Julieta quiso quedarse

Roderica

 

   Emma cargó a Aubrey como si de una pluma se tratase. La llevó hasta la casa de Sofía y la dejó allí encerrada bajo el mismo hechizo con el que había dormido a Julieta. Su amada y vulnerable Julieta. La dejaría allí hasta que se asegurará de que los cazadores estaban tratando de comunicarse con los brujos. Allí tomaría cartas en el asunto.

  Por otro lado tenía que solucionar el problema que se le presentaba con Enzo. No estaba segura de quererlo como pretendiente de su hija.  Tampoco podía apártalo de un golpe, no solo porque de todas las personas del mundo era a una de las más apreciaba, sino porque las cosas con Julieta se irían por derrotero si lo desvinculaba de ella. La casa de la cazadora había sido perfecta para llevar a cabo su plan desde los comienzos. Desde allí casi que se podía controlar todo el predio a doscientos metros a la redonda. La casa de la colina había sido destinada desde muchos años atrás a su propósito. A su plan. Y así era.  Recordó fugazmente el día en que visitó a la engreída cazadora y cómo le había dado la información de los lupis que la llevaría a la muerte. También recordó como había manipulado el azar para que su pequeña Julieta ganase aquel premio y también sus ideas para que eligiera ese lugar y no otro. Había aprendido bien de los dioses o como sea que se llamaran las criaturas que habían creado a la raza humana y a ellos, los otros humanos, los que se encargarían de hacer su trabajo mientras ellos habitaban otros mundos.

  Suspiró y dejó que su anima hider se desintegrara. Quería ser ella misma al menos un rato, la letal y sabía Roderica. Miró a Aubrey. Dormía profundamente.  Volvió la vista al bosque. Estaba sereno y el color verde del follaje casi vibraba al finísimo contacto con el sol. Recordó entonces a la ciudad que le había conferido aquel poder, aquella en la que había conocido los orígenes de la vida humana y todos los misterios que envolvían la magia. 

-Amarna –susurró –estas lejos ahora.

-¿Qué se supone que es esto? –Amara surgió de entre las sombras del fondo de la casa.

-Se supone que vas a cuidarla. A ella –señalo a la hechicera –y a Clara.

-¿Por qué? ¿No era ese el trabajo de John?

  La bruja captó el miedo en sus palabras. Por más que lo hubiese escondido sabía de la historia de amor que entre ellos se había dado tantos años atrás.

-Porque te lo pido y porque me lo debes –caminó cadenciosamente hasta la bruja –Además todo el mundillo de brujos te tiene en la mira. Mejor estar a resguardo.

  Amara no avanzó, se volvió a mirar a una Aubrey pálida y durmiente. Apenas respiraba.

-¡Asesinaste a nuestra hija! –la bruja tenía lágrimas en los ojos.

-Era necesario Amara. Ahora mirá, podes cuidarla. Los brujos lo hubiesen hecho por mi cuando comprobaran al fin que Julieta es mejor. Y si ellos lo hacían ¿Adivina qué? Estaría muerta irremediablemente.

-No es una excusa –Amara giró su cuerpo y se encaminó a Aubrey, le tomó el pulso –Vos sos la única que sabe el sacrificio que hicimos para poder crearlas a ambas. Además…

-¿Además que? ¿Vas a reclamarme que Alain haya sufrido tanto y eso te haya apartado definitivamente de John? –Se volvió hacia la ventana –y si lo sé –Claro que sabía lo mucho que eso le había costado, las legitimas habían tenido que renunciar a muchas cosas para darle vida a esas dos chicas que estaban tan lejos de ser siquiera como ellas. Julieta y Clara eran hijas de la magia. De la magia de los primeros dioses. 

-¡No entiendo a donde querés llegar con esto! –Amara tapó a la hechicera con una fina manta. Las manos le temblaban.

-Am –Roderica se volvió a mirar a la bruja más inteligente de los últimos tiempos después de sus cuarenta y nueve aliadas –Me equivoqué con los brujos –Confesó con una nueva voz –Después  de mi vida en Amarna quería conquistar la alquimia. –Confesó –Quería demostrarles a los primigenios que había aprendido todo cuanto me habían enseñado. Que en un mundo como este podían existir seres como ellos y sobrevivir –caminó en dirección a Amara y acarició su cabello antes de sentarse a los pies de Aubrey –ellos me habían coronado como la mejor de sus aprendices y quería demostrarles que no se habían equivocado. Y así cree a los licántropos con la ayuda de mis compañeras. Y después formé a los hechiceros. Pero lo hice mal, porque lo hice con orgullo, no les enseñe el valor del origen, del sacrificio tal y como lo habían hecho conmigo. No fui una buena madre, de lo contrario no hubiesen buscado nuestra muerte.




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