La playa nos había hecho bien. Me había costado trabajo convencer a Enzo de sentarnos en la arena, de mojarnos los pies por primera vez en el verano, pero al cabo lo había conseguido. Yo tampoco estaba bronceada y en la línea justa de belleza. Esas eran patrañas. Después de todo lo que nos había pasado nos merecíamos paz por un rato, y el mar concedía esa paz con solo contemplarlo. Su inmensidad era una cuna para el alma.
Al regresar, Enzo había caído rendido y dormitaba apaciblemente en el sofá con Francesco. El silencio más puro rodeaba la casa en el atardecer y los rayos de sol ya comenzaban a escaparse para huir en el horizonte. Tenía sobre mis rodillas la novela que leyera la mañana que todo había empezado. No me decidía a abrirla. Tenía miedo de que ese simple hecho desatara otra vez una tragedia. Sorbí té frío y contemplé el verdor brillante de los árboles del bosque que nacía enfrente de mi casa. Las hojas secas ya formaban un colchón tan grueso a sus pies que parecía que el otoño estaba en su apogeo. Aunque claro todavía faltaban al menos dos semanas para eso. La escasa gente que había decidido quedarse en el pueblo después de lo de los Klein, ya empezaba a emigrar a sus respectivos lugares sin demasiado alboroto. El pueblo, había quedado podría decirse, bajo un manto de duelo del que no lograba escapar. Sería casi penoso pasar allí el invierno de no ser que estaba en compañía de Enzo y siempre podría visitar Matt y a su pequeño hermano, además de Blanca. Dejé la novela a un lado, desde la ventana me llegaba una brisa suave y calida, quería sentirla en mi piel. Hacia bastante que no me quedaba un rato fuera de casa, aunque sea en los escalones de la entrada. Miré a Enzo que dormía profundamente. No quería despertarlo así que caminé de puntillas hasta la puerta, la abrí lentamente y casi me infarto cuando una figura se presentó casi fantasmalmente frente a mí. Ahogué un grito.
-¡Hola! –una chica de no más de veinte años me miraba con una perfecta sonrisa dibujada en el rostro. Era casi de mi altura, muy delgada, tenia el pelo más rubio que había visto en mi vida y sus ojos eran grises, como los míos –no quería asustarte. Mil disculpas.
-No es nada –balbucí –estoy susceptible –esbocé una sonrisa e intente calmar el pulso.
- Soy Emma –extendió su mano repleta de pulseras de cuentas de vidrio hasta mí-
-Yo soy…
-Julieta –me cortó –Julieta Foster.
-Exactamente –la miré intrigada, no me sorprendía que me reconocieran. Mi cara y mi nombre habían aparecido en varios periódicos de la zona. Aun rogando que mantuviesen mi privacidad. Así es la prensa.
- Soy –de pronto su cara palideció –Era amiga de Sofía –corrigió no sin una nota de dolor en su voz –supe de tu participación en el caso y de los servicios que prestaste a los padres de mi amiga. Quería agradecértelo.
-Lo siento mucho –admití y era verdad –no es necesario que me agradezcas nada. Hice lo que tenia que hacer.
-No todo el mundo hace lo que tiene que hacer. Por eso te lo agradezco. Siempre podías haberte negado.
-Gracias –dije.
-Voy a quedarme una temporada en el pueblo, siento que si estoy acá quizás pueda ayudar en algo. A que se sepa algo –sus ojos se llenaron de lágrimas.
-Yo lo siento mucho de verdad –dije y tuve el impulso de tocar su hombro, pero no lo hice –ojalá esto pueda resolverse pronto y Sofía y su papá tengan la justicia que se merecen.
-Gracias –balbució. –voy a estar sola. Si en algún momento te apetece pasarte por mi casa podríamos charlar más tranquilas –me extendió un papel con la dirección.
-Claro –sentía mucha pena por ella. Hizo ademán de retirarse, pero se volvió sobre si misma. Su cara estaba contraída en una mueca de dolor.
-Te pediría que no le digas a nadie que estoy acá. Fue un viaje largo para llegar y no me apetece ser interrogada por la policía, por ahora.
-Está bien –la pobre no pudo contener el llanto –no voy a decírselo a nadie. –me animé a tocar su hombro en un gesto de compadecimiento.
Era lo menos que podía hacer por ella. Los interrogatorios eran largos y tediosos. Yo ya había pasado por varios y no lo recomendaba.
-Gracias Julieta –se secó los ojos y tras dar media vuelta comenzó a caminar lo mas aprisa que pudo hasta desaparecer por el camino.