Blaz

   La rabia había vuelto a ganar el corazón del brujo de un modo arrollador. En cuanto había regresado a la caverna, como le llamaba Madre, había notado casi como una bofetada todo cuanto ocurría allí. Era injusto, total y estúpidamente absurdo, que Amara pudiese ser feliz y él no. Trató de serenarse de buscar un mínimo motivo que lo impulsase a quedarse tranquilo, a dominar sus nervios.

  Pensó en su hijo, Enzo, lidiando con Julieta y esa magia poderosa e incontrolable que corría por sus venas primigenias. Era lo único que le quedaba, lo último de su imperio roto. Si lo perdía también a él, ya no tendría nada. Y eso era algo que no podía permitirse. Tendría que hallar el modo de salvarlo. Respiró profundamente y se sirvió una copa de su vino. No importaba a dónde fuera o a qué fuera, su vino iba con él.

  Clara descansaba sobre una mesa metálica desde aquel día que Madre la durmiera. El brujo sabía que estaba sumida en un sueño sin sueños, y eso a veces era peligroso tratándose de ella. Si ya había tratado de comunicarse con Julieta, como le había dicho Madre, buscaría hacerlo con John, y quizás lo persuadiera de que la despertara. Era un buen motivo para eliminarlo, y acabar con ese amor que se le tornaba insoportable. Y acto seguido abandonar la caverna aquella. Amara bien podría apañárselas sola con la Gefallen.

-Ya te dije antes que puedo anular el hechizo de Madre sobre Senta –dijo suavemente la bruja a sus espaldas.

-¡Ándate! –ordenó el brujo –¡No quiero soportar a nadie hoy!

-Blaz –la bruja no hizo el menor de los casos a las palabras de su volátil compañero –no entiendo por qué no accedes.

-¿Acaso no es obvio? –la miró de soslayo, y la bruja sintió que su piel ardía. Blaz era más poderoso de lo que creía –Cada vez que amé a alguien terminó mal. Todavía no supero no haber podido hacer nada por la madre de mi hijo.

-Es hora de dejar el pasado a donde pertenece Blaz –dijo la bruja –si sobrevivimos a él plan de Madre nos espera una nueva vida, y espero disfrutarla. Deberías darte una oportunidad.

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