-¿Te gusta el pan con manteca? –Emma parecía recuperada. Sus mejillas tenían más color.
-Si Juli –me observó, el brillo de sus ojos también era nuevo. – ¿Llamaste a tus papas hoy?
- Si todos los días a la mañana –la miré y le sonreí –ya sé que soy grande, pero a ellos los deja tranquilos que lo haga.
-¿Hace muchos que nos los ves?
-No, solo un par de semanas.
-¿Qué hay de Enzo? –preguntó.
-Salió a trabajar. En unas horas regresa.
Emma recorrió con los ojos la cocina como si el día anterior no la hubiese visto. La luz matinal la hacía más bella, más espaciosa. Le serví café y dejé el pan untado junto a la taza.
-¿Nunca se te cruzó la idea de ir a lo de Sofí? –sus ojos volvían a ser opacos.
Sentí que me quedaba muda. Intenté no fruncir el ceño al devolverle la mirada, pero no estoy segura de haberlo hecho bien. Ella tomo su café y no volvió a hablar en un buen rato.
-Es una estupidez. Lo sé –dijo al cabo.
-No es eso. Es que nunca jamás me hubiese animado a entrar sola. –sorbí café y rebusqué en el recuerdo de aquellos primeros días –al principio quería ver todo para creerlo, pero te juro que las imágenes de los expedientes y el cadáver del señor Klein fueron suficientes.
-Entiendo –susurró –supongo que pensás que soy un bicho raro.
Eso lo venía pensando desde el primer día, pero obvio no iba a decírselo. No pretendía ofenderla y que se marche de boca al peligro de estar sola.
-Hay gente mucho peor –sonreí –no es nada Emma. Supongo que las cosas espantosas nos trauman un poco a todos. Fíjate que yo sigo en esta casa a pesar de todo.
Sonrío también y volvió el brillo a sus ojos. Le extendía otra tostada cuando alguien golpeó la puerta. Asomé al living y vi con claridad la cabellera desordenada de Matt. Me alegre de verlo.
-¡Matt! –sonreí. En cuanto sus ojos duros chocaron con los míos y comprendí que la cosa no iba para chiste – ¿Paso algo?
-¿Podemos –oteó el interior –hablar en privado?
Presentí que ya sabía lo de Emma. Seguro Enzo lo habría puesto al tanto. O quizás ellos mismos. A veces dudaba de sino me espiaban.
-¡Sí! –dudé. Iba a preguntar de nuevo, pero era obvio que algo sucedía –entorné la puerta y salí al jardín. – ¿Y bien?
-Julieta esto no es cualquier cosa –daba la sensación de que le faltaba el aire.
-¿De qué hablás?
-Hoy a la mañana han muerto dos más. A pocas cuadras de acá. –debería haber adivinado que era algo grave con la palidez que se gastaba.
-¿Qué? –sentí que el cuerpo se me descomponía.
-Es hora de que vuelvas a casa.
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