La ciudad de los hechiceros estaba sumida por el sueño. Las cincuenta legítimas habían tomado las riendas, y Aubrey la única hechicera capaz de presenciarlo todo se mantenía encerrada y aterrada en los aposentos que Roderica le había dado. Caminaba de un lado a otro temblando de los nervios que le provocaba el temor. Quizás había hecho mal al hacer una cosa así, pero ahora ya era tarde no había tiempo de nada. Pensó en el cazador de pelo largo que la había sacado de la convención, y que habría sido de él. Si quizás se habría salvado. Estaba segura de que sea cual sea la suerte que hubiese corrido él, la suya era la peor. Cualquiera de esas brujas podía hacerla picadillo con solo mirarla. Sopeso la posibilidad de escaparse, pero solo fue un instante. No saldría viva de esa si lo intentaba.
-¡Aubrey deshace el hechizo! –la voz de Roderica fue determinante. No la había oído acercarse. Accedió a hacerlo al cabo de unos eternos segundos y con todo el terror del mundo –pensé que nunca ibas a abrirme.
-¿Acaso no te pueden ver que estas acá conmigo? –preguntó temblorosa volviendo al lugar apartado en el que estaba antes de que la otra llegase.
-No si no quiero –caminó hacia ella después de rehacer el hechizo de ocultamiento –Aubrey –la miró directa a los ojos, la hechicera sintió que un destello corría por sus entrañas –necesito una última cosa de vos, y esta solo te beneficia.
-¿Qué es? –preguntó, sentía los dientes secos y la garganta rasposa.
-Que renuncies a tus poderes.
La hechicera se quedó de una pieza. Renunciar a su magia arduamente conseguida significaba afrontar una vida aún más dura.
-Eso no estaba en el trato –protestó.
-Yo no hice ningún trato con vos Aubrey. Tuviste el poder de elegir ayudarme o no a cambio de algo. No había contrato. Ni lo hay –la bruja sonrió –Volviste locos a tus padres pidiendo de regreso tu vida de persona normal –la miró y vio que ella estaba aterrada – ¿Adivina qué? Una vida normal de humanos normales no implica magia. –respiró hondo como si se aburriera de explicarle eso a ella –por lo tanto solo me estoy cerciorando de que tengas exactamente lo que me pediste o como decís vos, lo que acordamos. Una vida perfectamente normal.
-Roderica, por favor… –suplicó –no te pedí abandonar mis poderes.
Unas gruesas lágrimas asomaban a sus ojos.
-Hay que tener mucho cuidado con lo que se desea Aubrey –se acercó tanto que sus respiraciones eran una sola –mucho cuidado.
Aubrey no era tonta, adivinó que esa era su única posibilidad de vivir. Asique colocó su manos sobre las de la bruja y recitó el verso que Roderica le exigía. Las imágenes de su vida transitaron por detrás de sus parpados, destiñéndose cada vez más. Sintió como la mitad de su persona se desintegraba, como la invadía la sensación de estar desnuda frente al mundo, desnuda en los glaciares. La joven hechicera se echó a llorar.
-Aubrey –la bruja casi sonó maternal –créeme que algún día vas a agradecerme que te haya quitado esto. Espero que puedas disfrutar tu vida por todos los que nunca lo han hecho. –de su manto negro sacó un sobre gordo –acá esta la llave de mi coche y algo de dinero, lo suficiente como para vivir una temporada bastante larga, hasta que te establezcas y busques un trabajo. ¿De acuerdo?
-Gracias –balbució enjuagándose los ojos – ¿Ya tengo que irme? –no quería hacer esa pregunta, y sintió que ni ella misma podía comprenderse ya. Hacia unas semanas hubiese saltado en una pata si le decían que podía irse de la convención.
-Ya –la bruja volvió a sonreír –nadie va a hacerte nada. Volvé lo más rápido que puedas donde Amara, ella va a saber guiarte para que regreses.
Aubrey miró a su alrededor como si buscase algo. No había nada que llevarse, solo lo puesto. Solo a sí misma. En ese momento se sintió fatal. Recordó por un instante a su padre hablando ufano del trabajo que habían realizado contra la magia primigenia, jamás hubiese sospechado siquiera que ella sería no solo cómplice, sino responsable de su regreso a la cuna de los hechiceros. La falsa Emma había ingresado por la puerta grande con la hija del Hechicero más importante, nadie desconfiaría jamás. La bruja la observaba y sabía exactamente por lo que la pequeña estaba pasando, pero lo mejor era que se marchara y dejara todo aquello atrás. Ella al menos iba a estar bien, le había concedido el premio, o quizás el castigo, de conservar la memoria, de saber toda su vida que había sido una hechicera, que había conocido una realidad oculta para los demás seres humanos. La hechicera se sentía desconcertada y perdida, y sentía miedo de volver a la casa de la colina sola de noche, pero no se animó a decírselo a la bruja. Cualquier cosa era preferible a estar allí.