Senta miró a los costados disimuladamente. Nadie la seguía. Y nadie tenía porque hacerlo, pero verificar era una costumbre que no se le olvidaba con el correr de los años. Los licántropos les habían hecho vivir cosas horribles en el pasado. Cosas que ni la magia legitima había logrado borrar. No los culpaba, y no les temía ahora. Si Senta hubiese tenido la posibilidad de regresar tantísimos años atrás lo cambiaria todo, Ulrika y Ulva hubiesen sido humanos siempre y no los primeros licántropos. Y si pudiese retroceder aun más evitaría que Roderica encontrase los escritos de la magia legítima en aquella ciudad hereje de Amarna. La ciudad del disco solar, de los antiguos dioses luminosos, y luego la mezclara con sus conocimientos celtas, de los brujos del bosque.
Golpeó tres veces la puerta, y al cabo de unos segundos sintió movimiento del otro lado. Blaz estaba llevando a cabo su abscondere faciem, para que nadie lo reconociese. Senta podía sentir la magia del brujo en la piel, como un cosquilleo, y pensó que era descuidado. En estos tiempos el no debería deshacer el hechizo nunca. Pero Blaz siempre había sido un engreído y no dejaría de serlo ahora ni nunca. Seguro necesitaba ver su bello rostro un par de veces al día.
-Senta –dijo con un desprecio mal disimulado en cuanto abrió la puerta y la ayudante descorrió el hechizo. Senta reconoció su voz grave y sus ojos fríos aun debajo de aquel disfraz de viejito.
-Vengo por el encargo –ladeó su rostro y volvió a configurar el hechizo.
-Amara no te enseño a ser educada, eso es algo que no me canso de comprobar.
-No tengo tiempo que perder Blaz, nosotros por lo general estamos ocupados –sonrió con sarcasmo, los ojos del brujo destilaron una ira inhumana. A pesar de los años, él no había sanado y más allá de procurar sentir odio hacia ella, la seguía amando. A pesar de todo.
-¿Conspirando contra los lupis? –sonrió con sorna.
-¿Acaso vos no? –Senta no sabía si era o se hacía el idiota.
-Solo porque la paga es buena –Chasqueó la lengua –Ideológicamente no tengo nada en contra de ellos. Es más –se cruzó de brazos con la plasticidad y los movimientos que un hombre tan encorvado y con ochenta años no haría jamás –tengo amigos que me gustaría poder salvar. Pero así las cosas.
-Te aviso que no estas actuando en pos del abscondere faciem. Se nota –Senta se rabiaba cada vez que lo veía –Deberías usar un anima hider, es más seguro.
-Una ayudante me dice lo que es mejor para mí, que halagador –Blaz cuando quería podía ser insoportable.
-Blaz dame la planta y acabemos con esto.
El brujo se volvió a ella con desprecio. Con todo el que pudo reunir en sus ojos grises y amarillos como el ámbar, como miel fundida en plata.
-Cierto que sos la chica de finales precipitados. –se dió media vuelta y cerró la puerta de un golpe.
-Idiota –susurró la hechicera, con Blaz la guerra jamás acabaría. Jamás. Él no iba a olvidarse de ella en un millón de años.
Al cabo de veinte minutos abrió la puerta y arrojó a los brazos pequeños de la ayudante un enorme envoltorio de colores. Una sonrisa maliciosa asomaba a sus comisuras de anciano. Era casi diabólico ver esa mueca tan propia del brujo en la cara angelical tras la que se ocultaba. Él no la perdonaría nunca en la vida.
-Es mejor que crean que llevas un regalo para niños.
-Gracias, tu consideración para conmigo no deja de conmoverme.
-¡Ha sido un enorme placer! –hizo una reverencia y dejó a la hechicera lidiando sola con el paquete.
En cuanto se aseguró de que ella caminaba calle arriba llevando el paquete al que le había agregado kilos con un hechizo sintió aún más odio. Odio inclusive contra si mismo. Porque hubiese querido correr tras ella y ayudarla. Pero no estaba en ese estúpido pueblo para ayudar a la hechicera ayudante. Estaba por algo aun mayor. Esos babosos con sus convenciones internacionales iban a tener que tragarse el lío en el que iban a meterse, y si todo salía bien, los cazadores Beta, tan prestos siempre a matar sin piedad se cargarían a los brujos y hechiceros responsables. Adiós problema. Quizás así lograra olvidarse de Senta, si ella definitivamente dejaba de existir.