Julieta quiso quedarse

Matt

  Cuando Milo entró corriendo en mi habitación y me dijo que Julieta estaba en casa pensé que estaba de broma. Pero no. Ella ingresó corriendo detrás de él con el perro bajo el brazo. Estaba pálida, tenía el pelo revuelto y mojado y las pupilas dilatadas al extremo. Estaba asustada. Mejor dicho aterrada. Ni siquiera se percató de que estaba en calzoncillos. Y si lo hizo no le importó.

-Matt –balbució –pasó algo horrible.

-¿De qué va la cosa? –me senté en la cama y fingí conservar la calma, pero su aparición en esa noche horrible y sin la compañía de Enzo ya me había alterado. O bien había pasado algo realmente grave o ella se había escapado.

-¡Sofía, la vi en mi casa! –se tambaleó.

   Me levanté de un golpe y me calcé mis jeans lo más rápido que pude. Sacamos a Julieta de la habitación en andas y la llevamos a la cocina. Papá siempre tomaba café, había un poco caliente y le serví una taza.

-Toma un poco, te va a hacer bien.

-¿Qué decís que viste? –Milo estaba lívido y la miraba con ojos desaforados. Le hice señas de que la dejase respirar.

-Estaba en el patio de mi casa tomando aire y entonces ella apreció.

-¿Estás hablando de un fantasma? –Milo no creía en fantasmas, porque sabía que existían cosas peores. Y si ella había visto a Sofía, lamentablemente no había estado en presencia de un fantasma. Pero no podía decirle eso, mi trabajo era sondear hasta donde sabía la chica.

Julieta lo miró y dudo por un momento. Parecía a punto de vomitar o desmayarse.

-No estoy segura de que a los fantasmas se les moje la ropa bajo la lluvia. –Milo me miró y supe que estábamos todos en problemas.

-¿Qué hay de Enzo? ¿Por qué no lo llamaste? –dije. Ese punto era el más me inquietaba.

-Él estaba conmigo, pero no sé cómo llamó a dos compañeros y salieron por el bosque con armas. Yo no sé qué pensar. Creía que veía fantasmas, pero es obvio que hay algo más.

-¡Diablos! –miré a Milo que parecía haberse dado cuenta de lo mismo que yo. Enzo no era cualquier persona. Porque cualquier persona hubiese pensado que era un fantasma.

  Ambos sabíamos que si Sofía volvía a aparecer solo podía ser bajo la forma de un licántropo. De uno muy fiero.

-¿Qué crees que sea? –preguntó Milo a Julieta que miraba el café sin decidirse a tomarlo. Aún le temblaban las manos. Ante todo debíamos parecer inocentes. Ella no podía desconfiar de nosotros también.

-No lo sé –una lágrima rodó por su mejilla y noté que le temblaba un poco la barbilla. –pero viene a por mí.

Tomé una silla y la invité a sentarse. Luego nos sentamos ambos junto a ella.

-No digas eso –Miré a Milo. Julieta no iba a poder permanecer mucho tiempo más en las sombras – ¿Por qué iba a seguirte?

-Tampoco sé eso –comenzó a llorar –todo es demasiado raro. ¿Ustedes piensan que estoy loca? ¿No?

-¡No, de ninguna manera! –Me apresuré a decir tomando sus manos – ¡no pensamos eso!

-¡No quiero volver a casa ahora! –le quité el pelo mojado de su rostro. Estaba temblando como una hoja y no era para menos.

  Ambos tratábamos de consolarla, pero no nos salía nada bien. No podíamos. Además trataba de pensar cual era la estúpida estrategia que los licántropos estaban utilizando. Mal nacidos. Estaba más que seguro que ellos no habrían liberado a la cazadora sin un motivo o para que viviese su vida como se le antojase. Si la habían liberado en ese lugar era por Julieta. Otra cosa de que la que estaba convencido es de que la idea no era matarla, de lo contrario ya lo habrían hecho. Pero la idea de asustarla ¿Para qué cosa iba a servirles?

-¿Ya cenaste? –pregunté. Julieta me miró como si no entendiese lo que le decía.

-No –dijo unos instantes después –Enzo estaba cocinando cuando todo pasó.

- ¡Te preparo algo! –traté de sonar amable. Ella sonrió débilmente y provocó que algo me cosquillease en la panza. Me dió un respingo y no estoy seguro de que no se haya percatado. Hacia demasiado tiempo que mi estómago no producía sensaciones. Nunca más después de Myra.

  Milo la llevó al sofá mientras jugueteaba con el perrito. Saqué del frigo un poco de jamón crudo y queso. Iba a preparar unos sándwich. Cuando noté que se había distraído trabé las puertas y salí por nuestro pasadizo secreto. Una vez fuera esparcí bajo ventanas y en el jardín wolfbane. Si ella andaba suelta no se acercaría.  Antes de volver a entrar recorrí los árboles de los alrededores con la vista. No había rastros de nada. Llamé a papá. Le conté todo en resumidas cuentas y le pedí que regresase a casa lo antes posible. Más allá de que esa chica no tuviese nada que ver con nosotros y mucho menos con nuestra causa, no podíamos dejarla a su suerte.




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