de mis hombres la transformación en lobos Gefallen de Sofía Klein y su supuesto padre –los miró y no vislumbró malestar alguno. Expulsó el aire caliente que le comprimía los pulmones.
-¿Respondieron bien al cambio? –el Alfa de los Schammbluter fue el primero en animarse a hablar. El resto se volvió a mirarlo.
- Ambos se suministraron capsulas de áconito segundos antes de la muerte Bertram, aun así servirían para dar declaraciones si accedieran a hacerlo.
- ¿Se han negado? –volvió a preguntar Bertram.
-Como era de esperar. –Alain hizo un ademán a uno de sus licántropos.
-Deberías dejarnos intervenir en el interrogatorio Alain –comentó Ranulf, alfa de los Sichel, licántropo con el que Alain mantenía lo más parecido a una amistad.
-Están a su disposición –los alfas esbozaron una cruenta sonrisa y Alain sintió un tirón en las vísceras. Si iban a torturarlos prefería no verlo. –Eso lo harán después, ahora tengo que darles algo –repartió un juego de hojas para cada miembro de la reunión. –en estas hojas esta todo lo que hemos hecho hasta el momento: lo que sabemos de Sofía y como encontró nuestros datos, lo de su padre, todo el trabajo que hizo la policía, y todo lo que tenemos de Julieta.
-¿Qué hay de los hechiceros? –preguntó Lamar, Alfa de los Wolfekrieger.
-Nada de nada. Buscamos a Blaz, uno de nuestros colaboradores, pero no hay rastro de él. Solo sabemos que se fue por votus propio, nadie se lo llevo.
-Eso nunca había sucedido –Lamar, jefe de los lobos guerreros estaba visiblemente molesto. –nos toman el pelo.
-Estoy seguro de que traman algo importante –Ranulf resopló –y los cazadores tienen arte y parte.
-Al comienzo lo hubiese jurado –musitó Alain –pero eso ya no es seguro. Nuestros informantes nos han podido poner al tanto de que los cazadores han estado buscando desesperadamente a los hechiceros, al menos los que trabajaban para ellos. No han podido dar con ninguno.