Si mi papá de veras creía que iba a poder pegar ojo después de lo ocurrido, es por estaba rematadamente loco. Miré el reloj por centésima vez: las tres de la mañana. Dos horas exactas desde que Julieta había decidido volver a su casa con el estúpido novio que tenía. Lo mejor hubiese sido impedirle al tipo ese llevársela a los tirones como había hecho, o al menos vigilar la casa, o lo que sea. Pero mi padre era testarudo a veces. Con la manganeta de que nadie estaba a salvo con un Gefallen recorriendo el pueblo me tenía cansado. Hasta la coronilla.
Me tapé hasta la cabeza con las sábanas tibias. Por un momento deseé que el mundo desapareciese y que todo concluyese ahí mismo. De una vez por todas, que se fuera todo a la porra. Lo peor que había hecho la tolola de Julieta había sido querer quedarse en ese maldito pueblo, atestado de cosas imposibles. Y de paso conquistar al peor sujeto que había en la lista de solteros. Si Sofía hubiese tenido cuidado como le dije tan solo un día antes de su muerte, nada habría sucedido, o al menos sería de otro modo. ¡Pero nadie me escuchaba nunca! Me retorcí entre las sábanas. Julieta no estaba segura en esa casa. El menso del novio de seguro la dejaba sola para irse a planificar un megaoperativo para atrapar a Sofía.
Otra cosa que no entendía era que mi antigua compañera la siguiera a ella. ¿Por qué? Si nunca la había visto. Julieta no existía para nadie antes del ataque del lupi que acabo con la vida mi amiga. Si es que había sido un lupi. ¡A estas alturas no creía en nada de nada! Esa chica debería saber la verdad, o al menos algo. ¿Cómo iba a defenderse sino? Osea, no es que pudiese hacer demasiado, pero al menos si quería podría irse del pueblo lo más lejos que se le cantara. Los lupis y los Beta no estaban como para andar perdiendo el tiempo con ella. ¿O sí? El hecho de que todo extrañamente girara en torno de ella de un modo u otro no era algo que pudiese pasar desapercibido. Ya no me quedaban dudas de que la chica era una bruja o al menos tenía algo de ellas. Pero estaba seguro de que la pobre ni siquiera tenía idea de ello. Lo cual era aún más extraño. Todos los brujos se sabían brujos, como todos los lupis se sabían lupis. Ni hablar de cazadores.
Entonces comprendí que algo más siniestro de lo que pensaba estaba detrás de todo aquello. Comencé a pensar que en realidad lo que veíamos no era un enfrentamiento más en la historia de guerra de los licántropos y los Beta. Ahora la piedra la había tirado otra mano.
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