Alain olió su piel desde mucho antes de llegar. Era similar a la de Clara, pero más intensa y más cálida. Como si las caricias de amor se tradujesen en perfume. La adoró desde antes de verla. Todos los lupis estaban condenados a hacerlo. La sangre de ella estaba hecha de la de ellos. Rodeó la casa y sintió la magia, también el olor de Enzo y del cazador. Madre les había hablado del cazador, era el hijo de Joel. A él no podían tocarlo, de poder tampoco lo haría. No sabía cómo iba a ingeniárselas para entrar, pero lo haría de una manera u otra. No tenía demasiado tiempo. Rodeó de nuevo la casa, y fue entonces cuando la vió. Julieta se asomó al ventanal de una de las habitaciones de arriba, parecía buscar algo entre los árboles con la mirada. Lo sentía como él a ella. La observó unos instantes y comprendió que las fotos que le había enviado John no le hacían justicia. Era extraña y bella. Llevaba el pelo negro suelto y revuelto que caía sobre sus hombros extremadamente flacos. Pero sus ojos lo eran todo, grises y casi brillantes, redondos y grandes. El contraste de su piel blanquísima y sus labios rojo intenso la volvía casi un ser feérico. En realidad, lo era.
Alain regresó al bosque, necesitaba volver a su forma humana. Olisqueó el aire una vez más. Nada, nadie lo había seguido. Junto fuerzas y enfrentó la transformación. Pero en cuanto ya estaba invocando su ser humano un movimiento a sus espaldas lo puso en alerta. Giró en redondo y el lupi que era John se reveló entre los árboles. No iba a atacarlo, pero Alain a él sí. Todo el peso de la traición de su mano derecha se volvió furia. Por un momento pudo contenerse, solo por un momento. John vaciló en quedarse o escapar. Solo había acudido porque sentía la presencia de un lupi, jamás hubiese imaginado que era Alain. No lo había identificado y se sorprendía por eso, como también por el hecho de que él lo estuviese ahora a punto de atacar. Algo no iba bien, madre no le había explicado.
John no supo qué hacer cuando lo vió encresparse, mostrar sus dientes y saltar. Pensó en defenderse, pero contra él sería inútil.
Los árboles temblaron bajo el rugido de los lupis y Julieta, ya más recuperada supo que tenía que escapar de su casa.
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