En cuanto puse un pie en casa de Sofía sentí toda su muerte. La energía de aquel episodio recorriéndome de cabo a rabo como un golpe eléctrico. Había sido Enzo, lo sabía. Mi integridad amenazó con venirse abajo, pero me contuve.
-Él solo cumplía órdenes –musitó Senta.
-Ya lo sé, pero eso no logra impresionarme menos.
-Te entiendo –sonrió –Yo no nací bruja, sino humana normal. Fui una simple chica, hasta que una manada de Gefallen atacaron mi aldea y mataron a toda mi familia. Para suerte o desgracia, aun no sé, había salido al bosque a juntar setas y por ello sobreviví. Cuando Madre me encontró allí, sola entre la muerte, se apiado de mí y me convirtió en ayudante de Amara. Adquirí poderes y una vida inmortal. Pero nunca pude ser dueña de la frialdad de los brujos, aún después de tantos siglos me impresiona rozar siquiera la muerte.
-¿Una vida inmortal? –pregunté, creía que eso era solo en la películas.
-Sí –tomó mis manos –con magia todo se puede.
-¿Vas a enseñarme? –pregunté.
-No sé si tendré alguna vez ese honor –se sonrojó –soy una simple hechicera. Pero algún que otro truco puedo enseñarte.
-Al menos algo simple –pedí, pero percibí en ella una inseguridad de años –Está bien. Otro día. Ahora decime porque estamos acá.
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