El licántropo no podía despegar los ojos de Fátima. No podía creer que ella estuviese de pie frente a él. Respirando. Fátima, la cazadora noble, altruista. La primera que se había dado cuenta de que matarse entre ellos era dejar de ver la realidad y actuar como idiotas. Como títeres de un mal aún más grande que cualquier crimen que ellos mismos hubiesen cometido en el pasado. Alain trabó las puertas de la casa de Julieta y cerró todas las cortinas. Nadie tenía que verlos.
-Alain –susurró ella –estás distinto a la última vez que te vi –dijo sentándose en el sillón de la sala.
-No me quedan dudas –respondió el Vullblut, tratando de sonar amable –la última vez que me viste estábamos en medio de la batalla.
-No me refiero a eso –dijo, y sonrió. La cazadora era hermosa, pero aún más bello era su corazón, capaz de sentirlo todo.
-He podido sobrellevarlo –dijo, Fátima era la única que sabía que Alain había asesinado a Clara. Ella lo había descubierto robando su cuerpo de la morgue. Y para salvación de este, había guardado silencio.
-¿Ha crecido? –preguntó.
-¡No te imaginas cuánto! –Alain sonrió. Clara era un poco su hija. Y Fátima era la única capaz de entender lo que se siente perder a los hijos.
-Sé que estas protegiendo a Milo –sus ojos eran perlas negras, demasiado brillantes –Gracias Alain.
-Te lo debía. Si no hubieses callado aquella vez, Clara no habría tenido una vida.
-Estamos a mano –dijo la antigua cazadora extendiendo sus manos largas hacia el lobo, que las tomó con afecto –ahora podremos tener al fin una vida.
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