-¿Estás seguro de que es por acá? –me volví y miré a mi hermano a los ojos –de acuerdo, está bien.
-¡Milo, te ruego que no hables por un rato! Estamos en tierra de brujos y ya sabes que no somos sus invitados favoritos. –Seguí apartando arbustos y cañas con el brazo que tenía disponible, en el otro llevaba armas. Por si las dudas.
- De acuerdo. Pero me temo que esto no es más que otra locura de las tuyas.
-¡Cerrá el pico! –bufé. Mi pelo largo se enredaba en todos lados. Ya me estaba sacando de quicio.
-¿Para qué lo hacemos?
Volví a mirarlo inquisidoramente. Si no se callaba le pegaría un cachetazo en el medio de la trompa.
-Ya te voy a explicar después. ¡Toma esto! –le extendí un frasco.
-¿Pensás que lo voy a tomar?
-¡Sí! –Dije – ¡Tómalo y cerrá el pico de una vez por todas! ¿Es posible?
-Está bien –accedió.
En ese momento llegamos a la alambrada que rodeaba las tierras de la convención que la tal Emma me había indicado. Con la piedra que me había dado había sido relativamente fácil hallarlo, de otro modo me sería invisible a los ojos. Los brujos eran unos mañosos impresionantes. Nadie hubiese imaginado el hechizo y la magia que emanaba esa simple piedrita de playa. No sabía si decía la verdad o no. Pero por lo que me prometiera la tarde anterior valía la pena arriesgarlo todo. Ya sabía yo que esa rubia de normal no tenía ni un pelo. Tomé el brebaje que sabia a vómito y raspaba en la garganta. Mi hermano se alejó unos pasos para hacer arcadas en cuanto lo bebió. Era realmente horrible. Después de eso no sentí nada en particular, pero Emma había dicho que eso haría que los demás confiasen en nosotros.
Dejamos nuestras armas escondidas en el lugar que ella había indicado y luego nos dirigimos a la entrada principal. Un hechicero nos interceptó de la nada y nos miró detenidamente. Se me aceleró el pulso y rogué que Emma no me hubiese engañado, o que el brebaje ya hubiese surtido el efecto esperado.
-¿Qué hay viejo? –masculló mi hermano. Siempre era más espontaneó que yo, inclusive cuando desconocía el plan.
-Nada –se sonrojó –disculpen. Sepan entender que los controles son más requeridos en estos momentos.
-¡No hay problema! –mi hermano palmeó el hombro del hechicero e ingresamos en cuanto el abrió la puerta con un hechizo.
Dentro no se veía un alma. Si había brujos, estaban encerrados. Saqué cuidadosamente el pequeño mapa que me entregara la rubia. Estaba a dos cuadras de mi destino. Aquella cosa de morada de brujos era más extensa de lo que pensaba. Caminar por ese lugar, era como visitar una antigua aldea del 1500.
-¿Qué vamos a buscar a ese lugar? –Milo observaba la pequeña cruz roja dibujada en el papel.
-Unos preparados y a una tal Aubrey.
-¿Y esa quién es?
-No sé. Tenemos que hacerla oler algo y sacarla de este lugar –susurré –¡no preguntes más!
-¿Qué le dijiste a papá? –me miró sabiendo la respuesta
-No sabe que estamos acá –clavé mis ojos en los suyos –y no va a saberlo. ¿De acuerdo?
Asintió.
-Este es el lugar –afirmé, comprobando que estábamos en el lugar acordado.
Nos detuvimos frente a una casa grande de madera y ventanas amplias, con una escalinata también de madera que llegaba hasta nuestros pies. Dentro podían verse estanterías repletas de cosas, a pesar de que la iluminación era difusa. No vi a nadie, pero Emma me había contado que ese lugar nunca dormía y nunca cesaba de estar en funcionamiento.
-Entremos –dije, y comencé a subir los escalones.
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