Julieta quiso quedarse

Julieta

 

   En cuanto abrí los ojos no pude ver bien. Solo percibía sombras y bultos y los sonidos me llegaban enlentecidos e incomprensibles. El aire se revolvía a mí alrededor y mi cuerpo era un bloque de hielo que me dolía horriblemente. Tarde al menos media hora en poder regresar a un estado medianamente normal. Enzo, estaba más demacrado que la última vez que lo había mirado, de eso no hacía más de una hora. Matt no decía nada, solo seguía colocándome mantas y obligándome a que beba café. Mi estómago chillaba de hambre, pero era totalmente incapaz de llevarme comida a la boca.

   Enzo trataba de contarme cosas y de explicarme otras, movía mucho las manos y me distraía. Si miraba sus manos no oía sus palabras. Trate de esforzarme por escucharlo, pero no podía.

-¿No ves que no puede seguirte el hilo de la conversación? –masculló Matt –¡qué digo la conversación, el monólogo que le estás haciendo! ¡No está bien! –hizo un mohín.

-¡Tiene que saber qué es lo que le paso! –explicó con rabia.

-¿Acaso vos sabes que le paso? Porque yo no, y si alguien sabe esa es ella. ¡Cuando pueda hablar nos lo va a decir, déjala descansar ahora!

-Está bien –se alejó unos pasos –pero no vamos a dejar que se duerma y le voy a suministrar glucosa. Los brujos la necesitamos muchísimo para recuperarnos.

-¿Cómo las abejas? –Enzo lo miró con una intriga mal disimulada.

-Si como ellas. –musitó.

-¿Vamos a dejarla acá en el living? ¿O la resguardamos en la habitación?

-¿De qué hablas? –preguntó Enzo mientras pinchaba mi brazo y un líquido espeso comenzaba a calentar mi sangre.

-Encontré huellas de lupis a doscientos metros.

-¿Cuándo? –Enzo no tenía miedo a lo lupis, Madre los gobernaba.

-Hoy a la mañana. –musitó, tenía miedo, Enzo pudo adivinarlo sin más –se están acercando cada vez más, y ya no cuento con mi padre.

-Ya lo sé –dijo Enzo –no van a atacarte. Ellos obedecen a madre y estos son tiempos de cambio.

-No puedo confiar en los lupis.

   Matt estaba inquieto, y habían comenzado a temblarle levemente las manos. Sentí miedo también, no porque entendiera de que iba la cosa, sino porque percibía sus miedos y los hacia míos, como si de una esponja se tratara.  Me revolví en el sillón, y supe que estaba recuperando la fuerza. También podía entender mejor las palabras.

-¡Julieta no te muevas! –Enzo sostuvo mis manos. Mantené la calma querés. –se volvió a Matt –está recuperándose. Vamos a llevarla arriba y después vemos cómo hacemos para salir de esta.

-Yo la llevo –Matt me tomó en brazos y sentí dolor en todos lados. Uno tan intenso que el mundo volvió a oscurecer.

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