El jefe de los Beta no se asombró en lo más mínimo en cuanto los cadáveres de dos cazadores más aparecieron en el bosque, a escasos doscientos metros de la casa de Julieta. Aunque por supuesto fingió hacerlo. Sabía que quien había matado a su hijo se cargaría a quien sea. Desde los orígenes entre grupos enfrentados se habían formulado ciertos códigos nunca acordados, pero por todos respetados: la familia real no se tocaba. Ni hijos de Alfas, ni hijos de Jefes. Tampoco se asesinaban brujos de alto rango. Pero quien sea que estaba cortando cabezas, lo hacía sin piedad, sin normas. Eso lo hacía mucho más peligroso, más impredecible.
El jefe no había llegado a ser el mandamás simplemente porque era una persona honorable. Todo lo contrario. Por lo que decidió buscar respuestas y aliados entre los brujos. Todavía no tenía claro por donde vendría el siguiente golpe, pero sí sabía que entre los brujos había cientos de grupos enfrentados. Jamás habían sido uno solo. Y jamás lo serían. Aun así se habían negado a escucharlo. Inclusive la bruja Emma estaba desaparecida, y el grupo comando a cargo de buscarla no había dado noticias. Emma había sido la tercera en firmar la alianza con los cazadores. Ahora que Galiana y Roth estaba muertos tendría que negociar con ella. Aunque claro, tampoco lo sorprendería que de buenas a primeras apareciese muerta.
El jefe había pensado por largas noches, y todo lo que pensará había acabado convirtiéndose en una fría necesidad de venganza. En casi una obsesión por asesinar a su culpable, o quizás a quien amase ese culpable. Y todos los caminos lo llevaban a la tal Julieta.
Un golpe seco en la puerta lo sacó de sus pensamientos y notó que hacía varios segundos que contenía la respiración, excitado por el rumbo sangriento que habían tomado sus pensamientos.
-Señor –el jefe del sector trece lo miraba desde la puerta. En sus ojos bailaba una leve impresión.
-¿Qué? –su voz sonó fiera.
-La bruja Emma, se ha comunicado.
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